jueves, 28 de octubre de 2010

LAS DOS CARAS DE UN AMOR

    Muy señora mía.
    Me he decidido a escribirle para ponerle al corriente de algo que está ocurriendo en su vida, algo que usted ignora completamente y me siento con el deber moral de contárselo. Si no lo hiciera, créame, el respeto que aún siento por mí misma estaría por los suelos.
     De manera casual, hace un par de días pude enterarme de su existencia. Estaba buscando unos zapatos en el vestidor y dentro de una caja hallé una llave. Desde siempre tuve curiosidad de saber qué podría guardar Ricardo en uno de los cajones de su escritorio que siempre permanecía cerrado, así que cuando ví aquella llave en seguida se me vino a la cabeza el cajón y, en efecto, no tuve ningún problema al abrirlo. Había talonarios de cheques y una foto en blanco y negro de una mujer con la siguiente dedicatoria: "A mi querido Ricardo con todo mi amor, Isabel", y fechada en 1962. En seguida me puse a mirar las matrices de los talonarios para averiguar a quiénes fueron extendidos aquellos cheques. Siempre iban dirigidos a un colegio de Salamanca y a una tal Isabel Robledo Saavedra.
     Por supuesto, le pedí explicaciones a Ricardo y al verse entre la espada y la pared no tuvo más remedio que confesarme que está casado desde hace más de treinta y cinco años, y que, sin saber cómo, llevaba una doble vida. Créame, señora, en ese momento quise desaparecer del mapa, que me tragase el suelo que estaba pisando. Le dije que me iba, que no podía permanecer más tiempo frente a él, pero que cuando volviese no quería volver a verle de nuevo en mi casa, que sacara todas sus cosas y me olvidara para siempre, y le grité con toda la rabia del mundo que no se atreviera a volver. Me sentí tan estafada, tan de poco valor...
     Ricardo y yo nos conocimos hace veinte años en Valladolid. Nos presentó el novio de una amiga mía y comenzamos a salir los jueves, pues decía que durante la semana estaba siempre de viaje por asuntos de trabajo, incluso los domingos los tenía ocupados. Así estuvimos unos ocho meses, pero estaba comenzando a parecerme extraño que en todo aquel tiempo no me hablase de los proyectos que tenía para nuestro futuro, pues yo consideraba que nuestra relación estaba consolidándose y nunca dudé de su honestidad hacia mí, así que me armé de valor y uno de aquellos jueves se lo expuse. Me dijo que él no creía en el matrimonio y que no veía necesario firmar ningún documento para que dos personas pudiesen vivir juntas. Yo por aquel entonces estaba muy enamorada de él y no me importó su postura, así que decidí vivir en pareja con él. Seguramente no se esperaba aquella reacción mía y ya no se pudo volver atrás, así que, desde entonces, hemos vivido juntos en mi piso. Quiero que sepa, señora, que él nunca me ha mantenido, yo tengo un trabajo muy bien remunerado y los gastos de la casa lo llevábamos entre los dos. Nunca he llegado a sospechar nada de esto, créame, pero la realidad a veces supera a la imaginación del mejor novelista.
     Quiero que sepa que no quiero absolutamente nada de él. No quiero agracederle nunca nada de lo que pudiera ofrecerme. Aún soy muy joven, y puedo rehacer mi vida.
     No quiero que piense que le he escrito esta carta para vengarme de él y hacerle daño a usted. No, usted no tiene ninguna culpa en este asunto y por lo tanto, lo único que usted me puede inspirar es solidaridad porque le está ocurriendo lo mismo que a mí.
     Ricardo no lo sabe, pero he podido averiguar su dirección, pues cuando hablé con él pude confirmar mis sospechas de que usted vivía en Salamanca, y de que aquel colegio donde eran enviados los cheques era el de sus hijos, así que, con sólo ir a la Central de Telefónica y buscar en la guía de Salamanca pude hallarla sin ningún problema.
     No es justo que le demos a un hombre lo mejor de nosotras mismas y luego nos lo pague de esta manera, no es justo. Me va a costar mucho volver a creer en los hombres, mientras tanto, me refugiaré más en mi trabajo, no voy a permitir que esto me hunda, tampoco lo permita usted, señora. Él ya está mayor y no creo que la vuelva a engañar, así que, si usted pudiera perdonarle, creo que sería lo mejor para todos. Es increíble que sea yo la que le pida que le perdone, pero no puedo evitarlo, le quiero y siempre estará muy dentro de mi corazón, y me consta que él también nos quiere a las dos, si no, ya hubiera elegido a alguna. O, ¿quién sabe? quizás no haya hecho nada por cobardía. La verdad es que esta situación ha desorganizado totalmente mis esquemas y ya no sé qué pensar.
     Haga lo que crea más conveniente, y, créame, señora, si yo hubiera sospechado que existían usted y sus hijos, jamás se me hubiera ocurrido interponerme en sus vidas, pues, yo misma, sin ser su esposa me siento ultrajada y con una vergüenza terrible, así que imagino cómo podrá sentirse usted. No soy su enemiga, así que espero que usted tampoco lo sea y que algún día, cuando todo esto se haya aplacado un poco, podamos vernos y hablar. Créame que siento todo esto enormemente.

     No quiero terminar esta carta sin explicarle algo que quizás usted se esté preguntando. No, no tengo hijos de su marido. Ahora comprendo su negativa a mi planteamiento de tenerlos, pués él ya contaba con dos. Me ha negado el derecho a ser madre, viendo mi instinto maternal, pero me aguanté porque le quería...
     Bueno, señora, paso ya a despedirme. Nunca dejaré de sentir todo esto.

    Gloria.

    Málaga, marzo de 2001

No hay comentarios: