viernes, 10 de diciembre de 2010

LA VISITA

   Hola cariño, espero que estés durmiendo en estos momentos mucho y bien y que no te despiertes tanto, que vaya trastorno el que tienes con el sueño.
    Aquí estoy, echando las dos últimas horas del turno, ya tengo ganas de salir para que me dé el aire de la mañana, hace calor. Parece increíble decir esto en diciembre, pero es que hace un poco de bochorno con estos 15º que hay en estos momentos en Málaga, propios de un mes de mayo.
    Hace un rato recibí una visita, estaba yo en el ordenador, y de pronto, las puertas que yo tenía cerradas a cal y canto, se abrieron. No ví nada, pero alguien entró.
    -Buenas noches -oí que me decía una voz indescriptible, suave pero certera y clara-
    Yo quedé callado aguantando la respiración, pues no había nadie, sólo aquella voz.
    -No, no trates de buscarme para dar conmigo, no me puedes ver. Soy la Noche, esa que tantas veces describiste en tus poemas, que incluso afirmaste mantener un idilio conmigo. Vengo a decirte que tu amado está soñando contigo. Ahora está sonriendo en su lecho contemplando la escena que le puse en su almohada y así estará hasta que suene su despertador. Vengo a decirte que vuestro amor me tiene enamorada, que nunca he visto nada igual. He conocido amantes que se amaron hasta la muerte, he vivido muchos milenios tratando de dar con vosotros y por fin os encontré. Siempre os responderé, estaré presente y os velaré, contemplaré vuestros besos con el brillo de las estrellas, vuestros abrazos bajo la inspiración que da la luna y vuestro placer será mi placer. Ya quería yo conocerlo, no que me he tirado toda mi vida llena de carencias porque nunca hubo un espejo dónde mirarme, sólo en la plata del mar en noches de plenilunio. Ahora sé lo que significa el amor.
    Una vez creí haber dado con vosotros, fue a finales del siglo XVI cuando un escritor inglés estuvo escribiendo una historia preciosa de dos enamorados llamados Romeo y Julieta, pero luego me enteré que ninguno de los dos existieron, incluso el nombre de Julieta fue pura invención del escritor. Quedé muy decepcionada y me prometí a mí misma que nunca más confiaría en ningún escritor de historias, todo lo que dicen es mentira, son inventores de palabras, de situaciones, sólo han ocurrido en sus cabezas. Cuando acabé de leer esa historia me engalané toda. Llamé a la luna para que luciera en toda su plenitud, a las estrellas para que sirvieran de lumbreras en mi camino y a los grillos y a las criaturas del bosque para que fuesen la mejor sinfonía jamás compuesta. Pero fui a Verona y allí nadie sabía nada de ningún Romeo y de ninguna Julieta y mi llanto ocasionó una gran tormenta que duró días y días por toda la región del Véneto, causando el desbordamiento del Po. Nunca más lució la luna con la claridad de aquella noche, ni las estrellas brillaron tan exultantes como entonces. Nunca más, hasta esta misma noche, que, aunque está la luna creciente, el poco haz de luz que posee es de mucho más resplandor que cuando ha estado en su plenitud. Hasta las estrellas se reflejan en el callado mar.  Desde aquella decepción hasta hoy, siempre ha habido un velo tenue que ha envuelto la tierra. Era mi dolor. Por eso existen las tormentas y esos grandes vendavales que causan tanta destrucción, porque a veces aflora en mí aquel dolor y no puedo contener los vientos ni los manantiales del cielo y me desmayo y es al despertar cuando advierto lo ocurrido. Siempre viviendo con remordimientos, por el dolor que causo a mucha gente. No creas que la noche es algo idílico, no, la noche se muere en sí misma y quiere dejar de ser.
    -Pero, noche, ¿si mueres qué va a pasar con mi amor? no puedes dejar de existir, ¿cómo podré dormir en esas maravillosas noches de verano ante el olor de los jazmines y los dompedros, si tú te esfumas?
    -No, no moriré. Ahora existís vosotros. Sois los que me daréis la vida que me falta y hace unos instantes el velo lo rasgue de arriba abajo, me ayudaron las aves nocturnas y los cuatro vientos que ahí siguen bien sujetos. Hoy tu amor cuando se levante pensará en ti. Se lavará los ojos, se mirará en el espejo, y sonreirá, porque hoy tomará un tren que le llevará a ti. Hoy haréis el amor, echaréis monedas en un tarro de cristal, es vuestro reloj particular, el reloj del amor y cuando lo llenéis buscaréis otro más grande para continuar amándoos. Yo vigilaré siempre para que ninguna mano ajena eche una moneda ilícita, así la fidelidad siempre permanecerá en vuestra casa. Pero sé que no hará falta quedarme en vela porque confío en vosotros. Vuestro amor es amor de verdad, no un simple enamoramiento pasajero. De vosotros tendría que haber escrito el inglés, no de dos adolescentes inexistentes. Habéis tardado en conoceros. Mi amiga la Vida es muy suya y por mucho que le estuve suplicando, a ella le entraba por un oído y por el otro le salía. Sólo cuando dejé de insistirle es cuando le ha salido del alma poner vuestras fotos en el cosmos para que vuestros dedos, al contacto de una clave escrita en un teclado os presentase el  uno al otro. Y cuando os vísteis os quedásteis prendados el uno del otro y de vuestras palabras, sobre todo de una en concreto llamada Verdad. La Verdad es la que siempre os guiará en este difícil camino hecho de horas y años, y es la más poderosa de las armas que podréis tener. En verdad, estáis bien equipados.
    -Qué bien haberte conocido, Noche, y saber que siempre estarás con nosotros. No porque yo esté enamorado he dejado de estarlo de ti y sin embargo, no ser infiel. Hay amores tan limpios, tan bien nutridos, que nada ni nadie puede sembrar nada inicuo en nosotros.
    De pronto sentí una brisa en mi rostro, un olor a mar y a rocío que me estremeció. Las puertas se volvieron a abrir y a cerrar. Fue la noche que me dio un beso y aquel aroma fue su manera de despedirse.
    Sí, cariño, esta noche recibí una visita. Y yo te espero con mis manos llenas de estrellas y con un trozo de luna en el techo de nuestra alcoba. Y volveremos a echar monedas en nuestro tarro de cristal, nunca dejaremos de echar monedas en él.
    Te amo.

Fuengirola, 10 de diciembre de 2010

jueves, 2 de diciembre de 2010

LA TÍA EVELINA

   
                  LA TÍA EVELINA                                                               


    Mi tía Evelina siempre nos asustaba cuando nos quedábamos con ella, para que dejáramos de armar jaleo. Nos cogía de la mano a mis tres hermanos y a mí y nos reunía en corro sentados sobre la alfombra de la sala y ella sentada en una silla.
    -El día que yo me muera, vais a llorar mucho, vais a sentir remordimientos por lo malos que sois conmigo y ya no tendrá remedio, siempre lo llevaréis en vuestras conciencias. Tú, Guillermina, vas a recordarme siempre llorando, aturdida con tus gritos. Por eso, cuando oigas alguna sirena pasar por tu casa, piensa en mí y recuerda que es como si fuese yo que te llamo para recordarte lo mala que fuiste conmigo.
    -Tú, Calixto, vas listo.
    -Cuando decía eso nos poníamos a reir, nos divertía el pareado-
    -¿Por qué tía? –respondía muy serio el menor de mis hermanos-
    -Porque un día te descubrí hurgando en mi monedero. No te dije nada, dejé que cogieras lo que quisieras. No fue mucho, pero ese dinero lo tenía reservado para comprarme unas medicinas que me hacían falta para mi corazón y a esas horas el banco estaba cerrado. Esa noche me dio un fuerte dolor en el pecho. Si hubiera tenido la medicina el dolor hubiera remitido, pero no, cada vez se hacía más fuerte hasta que me desmayé y lo único que recuerdo es que abrí los ojos en el hospital. El corazón sufrió un daño irreversible, que se podría haber evitado. Seguramente moriré algunos años antes de lo previsto por culpa de tu poca honradez. Cuando veas que algo se te ha perdido –que te despidan del trabajo, cuando seas adulto, que tu novia te haya dejado por otro, o que se te escapa el tren o un avión, incluso enfermas, quiero que recuerdes mis palabras. No te estoy echando ninguna maldición, sólo quiero que te acuerdes de que la Vida siempre nos roba si robamos, nos quita cosas importantes y valiosas y tú lo tienes que pagar.
    Tú, Nélida, la más bonita de todas,  no creas que te vas a librar, no. Tú eres la más traviesa de todas y la que maquina todo lo que tus hermanos luego hacen para fastidiarme, como esconderme las cerillas para que no pueda encender la lumbre, o el peine para que no me pueda peinar por las mañanas, o me escondéis los zapatos… Un día te pasaste: derramaste aceite a la entrada de la cocina y cuando entré pegué un patinazo que me dí contra el aparador y toda la vajilla cayó sobre mí causándome cortes en la cara y en otras partes de mi cuerpo, la vajilla de mi suegra toda destrozada. Tú nunca podrás imaginar el valor sentimental que tenían aquellas piezas. Cada día cuando me miro al espejo me acuerdo de ti, mira esta cicatriz al lado de esta ceja, y mira esta otra en la frente que me tapo con un poco de cabello, y esta otra en plena mejilla. Me dejaste señalada toda la vida. Recuerda que aquí nadie termina sus días sin haber recibido su merecido si hemos hecho algo malo. Tú te acordarás de cada una de las cicatrices de mi cara y de mí. De mí nunca te vas a olvidar. Estoy segura que se te concederá una vida muy larga, se te dará la horrible oportunidad de ver tu rostro cómo poco a poco va perdiendo su lozanía, cómo se te descolgará la cara, el cuello se te pondrá pellejoso, los párpados caídos que ocultarán esas pestañas largas y rizadas que tienes ahora, tú misma quedarás horrorizada cada día al verte tan desfigurada, como una momia egipcia. Pronunciarás mi nombre: “tía Evelina, tía Evelina”. Y yo no te oiré, porque llevaré muchos años muerta, de mí sólo quedará un cadáver martirizado por sus horribles sobrinos, que por fin descansa en paz, esa paz que ansío y que me quitáis.
Y ahora te toca a ti, el que parece más bobo y el más feo de tus hermanos, sí, me refiero a ti, Bernardino, bola sebosa llena de granos, a ti, el de los ojos de sapo y nariz torcida –se refería mí- Una mañana, creyéndome tú en el mercado, te metiste en mi dormitorio y colocaste en la cama una enorme araña muerta y encima echaste la colcha. Se te veía totalmente excitado ante el susto que me iba a llevar, pero cuando saliste del cuarto fui a por la araña y la eché en el vaso donde te iba a preparar el cacao para la merienda. Cuando acabaste de bebértelo y apareció aquel horrible bicho, ya me dirás quién asustó a quién. Pues quiero decirte una cosa: no creas que tu fealdad irá menguando con los años, no, serás el hombre más feo de la ciudad, nadie querrá casarse contigo, huirán de ti lo mismo que huyen de las arañas. Sólo se te acercarán las feas como tú, pero tú amas la belleza y las repudiarás lo mismo que hacen contigo las chicas bonitas. Siempre estarás triste, amargado, lleno de resentimiento hacia los hombres guapos que te encuentras por la calle. Acuérdate de todo esto que te estoy diciendo. La vida hará que te lleves muchos malos ratos, como el que me querías dar aquel día con la araña, todo se te torcerá, por mucho que te esfuerces, porque eres de mala esencia, tu fealdad hace que sólo destiles ponzoña, tu naturaleza te impide amar. Pagarás muy caro aquella broma de la araña.”

    Así era mi tía Evelina, una mujer que no brillaba precisamente por su bondad, sino por su perversidad. Nosotros éramos niños,  no unos monstruos como pretendía ella hacernos creer. Éramos niños, simplemente éramos niños.
Mis padres se veían obligados a llevarnos algunas temporadas con ella, porque se iban a a trabajar a la vendimia, a Francia y ella no podía negarse, tenía una casa grande, no tenía hijos, era viuda, hermana de mi padre y antes prefería que le cayese un rayo a que la gente del pueblo la criticase por no hacerse cargo de sus sobrinos y perder la buena reputación que tenía entre sus amigas de la parroquia.

    Una tarde que yo regresaba del trabajo abrí mi buzón y había una carta. Era un sobre grande con mi nombre escrito a máquina, lo abrí y contenía otro amarillento y sólo ponía mi nombre escrito con tinta de estilográfica. Me sorprendí un poco, hacía tiempo que no veía una caligrafía así con cada letra unida a la siguiente y formando caprichosos trazos y levemente inclinada a la derecha. No llevaba remite. La empecé a leer en el ascensor.
    
    “11 de mayo de 1966.
    Sobrino, soy tu tía Evelina. Cuando leas esta carta llevaré muerta más de 10 años.Ya debes tener más de 20. He dejado escrita esta carta antes de mi muerte, sé que moriré en unos meses según me dijeron los médicos. Mi abogado tiene instrucciones de no dártela hasta  el día que coincidiera con el décimo aniversario de mi muerte. No, no pienses que esto es una notificación para citarte en el despacho de mi abogado porque te dejo algo en herencia, no. Sólo he querido que recibieras esta carta para fastidiarte, para decirte que nunca os he querido ni a ti ni a tus hermanos y que teneros en mi casa era el peor de los martirios para mí. Estaré muerta sí, y seguramente lo celebras, pero ahora me estás leyendo y de nuevo vuelvo a estar viva, porque lees mis palabras, es como si yo te estuviese hablando cara a cara. En mi tumba estoy tranquila, pero tú seguirás sufriendo por tu fealdad, porque mira que eres feo. No sabes lo que me estoy riendo en estos momentos, ojalá me muriese de risa. ¡Feo, más que feo! Tu tía Evelina, que está encantada por haberte dado este mal rato.”

    Me quedé atónito. Lo primero que hice fue mirar bien los sobres a ver si veía algún membrete del despacho de abogados que me mandó la carta, pero no había absolutamente nada. Cuando llegué a casa hallé a todos muy serios, mis padres, mis hermanas Guillermina, Nélida y mi hermano Calixto. Todos estaban con las caras demudadas. Todos bajaron la mirada hacia el sobre que aún llevaba en una mano.

    -¿Tú también has recibido una? –me preguntó mi padre- la muy… que encima que dejó toda su fortuna a la parroquia, nos esté jodiendo la vida aún después de muerta.

    Sí, todos mis hermanos habían recibido su carta el mismo día. Me preguntaron qué me decía en ella, pero me negué. Me dolía mucho mi fealdad y me daba mucha vergüenza de que leyesen mi carta, pero finalmente accedí, porque comprendí que si no lo hacía me iba a quedar con las ganas de saber el contenido de las cartas que habían recibido los chicos.
    La de Guillermina fue más que cruel:
   
    “11 de mayo de 1966.
    Soy tu tía Evelina. Estoy muerta, ya sabes que morí hace 10 años. Ya debes estar casada o a punto de hacerlo. Pronto cumplirás los 22. ¿Recuerdas lo que me molestaban tus gritos a todo momento? ¿Y recuerdas lo que te dije sobre las sirenas?
    Estoy segura que siempre te acuerdas de mí. Eso me satisface, ya que una debe perpetuarse aunque sea inspirando malos recuerdos. Ahora que ya estás en edad de ser madre quiero sobre todo una cosa: que a la hora de parir a cada uno de tus hijos y oigas su llanto por primera vez, que te acuerdes de mí. Quiero que siempre te acuerdes de mí, ese será tu castigo, acordarte de la persona que más aborreciste. Espero que esta carta te haya amargado el día.”

    Esta es la de Calixto:
   
    “11 de mayo de 1966.
    Soy tu tía Evelina. Como recordarás, hace 10 años que fallecí por tu culpa, ya que sabes muy bien que tú produjiste en mi corazón un daño irreversible. Supongo que seguirás siendo igual de ladrón, porque la cabra siempre tira al monte. Vaya regalo para tus padres –se lo merecen, tu madre no tenía que haber parido tanto para verse obligada ella y tu padre a emigrar y encasquetarme a sus hijos, con lo tranquila que yo estaba en mi casa- He querido escribirte para que no me olvides, tendrás ahora 18 años. Pronto conocerás la cárcel y serás un bicharraco con olor a celda, la cara se te pondrá pálida. Todos los que no tienen libertad se les quita el color del rostro, parecen cadáveres. Serás un hombre patético y aún en libertad la soledad carcomerá  tus horas y así será siempre. Supongo que hoy habré fastidiado tu sonrisa, era la idea.”

    Y  por último esta es la carta que recibió Nélida:
  
    “11 de mayo de 1966.
    Soy tu tía Evelina. Supongo que a tus 26 años estarás guapísima. Siempre fuiste la más guapa de tus hermanos y tú lo sabías, te pasabas el día contemplándote en los espejos de mi casa, incluso te besabas tus propios labios en el espejo de mi ropero. Aprovecha estos días de juventud y belleza porque de aquí a unos años se te deteriorará mucho. No olvides lo que te dije. Serás fea, vieja. Aún contemplando tu belleza en fotos, aún disfrutando de ella por los piropos de los demás, siempre estará mi sombra  en medio de todo eso y mis palabras recordándote lo fea que serás y lo vieja. No disfrutas a plenitud de tu belleza porque me tienes a mí martilleando tu memoria, y por la tanto tu belleza tiene un velo triste, un velo que no te puedes despegar del rostro, y tus ojos nunca brillan como quisieras porque te acuerdas de mí. ¿A que te he arruinado el día?”

    No comprendo a la tía Evelina. Sólo una loca haría algo así, molestarnos después de muerta con esa serie de maldades.
    Pasaron muchos años después de aquello. Jamás olvidé aquella carta y estoy seguro que mis hermanos tampoco. Después de todo la tía se estaba saliendo con la suya: tenernos adheridos a ella y a su maldad y que su recuerdo nos hiciese infelices en esos momentos en que venía irremediablemente a nuestra memoria.

    Una tarde sonó el teléfono. Era Nélida muy alterada. Había recibido una carta similar a la que habíamos recibido veinte años atrás. Me dijo que Calixto la llamó y que a él le llamó Guillermina para decirle lo mismo: que habían recibido una nueva carta. Aquello se estaba convirtiendo en una pesadilla.
   -Pues yo es que no he bajado aún y no sé si tendré algo en el buzón. Me visto y voy enseguida a ver.
    En efecto un sobre grande con otro sobre aún más amarillento que el anterior con la misma letra. Era inconfundible, era de ella, de mi tía Evelina. Mi padre había muerto hacía 5 años y mi madre seguía en la casa familiar ya sola, porque todos nos habíamos casado o emancipado hacía ya algún tiempo. Decidimos quedar en casa. A las 8 de la tarde estábamos todos reunidos. La primera en llegar fue Nélida. Estaba nerviosa, con un cigarrillo que le temblaba en los labios cada vez que daba una calada.
    -Esto ya es demasiado, Ber, ¿no tuvo otra cosa que hacer que ponerse a maquinar un plan para martirizarnos de por vida? Cuánto la odio, iría ahora mismo al cementerio para gritarle cuánto la odio.
    Nélida siempre fue la más visceral, la que poseía el carácter más fuerte que ninguno de todos los de la familia. Comencé a leer su carta:

    “11 de mayo de 1966.
    Soy tu tía Evelina de nuevo.  Dije a mi abogado que tuviera guardada esta carta y las de tus hermanos hasta 1996 y si por esas fechas ya no ejerce, que pasase todo a otro abogado de su confianza para ser mi nuevo albacea, de esa manera aseguré que os llegasen las cartas en su momento apropiado. ¿Y por qué creo que es apropiado el que recibáis estas cartas tras veinte años de las últimas? Porque ahora os pillo en plena madurez, a ti con 46 años, a Calixto con 38, a Guillermina con 42 y al feo de Bernardino con 40. Me encanta la idea de que lo mejor de tu juventud se lo haya comido la vida. Ya hará tiempo que no te pasarás contemplando tu belleza en los espejos, sobre todo porque se estará desdibujando el contorno de tu cara y las patas de gallo las tendrás ya bastante desarrolladas, incluso estarás acudiendo a los tintes para que aquel hermoso pelo negro que tenías, continúe siendo negro, y no hay nada más patético que una morena ya vieja, se pinte el pelo aún más negro que el suyo natural, eso acentúa mucho más la edad, sobre todo si se tienen ya arrugas. Ya no serás tan bonita como hace veinte años, ¿verdad? Ahora serán tus hijas las más guapas de la casa, no tú, tú irás pasando a un segundo, o tercer plano. ¡Qué fea es la vejez! Porque si siempre se ha sido del montón, pues de vieja eso no se nota demasiado, incluso hay gente que gana con los años, pero cuando se ha sido tan inmensamente bella como tú has sido, debe ser una tragedia muy grande. Ya estarás descubriendo que te dicen menos cumplidos hasta que llegue el día –que te llegará- en que nadie te lo diga ya y si alguno lo hace, tú sabrás que se trata de una mentira piadosa. Una mentira, en eso te convertirás.
    Espero haberte puesto nerviosa y que tu ira esté a flor de piel en estos momentos. Conozco tu mal genio”

    -Todo esto es inverosímil, Nélida, no puede estar ocurriendo. ¿Es que nunca nos va a dejar tranquilos esa demonia?
    Sonó el timbre de la puerta y eran Guillermina y Calixto que vinieron juntos. Calixto la pasó a recoger.
    -Bueno, os voy a leer mi carta. Veréis que no tiene desperdicio –dije-
   
    “11 de mayo de 1966:
    Sobrino, debes estar más feo que nunca, con tu nariz doblada, porque con los años ese apéndice sigue creciendo, así que encima más grande. Habrás podido darme la razón cuando te dije que todas las chicas huirían de ti. Estoy segura que no me equivoqué. Porque si con un guapo no se come, con un feo se les quitan a una las ganas de comer. No sé qué me pasa que siempre que me dirijo a ti me entra la risa. Estoy enferma y la risa que me produces me da fuerzas. Ninguna chica quiere pasear con un fenoméno de feria, y eso es lo que tú siempre has sido. Ahora te imagino obeso, con un vientre descolgado y fofo, con tu cara llena de pequeñas cicatrices de aquellos horribles granos que siempre tuviste. Una joya, vamos. Si nunca quise tener hijos fue por no correr el riesgo de tener uno como tú. Tú tienes los genes de mi padre que era igual de feo que tú o más y cabía la posibilidad de que mi vientre engendrase algo así. Tu tío siempre quiso ser padre y murió con ese deseo no satisfecho y todo por culpa tuya y de mi padre ¿Por qué nacísteis tan feísimos? De niña me hacían llorar cuando me decían que yo era la hija del feo del pueblo. Siempre me dijeron que cuando me casara me iba a convertir en la madre de los niños más feos de todos los pueblos vecinos  y aquello se me quedó grabado dentro de mi cabeza como si me lo hubieran tatuado con fuego. Cómo os odiaba a ti y a tus hermanos, a ti quizás menos porque tu fealdad no me ocasionaba ninguna envidia, pero a tus hermanos… oh, cómo odio a tus hermanos, son los tres preciosos, sobre todo tu hermana Nélida, ella es a la que más aborrezco. Sólo me consuela que los años les dejará irreconocibles, que no será para siempre su belleza.
    Supongo que no esperábais  ni tú ni tus hermanos otra nueva carta, pero así son las cosas. Algún día seré más joven que todos vosotros, anota esto”

    -La verdad es que esto es como un mal sueño. ¿Es que nunca nos va a dejar tranquilos? –exclamó Guillermina llorando-
    -A ver, muéstranos la tuya –dijo Nélida limpiándole las lágrimas con un pañuelo que sacó del bolso.
    Guillermina ya venía con la carta en la mano y empezó a leérnosla:

    -"11 de mayo1966 (siempre la misma fecha, ¿os habéis dado cuenta? Todas las cartas las escribió el mismo día, se debió tirar el día entero escribiendo. Bueno, sigo:)
    ¿Qué? ¿Te acordaste de tu tía Evelina cuando escuchaste el primer llanto de los niños que pariste? Estoy segura que sí. Estoy convencida que incluso en los embarazos te horrorizabas pensar en que eso pudiera ocurrirte. Y te ocurrió, ¿a qué sí? Pues no sabes cuánto me alegro, hay que acordarse de la familia de vez en cuando. Seguro que no te sabrían a gloria los llantos de ellos cuando te despertaban de noche con sus gritos. Para que veas lo que molestan y tú eras la niña más chillona y odiosa del mundo.
Creí volverme loca en más de una ocasión por tu voz, no te soportaba. Nunca te quedabas afónica, qué buenas cuerdas vocales las tuyas, mujer. Dirás que no tengo argumento para que te odie tanto. Bueno, no, no lo tengo, pero te tengo que odiar, así de simple. Eras bonita, la niña que siempre quise tener, y como la única queja que tengo de ti es tu manera de gritar, pues en ello me escudo para odiarte a gusto como odio a tus hermanos. ¿Le has hablado a tus hijos de mí, de la tía Evelina? Como soy un mal recuerdo, a lo mejor no lo has hecho, pero me da igual. Lo importante es que me recuerdes tú y sé con certeza que nunca me has olvidado, y menos que me olvidarás a partir de ahora…”

    -¿A qué se referirá con esto último? Suena a amenaza. ¿Pero, qué estoy diciendo? Cómo puede amenazarnos una muerta? Lo que quería era asustarnos, era mala, dañina como una alacrana venenosa –dijo Nélida-

    -Pues fijáos en la mía –dijo Calixto- :

    “11 de mayo de 1966:
    Calixto, Calixto, siempre te has pasado de listo.  (¿No os reís, chicos? antes os hacía mucha gracia) Estoy segura que te habrá ido muy mal en tu vida. Todo lo que tocabas era ajeno y todo lo que tocabas lo hacías tuyo. No, no te quise denunciar a la Guardia Civil, ni avergonzarte ante tus hermanos, pero no por miramiento hacia ti, sino por mi fama de buena católica, y eso para mí era muy importante. No podía permitir que los niños que yo catequizaba te tuvieran a ti de mal ejemplo y por eso callé y me tuve que morder la lengua y guardar mis manos para no abofetearte, que era lo que yo deseaba con todo mi corazón, darte de palos. Por tu culpa llevo 30 años tragando tierra –espero que cumplan con mi voluntad de no meterme en un nicho- Ya estará podrido mi féretro y la ropa con la que me amortajaron. ¿Me visualizas? Me alegro, te mereces imaginarme con los ojos secos, que mi esqueleto te quite el sueño. Hoy aún podría haber estado viva, porque muero a los 41 años. A ti te culpo y quiero que lleves esta culpa cada noche a tu cama y te duermas acongojado.”

    -Cuánta crueldad hay en estas cartas. Nunca pude imaginar que pudiese existir gente con una mente tan diabólica, tan destructiva –dijo Guillermina con la cara llena de lágrimas, dándole un beso en un brazo a Calixto-

    -Es cierto que mi hija es guapísima, pero eso me enorgullece como madre. ¿Cómo pudo esta mujer pensar, que yo iba a ser desgraciada contemplando la belleza de según ellas, mis hijas, porque sólo tuve una? –dijo Nélida-

    -¿Y yo? Yo nunca he pisado  una cárcel, bastante caro estoy pagando aquel dinero que le quité del monedero. Luego nunca más lo volví a hacer. Aunque ella no me lo hubiese estado recordando durante treinta años, yo deduje que eso era malo y que no se debe robar. Sus deseos de verme hundido y en una cárcel es lo que más me estremece. Sí, en una cosa ha triunfado. Ella quería verme amargado y lleno de remordimientos por haber sido el causante de su empeoramiento y eso siempre lo voy a lamentar, cada día de mi vida lo voy a lamentar. Pero os voy a decir otra cosa: desde hoy mismo voy a aprender a no lamentarlo tanto, y a pensar que una persona tan mezquina no merece que yo sufra por algo que cometí de pequeño, cuando no se razona las cosas tanto . Desde hoy sólo voy a sentir una cosa respecto a esta mujer: que soy feliz porque una persona que nos odiaba tanto ya no tiene poder para hacernos daño. Aún soy muy joven y puedo limpiar mi conciencia a partir de ya.

    -Muy bien, Calixto, me enorgullezco de ti por no abrigar odio en tu corazón. Nosotros llevamos su misma sangre, sí, pero la sangre no tiene nada que ver con el espíritu y nosotros tenemos una fuerza de vida muy diferente y es imposible que podamos ser tan malvados como ella –dije con emoción-
     
Hicimos lo que nunca habíamos hecho: abrazarnos en un corro. Así estuvimos unos instantes, sin decir nada. Sólo nos limitamos a sentir.

    Acaba de entrar el año 2011. Estoy a punto de cumplir 55 años. Siempre que he abierto el buzón lo he hecho con recelo, con temor de que de nuevo recibiera otra carta de la tía Evelina. Eso me ocurrió durante muchos años, pero últimamente ya ni me acordaba. Hace dos días lo abrí como cada mañana y se me heló la sangre. De nuevo un sobre grande con mi nombre y dirección escrito a máquina. Lo abrí temblando, todo yo estaba estremecido. Sentí más miedo que las veces anteriores.
    Aparte del sobre –mucho más amarillo que los anteriores- había un aviso para recoger un paquete. Me quedé muy sorprendido con todo aquello y comencé a leer la carta de tía Evelina:
   
    “11 de mayo de 1966 –siempre esa horrible fecha, siempre-
    Hola sobrino. ¡Cuánto tiempo, ¿no?! Pues nada, que después de 15 años de la última carta, aquí me tienes de nuevo, en mi lecho de muerte, temblando ante la idea de morirme, me da mucho miedo la muerte, aunque durante años haya enseñado que la gente va al cielo cuando muere, seguramente ni yo misma me he creído eso nunca. Soy consciente de que no estoy adherida a la bondad cristiana y por eso me da tanto miedo de la muerte, de su oscuridad… pero he disfrutado lo mío odiándoos, eso no me lo quita nadie. 
    Con esta carta te adjunto un aviso para que recojas un paquete. Hasta siempre y que sepas que me he divertido mucho hoy con la idea de haberos fastidiado la vida. Tu tía querida, Evelina.”

    Llamé a todos a ver si habían recibido lo mismo y me dijeron que no. Me vestí como pude y salí corriendo hacia la oficina de correos. Presenté el aviso en el mostrador y me entregaron un paquete grande, y otra carta. Allí mismo la abrí y la leí:
   
    “11 de mayo de 1966:
    Bernardino, no abras el paquete hasta que estéis reunidos tus hermanos y tú.”

    Desde allí mismo fui llamando a cada uno para decirles que fueran a casa inmediatamente. Cuando llegaron todos, lo abrí. Contenía cuatro paquetes más pequeños, envueltos en un feo papel de estraza y atado con una cuerda de yute, cada uno con nuestros nombres y los fuimos abriendo. El de Nélida contenía un espejo, el de Calixto un monedero de mujer, el de Guillermina un juego de tapones para los oídos y el mío contenía dos cosas: una careta con el rostro de Paul Newman y una araña disecada.

    “Nélida, ahí llevas un espejo, para poder ver tus horrorosos 57 años”
    “Calixto, ahí tienes mi monedero tan vacío como lo dejaste”
    “Guillermina, te obsequio con un par de tapones para que se los dés al que te tenga enfrente y no escuche tu horrible y estrepitosa voz”
    “A ti, Bernardino –que hasta el nombre lo tienes bonito, hijo- te doy una careta para que veas que todo tiene arreglo en esta vida, y una araña para que la pongas encima del televisor, lucirá mona”
    Os espero pronto. Vuestra querida tia Evelina”

    -La muy cerda… -dije- se me está ocurriendo algo, chicos…
   
    Fue pensarlo, exponerlo a mis hermanos y en media hora vernos todos en el cementerio. Encargamos que exhumaran los restos de tía Evelina y los metiesen en un nicho, el único lugar del mundo que ella odiaba estar.

    Han ocurrido más de 25 años de eso, ya somos todos muy viejos. Corre el año 2037. Seguimos vivitos y coleando creo que tan sólo por llevar la contraria a tía Evelina, que nos quería ver pronto con ella. 
    Aún recibimos una última carta de ella el año pasado sólo para mofarse de nuestra vejez:

    "¿Creíais que ya no íbais a recibir más noticias mías? qué poco me conocéis. Han pasado ya 70 años de mi muerte. Si aún seguís vivos debéis estar monísimos. No os podéis imaginar cómo he disfrutado haciéndoos la puñeta y más aún sabiendo que siempre seré más joven que vosotros. Siempre, siempre seré mucho más joven. Pronto la vida se os acabará -muy pronto-"

    Al leer aquellas perversas palabras no pude evitar acordarme de un texto bíblico que aprendí hace muchos años y que me hicieron sonreir. Lo escribió Salomón en su libro de Eclesiastés:


"(...) porque un perro vivo está en mejor situación que un león muerto.  Porque los vivos tienen conciencia de que morirán; pero en cuanto a los muertos, ellos no tienen conciencia de nada en absoluto, ni tienen ya más salario, porque el recuerdo de ellos se ha olvidado.  También, su amor y su odio y sus celos ya han perecido, (...)"


    Y cuán ciertas son estas palabras, porque aunque ella hubiera querido odiarnos perpetuamente, la muerte lo anula todo. Por mucho que se empeñase, ella ya no puede odiarnos, simplemente ya no es. Ni su cerebro ni su corazón pueden amasar más ese sentimiento. Y... sí, siempre será más joven, pero más poder tiene un viejo vivo que un joven muerto. Por eso sonreí al acordarme del pasaje bíblico, porque aún continuamos vivos. Viejos, sí, pero vivos.



    Plastificamos sus cartas y las expusimos para escarnio público de doña Evelina Yustos Brizuela junto al sempiterno ramo de cardos que le pusimos encastrado a la lápida. El tiempo hará que hasta el plástico que protege su odio condensado en esas cartas, se pudra. Esas cartas desaparecerán cualquier día, incluso ésta última carta, que también luce allí. 
    Aún se puede leer en el epitafio de su nicho estas palabras:

    “FUI MALA, NO, PEOR QUE MALA: FUI MALÍSIMA”


    Fuengirola, 1-2 de diciembre de 2010  

sábado, 13 de noviembre de 2010

...Y FUI HIMALAYA

El amor me despertó una mañana.
Era triste y lluviosa, fría y melancólica.
Pero el amor me despertó
y tu voz se adhirió a mi oído
como la luna al mar.
Éramos tan jóvenes, tan llenos de ilusión,
era tanta nuestra avidez de explorar la vida,
el mañana, el instante siguiente...
Mi piel latía por ti, y mis ojos, y mis labios.
La vida me inyectó su esplendor,
su cénit y fui Himalaya por ti.
Desde aquella cúspide sentía paz,
amor por todo
cuando me imaginaba al mundo en paz,
y lleno de amor, como me ocurría a mí.
Pero la calina aquella tan hermosa
que yacía sobre las laderas
se convirtió en una niebla tenebrosa.
El amor me enseñó su otra cara:
el dolor, las lágrimas y tu muerte.
Desde entonces
he tratado de ser feliz,
de incrustarme a la vida,
pero al estar sin ti se me empaña todo.
El amor no me ganó la batalla.
Quiso salir de mí, pero no lo consiguió.
En mi corazón sigue exhausto,
sin una gota de aliento para hacerme más daño.
Mi mente y corazón se conjugan en tu recuerdo
y se enardece mi mirada.
Aún existe la luna y el Himalaya
y tu voz.
Ay, y cómo te sigo amando.

 

TÚ SABES COMO YO...

Tú sabes como yo que este amor nuestro
nos lleva cada día a la tristeza.
Tenemos que medir hasta los besos.
Tenemos que sufrir las consecuencias.
Tú sabes como yo, querido mío,
que ya lo decidimos un buen día,
que esto será siempre clandestino,
que no verán la luz nuestras caricias.
Ya sé que no podemos arriesgarnos.
Tú piensas en tu gente y yo en la mía.
Ya sé que no podemos ni mirarnos
con ese amor que existe en nuestras vidas.
Pero este mismo amor es tan inmenso
que cuando ve un obstáculo, lo esquiva
y el fuego que arde dentro de nosotros
se hace más intenso todavía.
Sigamos caminando por la noche
por esa calle oscura y tan vacía.
Dejemos para siempre los reproches
y sígueme queriendo, vida mía.
Tenemos que esconder lo que sentimos
delante de esa gente incomprensiva.
Sigámosles el juego -ese es el trato-
aunque estemos manando hipocresía.
Pero ambos lo sabemos con certeza:
que nuestro amor es como el agua limpia,
tan limpia como el sol de tu mirada
y como el cristal limpio de mi risa.
Que siempre nuestro amor bese lo eterno.
Que andemos siempre juntos por la vida,
aunque tu silencio y mi silencio
nos despelleje el alma tira a tira.
Tú sabes como yo, cariño mío...
Tú sabes como yo, de la desdicha.
Tú sabes cómo escuecen los latidos
que salen de una víscera podrida.
Tú sabes como yo, saberse hundido.
Tú sabes como yo, de la desidia.
Tú sabes como yo, que este amor nuestro
nos curará por siempre las heridas
y tatuado lo tendremos en el pecho
lo mismo que una rosa sin espinas.

lunes, 8 de noviembre de 2010

EL DEDO ÍNDICE


    Ayer estuve viendo una película que siempre me pareció maravillosa -aunque cuando la ví en el cine Echegaray nos tuviéramos que salir mi amigo Paco y yo cuando venía una escena de sexo, porque nos daba vergüenza. Así que nos pasamos toda la tarde saliendo y entrando de la sala- y no recordaba que el marido de la protagonista le cortara el índice con un hacha, pero luego llegó su amante y le hizo uno de metal, precioso, precioso, para que ella pudiese continuar tocando el piano y las melodías de Michael Nyman. Vaya, os he destrozado el final -por si no habíais visto la película- pero ha sido sin querer, ¿eh?
    La verdad es que el dedo índice parece que no, pero es muy necesario. Ya me diréis cómo nos echaríamos el contorno de ojos sin él, o cómo podríamos hacer fotos con nuestra digital -con lo que a mí me gusta hacer fotos- o cómo podríamos probar la mahonesa que estamos haciendo. El dedo índice es muy activo, la mayoría de las cosas las hacemos con él, por ejemplo, no podríamos firmar ni una sola letra del banco, ya que es imprescindible -con la ayuda del pulgar y el dedo corazón- para poder sujetar el bolígrafo, para contar el dinero que sacamos del cajero, para pasar las páginas del libro que estamos leyendo, para llamar al timbre de las casas, para poner en marcha la lavadora y el lavavajillas, para restregarnos los ojos cuando despertamos...
    Sin embargo, aunque es un dedo muy laborioso, lo cierto es que hasta en las mejores familias no hay nada perfecto, porque no me digáis lo acusica que es. Siempre que queremos denunciar a alguien lo primero que hace nuestro dedo índice es ponerse erguido y señalar a esa persona. Y luego es muy suyo, muy separatista, porque cuando algunos de sus compañeros -estando como está en la misma mano- quieren realizar otras actividades, a él no le duelen prendas negarse en redondo a colaborar, como cuando queremos llamar al camarero con un chasquido de dedos, deja solos al pulgar y al corazón con todo el peso alegando que él no es tan ordinario como ellos como para hacer semejante bajeza -pero luego sí que saca los mocos de la nariz de la entera humanidad, el muy falso- ¿no es eso una vulgaridad aparte de una cochinada? Y luego es el más presuntuoso de las articulaciones: se pasa media vida alisando patas de gallo, desenredando pestañas, peinando cejas, colocando lentillas... Si no fuese tan suyo a lo mejor me caía bien, pero es un dedito que se las trae. Es el más cortante de todos. Cuando llega la noche se pasa callando a todo el mundo, y encima nos obliga a utilizar ese chiiiiiist que tan mal sienta a más de uno. Con esa acción no se siente ordinario. Nos tiene dominaditos. Y cuando dice que no, es que no, parece un parabrisas en pleno funcionamiento cuando dice que no a alguien. Y a cotilla no le gana nadie. Cuando vamos de visita, ala, lo primero que hace en el primer descuido de nuestro anfitrión es pasarse sin compasion por cualquier superficie para enterarse si hay polvo, ese es el bien hecho y el de modales exquisitos. Sus vecinos Pulgar, Corazón, Anular y Meñique se encierran entre sí de la vergüenza que pasan cada vez que a Índice le da por hacer eso.
    También es muy insinuante, cada vez que queremos que alguien venga a nosotros se pone a señalarnos arqueado y no para hasta que lo consigue. 
    Menos mal que de vez en cuando nos ayuda en pequeñas cosas como a subirnos las gafas cuando estamos leyendo, meterse en la anilla-tirador de los cajones para abrirlos, encender el ordenador, comprobar si el agua de nuestro baño no está demasiado caliente, girar las manecillas del reloj de pared cuando el cambio  horario, manejar nuestro Ipod, teclear una docena de letras de nuestro teclado...
    ¿Qué hubiera sido de Colón sin el índice? No me lo imagino con  otro gesto en las estatuas que vemos por ahí, señalando el Nuevo Mundo.
    Creo que es el dedo más expresivo que tenemos, se pasa el día entero hablando sin palabras y lo más gracioso es que le entendemos perfectamente, como si fuésemos expertos en dactilología.
    Sin él no existirían los clics del ratón de nuestro ordenador. Por cierto, Índice, ahora cuando ponga el punto y final haz el favor de dar un clic en "guardar".

Málaga, 8 de noviembre de 2010

viernes, 29 de octubre de 2010

UNA PALABRA DE HONOR

Siempre que le tuve pasaba con prisas,
nunca me dio tiempo asirme a él,
sólo una vez aminoró la velocidad
y me permitió que le tocara.
Sólo fue eso, un roce inocente.
un leve contacto que encendió de estrellas
mis cielos oscuros.
De repente, sin darme cuenta,
me ví de nuevo solo
y cuánta nostalgia sentí.
Pasaron años y años,
mi juventud se fue
y cuando ya ni me acordaba de él
surgió de nuevo en  una madrugada.
yo no le llamé,
ni siquiera pronuncié su nombre,
sin embargo, él fue quien vino a mí esta vez,
quien se adhirió a mí.
Y de nuevo vinieron los recuerdos.
Ya sin tristezas, ya sin nostalgias
y comprendí que fui favorecido por él
y que tenía que responderle sin rencor,
sin amarguras de ninguna clase.
Hoy su compañía ha llenado mi vida
de un aire limpio y renovado
y hasta siento en mis huesos
la vitalidad de la juventud.
Esta noche me sorprendí a mí mismo
dando brincos de gozo
por tener de nuevo el anhelo limpio
de oír una voz,
de sentir unos besos,
de embriagarme de ternura
por una mirada.
Hoy el amor se quedó conmigo.
Sin yo invitarle se instaló en mi casa.
Ya no tiene prisas.
Me ha dicho que me va a dedicar
todo el tiempo del mundo
y se ha disculpado
por haberme tenido olvidado,
por haber sido tan avaro
aquella primera vez
que creí haberlo hallado,
yéndose luego sin despedirse.
Me habló de que le hizo lo mismo a otro ser
y que decidió
de que ya iba siendo hora 
de unirnos,
de que nos diésemos de cara.
Y así ocurrió.
Ambos quisimos sellar
aquel deseo del amor
con una palabra de honor,
con una palabra que se introdujese
en nuestros corazones para siempre.

LOS CHORROS DE TU AMOR

Anoche quise morir
con los chorros de tu amor.
Una bella melodía
se tatuó en nuestros sentidos
y yo quise morir
con los chorros de tu amor.
Quise llorar,
quise gritar,
quise cegarme
mientras me mirabas.
Y yo sólo sabía 
que te estaba amando,
que me amabas
en la profundidad del ser,
que tu cuerpo
estaba aleado a mi cuerpo
y que ambos
llorábamos por dentro tanta dicha
nunca vivida por nadie.
Sólo nosotros sabemos de ella.
Nadie más, sólo nosotros.
Yo era un río en nuestro lecho,
un río quieto, sensible.
Y cuánto te amé.
Cuánto sentí 
los chorros de tu amor.
Estuve dentro
de un mar al amanecer
y ese mar se llenó de luz,
del regocijo de tu brisa.
La noche se hizo fuego
por nosotros,
se llenó del lamento callado
de nuestras bocas
que querían gritar,
que necesitaban gritar...
Y mientras tanto,
quise seguir muriendo
con los chorros de tu amor.

 

TRÁNSITO

Todo el día le tuve impregnado.

Noté su presencia tan cerca de mí
que sentí su fragancia de almizcle y de campo
en la curva eterna de mi sonreír.
Su aroma de hombre en mí se ha quedado.
Mi carne trasmina a canela y jazmín.
Su mirada turbia me sigue mirando
en el sueño absurdo de su malvivir.

Todo el día le tuve impregnado.

Me tapé la boca para no gemir.
De mi cuello aún cuelga el collar de nardos
de su aliento hermoso, de su voz varonil.
En mis noches en vela le tengo en mi olfato
y mis sábanas blancas se vuelven añil.
Todo se transforma en mi alcoba de pena.
Todo se oscurece y me quiero morir.

Todo el día le tuve impregnado.

En mis labios, los suyos calientes sentí.
Cuando abrí los ojos morí destrozado
cuando en nuestro lecho tan solo me ví.
Sólo aspiro a un triste epitafio,
a su llanto, cuando me vea morir.
Sólo quiero que me cubra el mármol,
yacer en mi féretro sin un sentir.
Y en aquellos minutos escasos
que en el tránsito se me deje vivir
querré sólo sonreír mientras muero,
sintiendo su oído en mi lento latir.

 

DE NADA SIRVE...

Cuando se va el murmullo de los niños
y el azul se vuelve niebla oscura,
creo oír tu voz en mis sentidos
y todo yo soy pena y calentura.
De nada sirve el tiempo que ha pasado
y haber llorado a gritos mi locura.
De nada sirve que hayas olvidado
que traspasaste mi mente con agujas.
Pues sigo aquí dibujando en mis sienes
tus ojos que me miran con ternura,
sin olvidar que un día, de repente,
tu amor murió, mordiendo mi cordura.
Y aquí quedé tan solo como un muerto
en este hoyo que es mi sepultura,
sin un ciprés que dé sombra a mi cuerpo,
ni epitafio con palabras de hermosura.
De nada sirve el tiempo que ha pasado,
ni que el espejo me ofrezca estas arrugas.
De nada sirve que tenga el pelo blanco
o que mis pasos sean rezos de amargura.
De nada sirven, sin tu piel, mis manos.
De nada sirve mi boca sin la tuya.
De nada sirven los pasos de estos años
-laberinto que me pierde en la espesura-
Soy una sombra que se mueve por la casa,
lo mismo que una nube en la llanura.
Soy pañuelo que no seca ya mis lágrimas.
Rostro azul por el beso de la luna.

 

EN LAS PENUMBRAS DEL ALBA

En silencio, en nuestra alcoba,
agarrado a la almohada
me desangré entre las horas
sin decir una palabra.
Mis ojos estaban fijos
al cristal de la ventana.
La noche se estableció
como la sal de mis lágrimas.
"¡Y que no viene, Dios mío!"
-en mi suspiro exclamaba-
"A quién le da sus caricias,
la locura de sus ansias?"
Y aquí me encuentro perdido
en las penumbras del alba
amarrándome las piernas
para no ir a buscarla.
¿Cómo dormir tan solo
en la oscura madrugada,
sintiéndola en otros brazos
resuelta y enamorada?
¡Cómo golpeo y muerdo
las flores de su almohada!
¡Cómo la beso, cómo la huelo,
cómo siento su fragancia!
Pronto se hará de día,
sus pasos oiré en la sala.
Me hará ver que está rendida
tras una noche tan larga
de ocho horas de trabajo
cuidando a esa pobre anciana.
Y yo sonreiré y la besaré en la cara
y en silencio seguiré muriendo
al oler los besos de otro
aún calientes de otra cama.

PORQUE SOY MARIQUITA

    Ahora un poema que escribí hace tiempo, dedicado a todos esos homosexuales que se les nota a la legua que lo son. Ellos son diana de los dardos de esa gente sinvergüenza, que disfruta humillándolos, de esa gente que luego sufrirán penas en sus vidas, porque la Vida siempre paga con lo que uno hace.
    Existen homosexuales que son muy "tíos o machotes" en apariencia y se salvan de la quema, siendo más mujeres en la cama que quizás uno con mucha pluma. Ahí van esas palabras escritas con toda la solidaridad de mi alma:

Si no me gustan las chicas
ningún mal hago por eso
¿o es que por ser mariquita
debo aguantar tus excesos?
Excesos en maltratarme,
en decir de mí, maldades,
en mofarte por la calle
de mi voz, de mis andares,
de la ropa que me pongo,
sin pensar que tengo madre.
A sus oídos un día
le viniste con mi "falta".
Ella de más lo sabía.
No tenías que decir nada.
Pero a solas se moría
de pena, por tu veneno.
Te quedarías tranquila
después de escupir tu cieno.
¿Qué mal te hago yo a ti, dime?
¿Qué mal hago yo a nadie?
Sólo puede redimirme
quien me quiere, con su sangre,
quien defiende mi postura,
quien acepta mis bondades...
¿Y tú eres voz cristiana,
que no se te olvida una salve,
ni una misa, ni un rosario
para luego criticarme?
Guarda tu misal y relicarios.
Tíralos al fuego si es preciso.
No te salvarán para tu cielo
ni tu falsedad ni tu cinismo.
Deja de asistir a procesiones.
Quítate la peina y la mantilla.
Mientras existamos maricones
estará tu ataque en la mirilla
acechando siempre mi pecado,
maltratando día y noche y con vigilia
cada cosa que digo y hago,
todas mis entradas y salidas.
Negro buitre tú eres,
que a  tu gente inculcas ira
contra mí, por diferente.
Y yo te bendigo encima.
Porque no permitiré
que en mí siembres tu odio.
Seguiré con buena sangre
para apagar tus enconos.
Quiero conseguir de ti
lo imposible, qué se yo...
Todo menos despreciarte.
Soy cristiano por los dos.
Así que deja ya tu lengua quieta
y descansa un poco de tu ataque.
Todos vivimos en la misma Tierra
y nadie saldrá de ella:
ni tú, ni yo, ni nadie.

 

LA VERDAD ES ACEITE

    A continuación quisiera dejaros un pensamiento que tuve en la tranquilidad de esta tarde lluviosa, de esta tarde de domingo fría y gris:

    La Verdad es aceite que calma las heridas,  pero si la aceptas, esa misma verdad puede convertirse en espinas que se claven en tu excepticismo, en tus intereses creados por verdades humanas, en tu convencimiento de que tu derrotero es el más óptimo, sin tomarte un sólo minuto para analizar otra opinión -quizás por temor a que ésta ahogue la tuya con la lógica y ver rotos todos tus esquemas-.
    Lo más honesto es escuchar, atender, y luego investigar por si resulta que estamos equivocados y por consiguiente, perdiendo el tiempo. No debemos temer que nuestro orgullo salga mal parado, porque, después de todo, ¿qué es eso, el orgullo...?
    Si realmente queremos ayudar, empecemos con nosotros mismos, empapémonos de la Verdad, de su esencia y reguemos a nuestro semejante con ella. Seguramente vendrán cuervos a nuestro encuentro que intenten picotear nuestro corazón para comerse la buena semilla sembrada, pero si lo hallan con reservas bien atrincheradas se irán y no lograrán nada.
    Seguramente hallaremos obstáculos, caminos llenos de piedras... pero eso no debe acobardarnos, si sabemos que al final de nuestra tribulación nos espera la Vida.
   Es posible llegar si nos adherimos a la Luz de lo aprendido y no fragmentamos la Verdad con nuestras verdades.

    Fuengirola, 4 de noviembre de 2001.

EL SEOL DE LOS HOMBRES ES EL SILENCIO

 
    Donde comienza la muerte, en ese lugar y momento, es cuando el último soplo de vida hace de nuestro cuerpo un pastoso volumen de materia. Todo se ha disipado. Ni las penas ni alegrías son recordadas.
    En ningún otro lugar -por mucho que el hombre se empeñe- podrá lograr que los pulmones comiencen de nuevo su ritmo automático. Sencillamente no está en nuestra mano el devolver la vida a quien ya, sin remedio, la perdió.
    Los ojos ya no se contraen con la luz, ya no juguetea con ella como antaño -la ha repudiado-.
    La muerte todo lo anula -hasta nosotros nos anulamos y llegamos a desauciarnos por gustar de ella-,
    Aunque no la queramos encontrar y deseemos darle la espalda cien mil veces y nuestra más completa desatención, siempre nos persigue, no se da por vencida y siempre caemos rendidos a sus pies por mucho que nos hayamos resistido durante toda nuestra vida. Cabalgando va con su pálido caballo casi con disimulo. Nos acecha. Sólo tiene un amigo: El Hades. Ambos se dan la mano cuando dicen: "Misión cumplida".
    Yo pienso mucho en mi vida y en mi posible muerte. Digo "posible" porque quizás no tenga que experimentar un óbito indeseado, pero soy consciente de que "el suceso imprevisto les acaecen a todos".*
    Siento en cada una de mis células una constante renovación sin límite.
    Cada uno de nosotros fuimos creados -sí, especialmente diseñados- para no saborear el amargo dulzor de la muerte. Sin embargo, ésta acontece por muy odiada que sea. Algún día dejará de ser.** La muerte va a morir en sí misma y ya no tendrá capacidad de sacar más alfileres salados de los ojos de la humanidad.
    Algún día -pronto, quizás más pronto de lo que pensamos- vamos a poder vivir sin el desasosiego que tenemos al saber de la existencia de la archienemiga de los árboles, de las rocas, de la garza y de la estrella de mar; la enemiga del crepúsculo y del fresco amanecer y del viento caliente que tienen los estíos del Sur. La enemiga de la vida. Nuestra enemiga sin precedentes.

    *Eclesiastés 9:11
    **Revelación (Apocalipsis) 21:4

    Fuengirola, 27 de julio de 1987.

LO MISMO QUE UNA PALOMA

Cuando recuerdo nuestro espacio,
esos momentos tan nuestros
que compartíamos en el mar,
con el ocaso, con aquellas gaviotas
que formaban un cúmulo de curiosidad
hacia nosotros...
todo mi ser se enardece
y mis pupilas se contraen
con el recuerdo de las tuyas
que tanto me miraban.
Cómo olvidar aquellos momentos,
aquellas horas en que permanecíamos
en silencio,
pero con el corazón dando gritos,
latiendo al unísono
por un mismo amor...
Tú eras yo y yo era tú.
Juntos éramos el mismo ser
y cuando estábamos lejos
nos desangrábamos,
nos moríamos
y todas las sombras de la Tierra
se plasmaban en nuestros rostros.
Cómo nos amábamos
y cómo sentíamos
en nuestras gargantas
la congoja más tenebrosa.
Quedábamos mudos, ciegos, sordos.
Cada uno era el centro del otro
y lo demás no importaba, 
podíamos compartirnos.
El equilibrio 
iba asido de nuestro brazo,
pero cuando nos pensábamos,
tú tan lejos y yo aquí...
entonces sólo teníamos voz
para pronunciar nuestros nombres,
sólo teníamos ojos
para leer nuestras cartas
y oído para escuchar
aquellas palabras leídas en voz alta.
Pero de la noche a la mañana
nuestros días claros
se convirtieron
en la oscuridad de la muerte,
de tu muerte
que aún embadurnan mis ojos
con el jugo de la pena,
de esas agujas
que se clavan en mi cara
y en este corazón
que aún sigue latiendo,
que aún te guarda en su adentro
lo mismo que una paloma,
lo mismo que aquella ola
que una vez acarició tus pies.

Fuengirola, 25 de marzo de 2002.

EN LA TARDE

El añil y el malva
se funden en el ocaso,
se besan como dos enamorados
que se encuentran en la tarde

Y los niños van derramando canciones
sobre las flores.

Una barca, dorada por el sol
duerme anclada sobre las quietas aguas
y mis ojos se llenan de paz
ávidos de hallar el olvido,
(pero de una inmensa paz...)

Y los niños van derramando canciones
sobre las flores.

La lentitud de mis latidos
me anuncian el estado de mi alma.
Y mi rostro se me antoja inexpresivo
como formado con un puzzle de hielo.

Y los niños van derramando canciones
sobre las flores.

Pero es inútil.
De nuevo su voz y sus ojos
vuelven a llamar con insistencia,
a reanudar mi congoja adormecida,
hasta que la noche me envuelva
con su narcótico manto.

Y los niños van derramando canciones
sobre las flores.

La brisa me trae
todo el aroma del mar,
pero también su risa
y su brazo en mi cintura
y sus silencios que decían tanto...

Y los niños van derramando canciones
sobre las flores.

Y yo, aquí, continúo en la tarde
con mi triste mirada
contemplando el idilio
que mantienen el añil y el malva.

Y los niños derraman flores
sobre mi dolor.

Málaga, 29 de junio de 2001 al 7 de julio de 2003.

TU BIEN, TU PAN Y TU VINO

¿De qué me sirven las horas
si no las gasto contigo?
¿De que me sirve mi boca
si no oyes lo que digo,
si no escuchas mis tequieros...?
Hoy mi verbo ha enmudecido
lo mismo que una calandria
deshauciada de su nido.
Quiero musitar a solas
que sin ti yo estoy perdido,
que sin tu voz me ensordezco,
se me pierden mis latidos
en un túnel tenebroso,
en una sima de olvido.
¡Oh, cuando me dé de cara
con tus besos, que adivino
como el frescor en el aire
del recién cortado trigo...!
¡Oh, tu mirada en la mía,
clavada como un cuchillo...
mi sonrisa que te embriaga
y te llena de suspiros...
la tuya que me provoca,
que me deja el alma en vilo...
que distorsiona mis penas
y enaltece mis sentidos...!
¿De qué me sirven mis horas,
si no las vivo contigo?
¿De qué, este amor sin caricias?
¡Tu presencia es lo que pido!
Noches de lluvia y fuego
hundiéndome a tu abrigo,
al cobijo de tu pecho,
a tus manos que bendigo
cada vez que me acarician...
sin conocerte, ya lo vivo.
Quiero ser tu sombra eterna
y la luz de tus caminos.
Quiero ser brisa en la tarde,
tu bien, tu pan y tu vino.

...Y MIS BRAZOS QUEDARON EXTENDIDOS

Cuando tu silencio se rompió,
cuando tu ausencia me mató,
cuando la desesperanza me hastió
y todo yo se llenó de sombras...

Cuando la vida me hacía daño,
cuando cada mañana amanecía
y tenía que soportar un día más sin ti
y mi corazón latía por latir...

Cuando tu voz enmudeció en mi recuerdo,
cuando tu sonrisa se convirtió en invierno,
cuando tu mirada ya no me veía
y mi garganta dejó de llamarte...
tú surgiste en la madrugada
embriagado de amor,
del deseo de ofrecerte todo entero
y mis brazos quedaron extendidos en la noche sin ti,
pero gritando por tu piel.

Ya las mañanas me hacen sonreir,
ya vuelvo de nuevo a sentir
que la Vida es mi aliada, mi cómplice
y de nuevo mi garganta
se llenó de canciones
y mi rostro volvió a tener luz,
la luz de la esperanza que me ofreces.

La eternidad es poco tiempo,
toda una vida no es suficiente,
necesito más, mucho más,
para estar contigo
y contar tú y yo juntos
los pétalos ardientes de nuestros besos.

SONETO DE MIS TEQUIEROS

Esas noches que creía ya perpetuas
hoy son claros mediodías de mayo.
Hoy galopan lo mismo que un caballo
las canciones que yacían en mí muertas.

Destruiste la ignominia de mis versos
y sacaste mi alegría desolada.
Mi garganta es canción desesperada
donde gira el carrusel de mis tequieros.

Soy torrente de esperanza, soy tu monte.
Soy camino de tu acento enamorado.
Soy tu cuándo, tu cómo y tu dónde.

Soy la brisa de tu playa, tu horizonte,
la palabra primera de tus labios
adherida a la mía con tu nombre.

 

jueves, 28 de octubre de 2010

DICEN QUE SOMOS DOS HOMBRES

El día que me ofreciste
lo tibio de tus labios
mi corazón sin latido
galopó como un caballo.
Porque así estaba yo,
así de triste y hastiado.
Tus besos fueron mi vida,
la juventud de mis años,
adormecieron mis penas,
la raíz del desencanto
y tan sólo en un momento
reviviste lo enterrado.
Ahora la gente murmura
desde el zaguán al tejado,
en caminos y en plazuelas,
en ventanas y vallados.
Dicen que somos dos hombres,
que vivimos en pecado,
que ofendemos sus aceras
al tomarnos de la mano.
Nos condenan fríamente,
nos escupen los muchachos,
somos carne de sus piedras,
del veneno de sus labios.
No se imaginan si quiera
el dolor que están causando.
Pero por mucho que digan
y maldigan sin descanso
no podrán evitar nunca
mi caricia en tu costado,
ni tu tequiero en mi oído,
ni la flor de nuestro abrazo.
Yo soy tuyo y tú eres mío.
Nuestro amor es más sagrado
que sus misas y plegarias,
que su desdén y su asco.
Esperaremos a la noche,
a la soledad de algún banco,
para llenar de aire fresco
nuestro amor martirizado.
Llenaremos de caricias
cada esquina, cada árbol,
cada farola apagada,
cada portal y rellano.
Y jamás conseguirán
-por mucho encono empleado-
que escapemos por cobardes,
sucios y avergonzados.
El amor nos limpia a todos,
nos convierte en agua y espacio,
acrisola los errores
y nos deja inmaculados.
Sígue dándome tu boca,
la ternura de tus manos,
lo eterno de tu presencia
y lo firme de tus pasos.


LAS DOS CARAS DE UN AMOR

    Muy señora mía.
    Me he decidido a escribirle para ponerle al corriente de algo que está ocurriendo en su vida, algo que usted ignora completamente y me siento con el deber moral de contárselo. Si no lo hiciera, créame, el respeto que aún siento por mí misma estaría por los suelos.
     De manera casual, hace un par de días pude enterarme de su existencia. Estaba buscando unos zapatos en el vestidor y dentro de una caja hallé una llave. Desde siempre tuve curiosidad de saber qué podría guardar Ricardo en uno de los cajones de su escritorio que siempre permanecía cerrado, así que cuando ví aquella llave en seguida se me vino a la cabeza el cajón y, en efecto, no tuve ningún problema al abrirlo. Había talonarios de cheques y una foto en blanco y negro de una mujer con la siguiente dedicatoria: "A mi querido Ricardo con todo mi amor, Isabel", y fechada en 1962. En seguida me puse a mirar las matrices de los talonarios para averiguar a quiénes fueron extendidos aquellos cheques. Siempre iban dirigidos a un colegio de Salamanca y a una tal Isabel Robledo Saavedra.
     Por supuesto, le pedí explicaciones a Ricardo y al verse entre la espada y la pared no tuvo más remedio que confesarme que está casado desde hace más de treinta y cinco años, y que, sin saber cómo, llevaba una doble vida. Créame, señora, en ese momento quise desaparecer del mapa, que me tragase el suelo que estaba pisando. Le dije que me iba, que no podía permanecer más tiempo frente a él, pero que cuando volviese no quería volver a verle de nuevo en mi casa, que sacara todas sus cosas y me olvidara para siempre, y le grité con toda la rabia del mundo que no se atreviera a volver. Me sentí tan estafada, tan de poco valor...
     Ricardo y yo nos conocimos hace veinte años en Valladolid. Nos presentó el novio de una amiga mía y comenzamos a salir los jueves, pues decía que durante la semana estaba siempre de viaje por asuntos de trabajo, incluso los domingos los tenía ocupados. Así estuvimos unos ocho meses, pero estaba comenzando a parecerme extraño que en todo aquel tiempo no me hablase de los proyectos que tenía para nuestro futuro, pues yo consideraba que nuestra relación estaba consolidándose y nunca dudé de su honestidad hacia mí, así que me armé de valor y uno de aquellos jueves se lo expuse. Me dijo que él no creía en el matrimonio y que no veía necesario firmar ningún documento para que dos personas pudiesen vivir juntas. Yo por aquel entonces estaba muy enamorada de él y no me importó su postura, así que decidí vivir en pareja con él. Seguramente no se esperaba aquella reacción mía y ya no se pudo volver atrás, así que, desde entonces, hemos vivido juntos en mi piso. Quiero que sepa, señora, que él nunca me ha mantenido, yo tengo un trabajo muy bien remunerado y los gastos de la casa lo llevábamos entre los dos. Nunca he llegado a sospechar nada de esto, créame, pero la realidad a veces supera a la imaginación del mejor novelista.
     Quiero que sepa que no quiero absolutamente nada de él. No quiero agracederle nunca nada de lo que pudiera ofrecerme. Aún soy muy joven, y puedo rehacer mi vida.
     No quiero que piense que le he escrito esta carta para vengarme de él y hacerle daño a usted. No, usted no tiene ninguna culpa en este asunto y por lo tanto, lo único que usted me puede inspirar es solidaridad porque le está ocurriendo lo mismo que a mí.
     Ricardo no lo sabe, pero he podido averiguar su dirección, pues cuando hablé con él pude confirmar mis sospechas de que usted vivía en Salamanca, y de que aquel colegio donde eran enviados los cheques era el de sus hijos, así que, con sólo ir a la Central de Telefónica y buscar en la guía de Salamanca pude hallarla sin ningún problema.
     No es justo que le demos a un hombre lo mejor de nosotras mismas y luego nos lo pague de esta manera, no es justo. Me va a costar mucho volver a creer en los hombres, mientras tanto, me refugiaré más en mi trabajo, no voy a permitir que esto me hunda, tampoco lo permita usted, señora. Él ya está mayor y no creo que la vuelva a engañar, así que, si usted pudiera perdonarle, creo que sería lo mejor para todos. Es increíble que sea yo la que le pida que le perdone, pero no puedo evitarlo, le quiero y siempre estará muy dentro de mi corazón, y me consta que él también nos quiere a las dos, si no, ya hubiera elegido a alguna. O, ¿quién sabe? quizás no haya hecho nada por cobardía. La verdad es que esta situación ha desorganizado totalmente mis esquemas y ya no sé qué pensar.
     Haga lo que crea más conveniente, y, créame, señora, si yo hubiera sospechado que existían usted y sus hijos, jamás se me hubiera ocurrido interponerme en sus vidas, pues, yo misma, sin ser su esposa me siento ultrajada y con una vergüenza terrible, así que imagino cómo podrá sentirse usted. No soy su enemiga, así que espero que usted tampoco lo sea y que algún día, cuando todo esto se haya aplacado un poco, podamos vernos y hablar. Créame que siento todo esto enormemente.

     No quiero terminar esta carta sin explicarle algo que quizás usted se esté preguntando. No, no tengo hijos de su marido. Ahora comprendo su negativa a mi planteamiento de tenerlos, pués él ya contaba con dos. Me ha negado el derecho a ser madre, viendo mi instinto maternal, pero me aguanté porque le quería...
     Bueno, señora, paso ya a despedirme. Nunca dejaré de sentir todo esto.

    Gloria.

    Málaga, marzo de 2001

LA ÓPERA ES SUEÑO

    Este escrito que os voy a poner a continuación está dedicado a mi querida amiga Otilia, una gran soprano, una gran poeta, pero como persona y como amiga no encuentro calificativos. Así es ella.


    Una noche te acostaste y al quedarte dormida tus deseos se metieron en tu sueño.
    Estabas en la Scala de Milán detrás del rojo telón de terciopelo.
    Tú ya estabas preparada, ataviada con aquel precioso vestido blanco victoriano y con tu cara exageradamente maquillada, como mandan los cánones del teatro.
    Podías oír el murmullo del público y los músicos probando sus instrumentos. Allí permanecías sola espe- rando a enfrentarte con un aria. Tus piernas apenas podían sostenerte, al igual que le ocurría a Violet -la heroína que estabas a punto de encarnar-.
    De pronto se oyó un apoteósico aplauso dirigido al director de la orquesta que acababa de aparecer. Luego comenzó a callarse el murmullo de la gente, por lo que dedujiste que las luces del teatro ya se apagaron. Todo quedó en silencio.
    En tu estómago nacieron palomas, pero apenas lo advertiste cuando, de pronto, comenzó a sonar el preludio de tu canción. Cerraste los ojos y tu rostro pudo sentir la brisa del pesado telón que subía con gallardía. Tu mente y corazón estaban dominados por la melodía que acariciaban tus oídos. De tu garganta comenzó a brotar una cascada de ecos y arpas, entonces tus ojos se abrieron y notaste que no estabas sola, podías sentir los latidos de cada una de las personas que te estaban escuchando.
    Los focos que te iluminaban impedían ver sus rostros, pero podías sentir que lloraban con la misma pena que sentía Violet.
    La mañana llegó y tu rostro se apagó cuando notaste que tu público no era más que tu muñeca, pero tu garganta comenzó a cantar y a cantar y te hiciste mayor y tu sueño se hizo realidad.
    Pudiste sentir la calidez del público y la fresca brisa del telón al subirse y las palomas en tu estómago. Ahora ya puedes ser, no únicamente Violet -aquella pobre tísica que moría de amor- sino también Julieta, Desdémona, Marta o hasta la mismísima Cleopatra.

     El 13 de enero de 2005, Otilia se durmió en la muerte tras una larga enfermedad.

    Siempre estás conmigo, mi niña preciosa.