jueves, 28 de octubre de 2010

UN TÉ EN EL ESCRITORIO

    Cariño, ¿te apetece un café? Acabo de poner la cafetera al fuego. Mientras se hace me voy a sentar un rato contigo. Estaba en la despensa cogiendo un paquete de azúcar y me puse a pensar en todos estos años, amor mío. ¿Qué felices hemos sido, verdad? y de qué manera nos hemos encargado tú y yo de que nuestro amor se hiciese cada vez más grande. A mí personalmente no me ha costado absolutamente ningún esfuerzo amarte, siempre has sido tan considerado conmigo, tan cariñoso, he recibido de ti tantas y tantas satisfacciones, mi vida... Siempre estuve incluído en tus planes, incluso hasta antes de conocernos, ¿lo recuerdas? Desde el mismo principio estuviste resuelto en que si lo nuestro era amor, que mandabas a paseo todo lo que obstaculizase el que pudiéramos estar juntos.
    Mi vida, lo nuestro fue muy fuerte. No hicimos más que conocernos, anulamos nuestros perfiles de aquella página de internet, no nos interesó conocer a nadie más. Luego... bueno, todo vino solo, nos dejamos llevar porque siempre creímos que esto podría valer la pena.
    Nunca olvidaré aquel 25 de febrero, era sábado. Fue el día en que decidiste venir a conocerme a Málaga desde Madrid. Temía tanto que todo se viniese abajo, que no nos gustáramos en persona...
Recuerdo que llegué a la estación media hora antes, allí estuve visualizando una y otra vez nuestro primer encuentro, teníamos tantas ganas de sentir nuestros cuerpos fundidos en un abrazo... Ahí empezó realmente nuestra historia de amor, querido mío.
    Tú fuiste testigo de absolutamente todos mis éxitos literarios y de mis decepciones al no obtener la aceptación esperada de algunas de mis obras. Creo que sin ti nunca me hubiera envalentonado a publicar nada, pero tú me insististe hasta la saciedad a que yo lo hiciese. Fuiste mi más ferviente admirador, siempre creíste en mí. Cuando me ves escribir, siempre te quedas en la sombra, conmigo, como si no existieses, pero siento detrás de mí tu calor de una manera maravillosa, sé que te tengo sentado en tu sillón leyendo los capítulos que voy terminando, y de vez en cuando me traes un café o un té, te cuidas incluso de no hacer ruído ni con la cucharilla al moverlo, me lo dejas sobre el escritorio sin decirme una palabra, pero yo siempre tengo la necesidad de darte un beso en la mano, de sentir tus besos en mi nuca. Dejo de escribir un instante, no nos decimos nada, pero nos estamos amando. Luego regresas a tu sillón y yo... bueno, tú nunca me ves, pero yo siempre sonrío, mientras que con la lengua alcanzo esa lágrima que haces que se derrame por mi cara, de tanta felicidad.
    Aún salimos cada tarde a bebernos el mar, aunque llueva o haga viento, nos abrigamos y salimos a la playa a despejarnos, damos nuestros paseos por el parque, por el puerto, callejeamos por la ciudad, nos tomamos nuestro té americano con una porción de esa tarta Sacher tan exquisita que hacen en el Cheers, luego solemos ir a LUCES, nuestra librería favorita, siempre hallamos algo interesante que llevarnos a casa, nunca dejaremos de ser ratones de biblioteca y grandes lectores. Cada día es más maravilloso que el anterior, y así siempre, mes tras mes, año tras año. Se acerca nuesto treinta aniversario. Fíjate, estamos ya en el recién estrenado 2036...
    Sólo vivo para amarte, es mi empresa más importante, la más importante de todas las que he emprendido en mi vida, las demás fueron vanas experiencias-piloto, como yo llamo a esos "amores" que luego llegaron a ser menos que nada, así que me presenté a ti sin un sólo residuo, sin un sólo fantasma del pasado, limpio completamente de cualquier dolor o amor por alguien del pasado. Tú siempre estuviste consciente de que me querías dar lo mismo, necesitabas otorgarme lo mejor de ti.
    Siempre has contado con mi sonrisa, con mis besos, con mis caricias, con esa llamada a tu móvil para enterarme cómo estabas llevando el turno o si te apetecía alguna cosa especial para la cena. Los días que caías enfermo y te tomabas unos días de descanso, yo también me tomaba vacaciones para cuidarte, no abría el ordenador para nada, ahí se quedaban los personajes de mis relatos sin hablar, sin decir nada, aunque cuando dormías me ponía a meditar en el silencio de la alcoba, sobre el siguiente capítulo, para luego ponerme a escribir cuando te recuperases. Tú siempre has sido mi prioridad, cariño mío, así que todo ha sido secundario por muy importante que fuera.
    Siempre hemos contado con nuestro pequeño espacio para nuestra soledad, para escuchar nuestra propia música, para tomar un café con un viejo amigo, para perdernos algún día en hacer alguna comprilla clandestina para un regalo sorpresa. A veces no hemos podido ir al gimnasio juntos, o al teatro si estabas con el turno de tarde, pero bueno, eso también nos ha servido para estar con nosotros mismos a ratos, que tampoco viene nada mal, porque así tenemos ocasión de echarnos de menos y tener ganas de volver a vernos. Eso de darse demasiados espacios no es ni lógico ni sano para que un amor siga fuerte. Si una pareja tiene demasiados espacios, eso quiere decir muchas cosas, sobre todo está gritando la poca sustancia que tiene esa relación, que no importa a ninguna de las partes estar sin el otro grandes períodos de tiempo. Cuando dos personas se aman están siempre deseando estar con el ser amado, aunque tengan sus pequeños espacios también. A nosotros nos ha ido muy bien la manera en que decidimos hacerlo, ¿verdad, mi vida? Siempre hemos compartido todo, nuestras familias, nuestros amigos, nuestras aficiones incluso... y todo por agradar al otro. A veces incluso nos hemos sorprendido ver que nos hemos aficionado a cosas que no creímos nunca que nos iban a gustar. El amor hace maravillas con las personas.
    Los dos siempre hemos sido muy caseros, pero también hemos sido grandes amantes de los viajes. Siempre me ha gustado llevarte a rincones que me han impresionado en los viajes que hice antes de conocerte, como aquella plaza sombría con una palmera en el centro, donde nació Marco Polo, en Venecia... aquel barrio de Budapest en la colina, donde aún sus farolas se encienden con gas... el cementerio judío de Praga, con aquellas tumbas unas encima de las otras, llegando a formar altos montículos que se ven desde afuera, saliendo de sus tapias... aquel estanque semi congelado de Salzburgo, donde en la parte aún no congelada continuaban nadando aquellos blanquísimos cisnes... aquel bosque junto al palacio del Rey Loco en Baviera, salpicado de gacelas tan curiosas y atentas a nosotros que las contamplábamos maravillados... aquella taberna del barrio de La Boca, en Buenos Aires, junto al puerto, donde bebimos aquella sidra de barril tan fría... aquellos paseos por Mont-Martre viendo La Bohemia eterna de ese París no menos eterno... El Café Savoy en Viena, donde exponen los artistas sus creaciones, donde nos tomábamos la auténtica Sacher con un buen cacao caliente, mientras tú leías y yo escribía en el diario de viaje que siempre llevo. Y luego me ha encantado descubrir siempre contigo nuevos sitios, lugares que siempre serán especiales para nosotros y a los que queremos volver algún día. ¿Recuerdas aquel viaje que hicimos en el Orient Express desde Londres a Shangai? Nos pasamos un montón de días durmiendo en aquel romántico coche-cama, como si fuésemos personajes sacados de una novela de Patricia Highsmith o Agatha Christie...
    Espero que Dios nos conceda aún muchos años de vida para continuar con este idilio que se me antoja eterno, sin fin. ¿Sabes? Me apetece muchísimo seguir amándote y seguir recibiendo el amor más maravilloso de todos los amores inventados: el tuyo, amor mío.
    Gracias. Gracias por amarme de esa manera desde el principio. Gracias por haberme concedido lo más preciado de la Vida: sentirme amado y hacer que mi corazón también haya aprendido a amar con un amor superlativo.


    Málaga, 18 de febrero de 2006

No hay comentarios: