domingo, 17 de octubre de 2010

SÁBADO, SABADETE

  • Aquí un breve escrito sobre lo diferente que puede ser un sábado para unos y otros.

    SÁBADO, SABADETE   

    Hoy es sábado, la tarde apuró sus últimos destellos y la noche se estableció, pero aún es tan joven que los comercios continúan abiertos. Un bebé yace tranquilo en su cochecito y su abuela de vez en cuando le hace carantoñas con sus labios, le sopla el pelo y él ríe con una sonrisa más limpia que todas las cosas existentes, pero le entra hipo y se le vé fastidiado, aunque finalmente se duerme. La madre aún gorda del embarazo sólo hace hablar y hablar con su suegra, pero ésta está más pendiente del bebé que de la perorata de la recién parida. Allí permanecerán sentadas en la terraza de una cafetería del paseo marítimo por poco tiempo, empieza a refrescar y su abuela lo arropó con una colcha fina.
    
    Un extranjero recién llegado pregunta al recepcionista del hotel si hay algún supermercado abierto y le indica que debe cruzar el puente y allí se lo encontrará, pero que sólo le queda media hora escasa para hacer sus compras. Deja el equipaje en el cuarto de equipaje del vestíbulo y se marcha.
    El recepcionista sólo sueña con las 11 de la noche y llegar a su casa. Quitarse los zapatos, darse una ducha bien caliente y permanecer debajo del agua hasta que salga fría. Luego calentarse algo de cena y ver la tele hasta que le rinda el sueño y se vaya a la cama a soñar con nadie, cuando se va a la cama nunca sueña con nadie, sólo va a dormir, porque ya no sirve para nada, va tan dormido como un sonámbulo, pero con un resquicio de consciencia para poder llegar paso a paso hasta la cama y preparar las almohadas y beber su acostumbrado sorbo de agua de una botella de plástico que deja en el suelo. Echará un leve vistazo a su alrededor, a las ventanas y ya el sueño le rendirá por completo hasta que por la mañana le despierte la gente de la calle.
   
    Ella ha permanecido muchas horas leyendo, toda la tarde, tuvo que encender la lámpara de la mesita del salón porque le apetecía terminar el capítulo. Mira el reloj de pared y vé que es la hora de hacerse algo de cena, mete media pizza en el horno y se prepara un té. Había pensado en llamar a una amiga para tomar algo, pero prefiere quedarse en casa. Siempre le pasa lo mismo, hace meses que no sale un sábado por la noche. Son sólo cinco minutos, a lo más diez. Se llega a sentir inservible, sola, hastiada por no tener el ánimo suficiente para marcar el número de su amiga, pero luego lo celebra, al verse allí tendida en el sofá viendo su programa de cotilleo favorito. Muchos domingos amanece en el sofá y se despierta con muy mal humor, porque sabe que al día siguiente tendrá que volver a la oficina sin haber hecho nada interesante en el fin de semana. Pero ya está acostumbrada. Esa es su vida y así será su vida siempre. No puede ser de otra manera. No echa de menos un novio, ni el sexo, ni ir de vacaciones a ver el mundo. No echa de menos una playa con palmeras y una copa llena de piña colada, ni a La Gioconda, ni  a la Torre Eiffel, no le atrae un avión, ni un tren, ni la idea de hacer un crucero por el Mediterráneo sola y conocer allí al hombre de sus sueños, sobre todo porque en sus sueños no existe ningún hombre.

    El concierto estuvo magnífico –eso piensa él- fue un privilegio haber podido ir al teatro aquella tarde. Ahora irá al restaurante donde reservó mesa para uno y cenará estupendamente y luego se marchará a tomarse una copa a un bar donde seguramente conocerá a alguien para despedirse de él a la mañana siguiente en casa y no verle nunca más. Su vida tomó ese rumbo sin él darse cuenta. Siempre solo, con algún que otro amigo que aparece y desaparece, pero no se encuentra ni solo, ni perdido ni angustiado por eso. No se siente el hombre más feliz sobre la faz de la Tierra, pero infeliz no es. Le gusta modelar con arcilla, estudió en una escuela de arte y siempre que puede se pone en contacto con el barro y su imaginación. Jamás toma modelo alguno para sus trabajos. A veces pone un anuncio en el diario para contratar a algún modelo para hacerle fotografías artísticas, también le gusta la fotografía. Le divierte mucho hacer castings para luego elegir sólo a uno. Eso llena su vida. El viernes llega muy tarde a casa, trabaja fuera, pero el AVE le lleva de nuevo a su nido. Pone la ropa en el cesto de la ropa sucia, se lava los dientes y se pone a escuchar ópera. Así hasta que le vence el sueño, aunque a veces le llama algún amigo que sabe que ya está en casa y quedan, pero él nunca sale, siempre van ellos allí. Se toman un brandy, hablan de las novedades que hay desde que no se ven y casi siempre acaban durmiendo juntos. A él le encanta preparar un buen café y luego sugerir a su amigo si le apetece pasar la mañana del sábado en la playa. Pero no aguanta más. Después de la playa se despiden, él necesita la soledad de su sábado por la noche para él solito, ir al cine y a cenar. Le gusta hacer esas cosas solo, le gusta la sorpresa final de la última copa en algún bar y averiguar si hay alguien que valga la pena. A veces le apetece sentir ese calambre que le hace sentir el contacto de una nueva piel, jamás explorada por él. Pero le ocurre en muy pocas ocasiones. Él siempre se conforma con tomarse la copa y marcharse luego a casa, aunque casi nunca llega a casa solo. Se siente carismático para los desconocidos, casi nunca habla de él, pero la sola presencia de alguien nuevo hace que los asiduos se percaten y vayan alrededor de la presa. Eso le hace sentirse bien, como que aún sigue derrochando encanto. Sabe perfectamente que es un presuntuoso odioso, pero a estas alturas no piensa cambiar eso.
Este sábado no hubo nada interesante. Se toma el último sorbo de ginebra, echa una última mirada desde el final de la barra hasta donde está él, paga y se va caminando. Su piso está a cinco minutos caminando. Mañana volverá a hacer el equipaje, lo llenará de camisas recién planchadas por Berta –la chica que se encarga de la casa cuando él no está- y de nuevo a la estación. Nunca piensa en el amor, pero sabe que lo necesita, va cumpliendo años y sabe que en sus planes no está el vivir solo. Quizás comience a pensar en el futuro la semana que viene, ahora no. Ahora está disfrutando de un reconfortante paseo por la calle recién regada, bajo la luz de las farolas y oliendo la noche. Quizás va siendo hora de mirarse menos en el espejo y comenzar a contemplar el rostro de ese que bien le quiera.

Fuengirola, 16 de octubre de 2010

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