martes, 12 de octubre de 2010

UN CUERVO LLAMADO INCOMPRENSIÓN

    La incomprensión grazna en todas partes como un cuervo ávido de carne fresca. La falta de apego a lo nuestro, a lo natural, a aquel rincón que nos vio nacer, incluso crecer, hoy es pasto del olvido, incluso del desprecio.
    El ser humano es un personaje muy olvidadizo, vive más que nada el hoy, el materialismo inmediato, de nada sirve el ayer y mucho menos el futuro. Cada uno de nosotros vive en un espacio tridimensional en el tiempo, por eso hay que echar mano de las secuencias vividas, recordar a aquella persona que una vez nos dijo algo trascendental, que nos abrio una puerta cuando nadie creía en nosotros. Tenemos que acordarnos de su voz, de la manera en que sonaron sus palabras. Tenemos que acordarnos del aroma de las flores que se abren en las tardes de verano para creer que la fascinación de nuestra madre sentada en el patio con las damas de noche, los dompedros y los jazmines que trepaban en la tapia fue verdad.
    No podemos olvidar las felicidades de los nuestros ni las nuestras propias, porque eso acondicionará toda nuestra vida y seremos personas de genes felices. Tampoco deberíamos querer olvidar los momentos descarnados que nos tocó vivir, porque ese arañazo en el alma nos hizo ser más precavidos, más empáticos, pero toda cicatriz se debe cerrar, no es sano que esté siempre supurando amarguras y nos frene o nos impida continuar nuestro camino.
    Es hermoso mirar viejas fotografías, porque aunque sean en blanco y negro, nuestra memoria recordará fielmente el color de la ropa que llevábamos, incluso quién tomó esa instantánea. Podremos recordar melodías, aromas, color de voces, lugares, fechas... Es bueno recordar de quiénes somos, dónde comenzó nuestro caminar, esa vieja ilusión satisfecha una y otras que no pudo ser.
    A veces, buscando en viejas cajas me encuentro con cartas de antiguos amigos y me llevo muchas sorpresas, porque estas cartas pueden contener historias olvidadas y que en su momento fueron importantes. Me gusta oler el papel de las viejas cartas, acariciar las palabras con los dedos y sentir el momento en que fueron escritas, esos ratos que gastaron estas personas para contarme cosas, sus cosas, sus proyectos, sus historias...
    Los años escriben nuestras vidas, son los mejores redactores para decirnos qué pudimos cosechar, qué metas fueron alcanzadas, qué hicieron de nosotros...
    Desde muy chicos ya sabemos lo que en realidad somos y qué deseamos para nuestras vidas en esa etapa remota de la juventud y madurez. Y Cuando dejamos atrás la niñez y nos encontramos con una vida ya decidida, meticulosamente bosquejada, nos damos cuenta del fraude que sufrimos, porque lo que realmente nos hubiera gustado ser es lo que siempre quisimos ser desde la más tierna infancia, pero la vida te ofrece atajos fáciles de andar que te llevan a otro sitio, no al lugar que queríamos ir. De esa manera han muerto antes de nacer, grandes personalidades, no nos dimos ninguna oportunidad para demostrarnos y demostrar al mundo que valíamos en eso en que siempre tuvimos fe. Y moriremos con esa fe no practicada; hasta que nuestra voz sea temblorosa y poco estable, seguiremos pensando que el mundo se perdió un gran cantante o un magnífico escritor, o tal vez un científico que hubiera descubierto cosas asombrosas.
    A veces uno no llega a los lugares por la incomprensión de los demás, por la falta de interés hacia uno, por no contar con esa mano que necesitamos para dar el primer paso y nuestra fuerza decae y nos hundimos en ese pozo donde no saldremos nunca, llamado frustración. Sin embargo, existen más aspectos para que esa frustración sea poco poderosa en nuestros ánimos, como la amistad, los valores, el amor a lo verdaderamente valioso y eso hace que podamos continuar aquí felices, aunque a la Vida se le haya antojado llevarnos a donde le dio la gana.
    Ese cuervo hambriento puede llegar a morirse, porque dentro de todo lo que no esperábamos que fuera nuestra vida, también existe la hermosura de unos oídos atentos, de una mano apretada en la nuestra cuando necesitamos estímulo, un beso en nuestros labios de ese ser que nació para amarnos...
y la incomprensión se diluye en su propio veneno, deja de ser hoja afilada en nuestra carne.

Fuengirola, 28 de agosto de 2009

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