jueves, 28 de octubre de 2010

UNA FAN DE BETTY BOOP

    Iba ella subida en el tranvía, con unos deseos incontrolados de tirarse a la acera, como veía que hacían muchos. Por fin se atrevió y dio un trastazo contra el suelo que no comprendió cómo no se mató. Olvidó un pequeño detalle: seguir corriendo en el mismo momento de echarse abajo para que la velocidad que el tranvía llevaba no contrastase tanto con aquella parada en seco que la estrelló a todo lo larga. Llevaba un abriguito en ese invierno de 1938, en aquella ciudad de Alicante donde pasó prácticamente toda la guerra, tras haberse perdido en febrero de 1937 en la terrorífica carretera de la muerte de Málaga a Almería, donde murieron centenares de personas, bombardeadas por tierra, mar y aire. Pero ella no lloraba ni por el abrigo roto, ni por todas aquellas heridas, ni por nada parecido. Ella sólo echaba de menos aquel precioso broche de Betti Boop que llevaba clavado en una solapa del abriguito. Rápidamente la socorrieron y ella no se dio cuenta de la pérdida hasta que estuvo bien lejos de lugar del accidente.
    Esa niña era mi madre, que se perdió con once años y no apareció en Málaga hasta que acabó la guerra en 1939, tras haber sido hallada por su hermano mayor -yo me llamo Manolo por él- mediante el Socorro Rojo. Esta historia me la contó docenas de veces a través de mi niñez y aún sigue contándola y montones de otras historias que aún va recordando y que yo no me sabía. Siempre la contaba como con una añoranza de ese broche que tanto le gustaba...
    Hace un año y medio hice un viaje por toda California, y otros estados de América del norte. Un fin de semana que decidí ir a San Francisco me hallaba en una tienda preciosa con muchas cosas de recuerdos, antiguos y modernos y me topé con un montón de broches de Betty Boop y en ese mismo momento me acordé de aquella pena que sentía mi madre por su broche perdido hacía casi setenta años. No los vendía sueltos, era un cartón con unos veinte broches, así que me quedé con todos.
    Una vez en España ella vino a casa y le pedí que cerrase los ojos. Los cerró y le puse uno de esos broches en la solapa de su blusa. Cuando abrió los ojos y lo vio... ya no era la sonrisa y la mirada de una mujer mayor, sino la de aquella niña que una vez fue, admiradora de Betty Boop, de esa canción que decía: "la Betty Bó, la Betty Bó, tiene cabeza y cuerpo no", aunque luego descubrí que se pronuncia Buup, pero bueno, la canción quedará para siempre con esa pronunciación y esa melodía que ponen siempre en la cabecera de las películas del Gordo y el Flaco.
    Sólo ha cumplido años, tenido hijos, vivido, pero nunca dejará de ser esa niña de la guerra que la locura humana hizo que llegara a haber en España.
    Bueno,esta es la historia que quise contaros hoy.

 

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