viernes, 29 de octubre de 2010

TRÁNSITO

Todo el día le tuve impregnado.

Noté su presencia tan cerca de mí
que sentí su fragancia de almizcle y de campo
en la curva eterna de mi sonreír.
Su aroma de hombre en mí se ha quedado.
Mi carne trasmina a canela y jazmín.
Su mirada turbia me sigue mirando
en el sueño absurdo de su malvivir.

Todo el día le tuve impregnado.

Me tapé la boca para no gemir.
De mi cuello aún cuelga el collar de nardos
de su aliento hermoso, de su voz varonil.
En mis noches en vela le tengo en mi olfato
y mis sábanas blancas se vuelven añil.
Todo se transforma en mi alcoba de pena.
Todo se oscurece y me quiero morir.

Todo el día le tuve impregnado.

En mis labios, los suyos calientes sentí.
Cuando abrí los ojos morí destrozado
cuando en nuestro lecho tan solo me ví.
Sólo aspiro a un triste epitafio,
a su llanto, cuando me vea morir.
Sólo quiero que me cubra el mármol,
yacer en mi féretro sin un sentir.
Y en aquellos minutos escasos
que en el tránsito se me deje vivir
querré sólo sonreír mientras muero,
sintiendo su oído en mi lento latir.

 

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