jueves, 28 de octubre de 2010

PETUNIA

    Sólo hace cuatro días que me faltas. No me puedo hacer a la idea de que ya no te volveré a ver más. Eras tan jovial cuando eras pequeñita, tan graciosa, tan llena de vida... Incluso hasta sólo un minuto antes de decirte adiós te mostraste contenta al verme cuando te sacaron de la jaula de la peluquería, pero qué poco podías imaginar que yo, en quien siempre confiaste, estaba decidido a que no salieses viva de aquel lugar. Dos minutos antes, tu doctora me dio la noticia de que estabas enferma, muy enferma, y que si demoraba tu muerte podrías sufrir mucho. La idea de que sintieras algún dolor me puso enfermo, fue como si alguien derramse aceite hirviendo sobre mí. La doctora me dijo que lo pensase, que te llevara a casa y que al día siguiente te llevase de nuevo a la clinica, pero en ese momento supe que si te llevaba a casa no sería capaz de llevarte a la muerte a sangre fría. Tuve que actuar sin pensar demasiado en el asunto. Sólo me dejé llevar por mi instinto protector, atrás dejé mi egoísmo de querer seguir teniendo tu compañía, tu mirada, con aquellos ojos negros tan brillantes, que me decían a cada instante cuánto me querías.
     Oh, Petunia. Siempre te guardaré en uno de los rincones más importantes de mi corazón, como uno de los seres que más atención me mostraron, que más agradecimiento y que más lealtad supieron darme.
     No puede imaginarte qué vacío tan horroroso siento cuando abro la puerta de casa y no siento tus pezuñas por el pasillo, ávida de encontrarte conmigo y ofrecerme tus zalamerías de siempre; o cuando estoy viendo la tele y no te siento debajo de mis pies toda dormida y fresquita debajo del ventilador; o cuando salgo a la terraza y no te veo en tu sitio preferido atenta a la ventana del vecino para ponerte a ladrarle como una energúmena en cuanto se asomase.
     Ya he paseado por las calles en que solía llevarte y la pena me embarga cuando de pronto advierto que no voy contigo, que voy solo. Sé que tendré que superar todo esto, pero mientras llegue el día en que eso ocurra lo seguiré pasando mal y derramando lágrimas en el momento menos oportuno, pero el corazón carece del sentido de la medida, sólo se limita a sentir y a exteriorizar lo que emana de él, aunque el momento sea el menos adecuado.
     Cuando te subía la mesa de operaciones, te quité el bozal y te tendí. Entonces comencé a hablarte muy bajito al oído, mientras te acariciaba la cabeza. Seguía hablándote cuando la doctora me interrumpió:
     -Manolo, no le hables más. La Petu ya está dormida.
     No me lo podía creer. Seguías allí conmigo, con los ojos aún abiertos. ¿Cómo no pude notar cuando la muerte apagó tu espíritu y te dejó allí en mis brazos?
     Petunia, Petunia. ¿Por qué pronuncio tu nombre, si sé que no puedes oírme? Anoche, en la oscuridad, me sorprendí a mí mismo haciéndolo y me horroricé cuando sentí sólo el silencio y la soledad como única respuesta. Fue cuando realmente advertí la realidad.
     Sé que el sol entrará muy pronto por mi ventana y que este dolor que siento se convertirá en dulces recuerdos, en la evocación de haber tenido una maravillosa amiga que siempre estará ahí.
     Gracias por todo, mi niña chiquitilla guapa.

    Fuengirola, 10 de junio de 2000.

    A Petunia, con todo mi cariño.

No hay comentarios: