domingo, 17 de octubre de 2010

¡PELIGRO: 1009!

    Marc estaba ultimando la reserva del hotel por Internet, sólo le quedaba poner la fecha de salida: 2 de julio de 2009.
    El primer día de estancia en aquel hotel de Pekín era el 24 de junio. Llegaría de madrugada.
    Por fin llegó el día. Tras un madrugón de horror por fin se hallaba en el avión de Málaga a París y luego a las 3 de la tarde tomaría otro vuelo que le llevaría a China, un país que siempre le inspiró misterio y sabiduría.
    Todo fue perfecto: la visita cansadísima de la Gran Muralla, la idílica excursión al Palacio de Verano, aquella velada en la Ópera de Pekín, aquellas mañanas en el Mercado de la Seda donde fue a llenar su mochila de prendas de imitación y tiradas de precio tras los habituales forcejeos verbales entre comprador y vendedor en aquellos interminables regateos...
    Aquella última mañana decidió desayunar un trozo de masa frita y un té en un puesto callejero cercano al hotel. De vuelta para ir a recoger su equipaje estuvo un momento parado, escuchando detenidamente el ruído de la ciudad, respirando su polución, sintiendo en su piel aquella neblina matinal causada por las primeras fábricas que ya empezaban a funcionar. A lo lejos vió cómo un grupo de personas hacían sus habituales ejercicios de thai-chí y cómo un grupo de palomas revoloteaban sobre su cabeza creando una melodía maravillosa por aquellos silbatos que sus dueños les colocaban en las colas y que con la fuerza del viento que ellas mismas producían en sus cuerpos sonaban sin cesar como si fuera música celestial.
    Ya en el avión de vuelta vio cómo iba abarrotado de gente y decidió dormir un poco antes de la cena. Cuando despertó pensó que había dormido toda la tarde,  porque tenía el cuerpo entumecido  y se sentía hinchado. Pasó un rato hasta que advirtió que la señora mayor que iba sentada junto a él no estaba y pensó que estaría en el aseo y siguió mirando por la ventanilla. Estaba atardeciendo. Todo estaba tranquilo, no se veían pasar las azafatas, no se oía el llanto de ningún niño, ni el murmullo de alguna conversación y miró al su alrededor y cuando vio que no había nadie entre el pasaje contuvo la respiración y se le heló la sangre. No podía pensar, estaba totalmente fuera de juego. ¿Era víctima de alguna broma televisiva? Ya se imaginó en el Youtube colgado en Internet y todo el mundo riéndose de aquella situación que estaba  viviendo. Aún estaba descalzo y sin ponerse las deportivas que llevaba y anduvo por el avión. Fue a las cocinas, a los aseos, abrió la cabina del comandante a ver qué ocurría, pero aún creció en él aquel miedo que le estaba matando minuto a minuto. No había absolutamente nadie, el aparato estaba con el piloto automático atravesando nubes, chocando una y otra vez con aquellas masas blancas hasta que de pronto se divisó tierra. Comenzó a sudar y las manos se le quedaron heladas. Trató de usar la radio con la esperanza de que alguien desde alguna torre de control de cualquier aeropuerto cercano le contestase, pero todos los intentos fueron en balde. Estaba desesperado, al borde de un colapso. Salió de nuevo de la cabina y todos los asientos continuaban vacíos, miró en los guarda equipajes y todos estaban vacíos, nadie se había olvidado nada, ni un bolso, ni una chaqueta, nada…
    Miró en las neveras de todas las cocinas y todas estaban vacías, todos los armarios vacíos, no había nada de alimentos ni bebidas, todo estaba como si el avión estuviese recién estrenado y aquello fuera su primer viaje de prueba.
    Entró de nuevo en la cabina y vió la fecha y la hora en un dispositivo arriba en el fuselaje. 2 de julio de 1009. No era posible aquello, ¿cómo iba a ser el año 1009 si en aquella época no existían los aviones, ni él mismo? Se fue directamente a su asiento y cogió su pequeña mochila que estaba debajo de su asiento y de un bolsillo cogió el billete del vuelo.
    -¡Dios mío, esto no puede ser verdad, pone 2 de julio de 1009!, ¿pero, qué está pasando aquí? ¡Voy a volverme loco!
    De pronto, como en  un flash se vio a sí mismo sacando el billete de avión por Internet y poniendo equivocadamente un 1 en vez de un 2. El sistema se lo aceptó y algo ocurrió en el aire en ese preciso momento, que al llegar el 2 de julio y ser informatizado de nuevo el billete para la tarjeta de embarque y estar él en otra dimensión mental cuando dormía hizo que mil años retrocediesen en el tiempo. ¿ Y ahora qué iba a pasar? Él sabía lo que ocurría, lo sabía perfectamente, y no se le ocurría qué iba a ocurrirle si lograba aterrizar. ¿Qué se iba a encontrar allí abajo, en la Málaga de 1009? Porque necesariamente tendría que aterrizar aquel aparato en Málaga, era el punto de llegada del billete, y Málaga ya existía en aquel 1009… seguramente se encontraría con una Málaga musulmana en un momento bien crítico, con graves disturbios políticos tras la muerte de Abd al-Malik un año antes. 1009… un año muy significativo para todo Al-Andalus, ya que fue el año en que el califato de Córdoba fue destruído.
    Marc no se podía imaginar Málaga sin la catedral, sin su parque, sin su calle Larios, sin Cheer’s –su cafetería favorita- Imaginaba una Málaga llena de callejuelas estrechas, de mezquitas, de cristianos conviviendo con musulmanes.
Estaba cansado, y se le cerraron los ojos. El avión continuaba su rumbo y ya de noche comenzó a descender abriéndose el puente de aterrizaje hasta que pudo tocar tierra firme. Todo estaba oscuro, sólo se veía algunas lámparas de aceite sobre los alféizares de algunas ventanas. Cuando Marc despertó con el frenazo que dio el avión abrió una puerta y miró al exterior. No reconocía nada ante aquella oscuridad, pero lucía una luna maravillosa que le daba la suficiente claridad como para saber que estaba en el lecho del río Guadalmedina. Incluso mil años antes continuaba siendo un río con un hilo de agua, mantenía la misma anchura que tenía en el 2009, pero no se veían puentes. El mar se divisaba cerca, por lo que sabía con certeza que estaba en el mismo centro de Málaga.
De pronto unos soldados musulmanes aparecieron en unos preciosos corceles blancos y con anchas espadas curvas en las manos. Tenían rostros de asombro, aunque a Marc se le antojó que iba a ser prendido por ellos en cualquier momento.
    -Señor, señor…  fue lo que oyó. Era una voz femenina. De pronto vino una luz que le cegó los ojos durante un segundo. Se trataba de la azafata que le estaba despertando para ofrecerle la cena.
    -Tráigame champán, por favor  -dijo Marc sonriendo y dando un suspiro de alivio-
    -¿No le parece que es maravilloso vivir en el año 2009? –preguntó a la señora mayor que continuaba a su lado desde que salieron de Pekín, pero era francesa y no le entendió y se encogió de hombros.

    Fuengirola, 5 de mayo de 2009

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