viernes, 29 de octubre de 2010

EN LAS PENUMBRAS DEL ALBA

En silencio, en nuestra alcoba,
agarrado a la almohada
me desangré entre las horas
sin decir una palabra.
Mis ojos estaban fijos
al cristal de la ventana.
La noche se estableció
como la sal de mis lágrimas.
"¡Y que no viene, Dios mío!"
-en mi suspiro exclamaba-
"A quién le da sus caricias,
la locura de sus ansias?"
Y aquí me encuentro perdido
en las penumbras del alba
amarrándome las piernas
para no ir a buscarla.
¿Cómo dormir tan solo
en la oscura madrugada,
sintiéndola en otros brazos
resuelta y enamorada?
¡Cómo golpeo y muerdo
las flores de su almohada!
¡Cómo la beso, cómo la huelo,
cómo siento su fragancia!
Pronto se hará de día,
sus pasos oiré en la sala.
Me hará ver que está rendida
tras una noche tan larga
de ocho horas de trabajo
cuidando a esa pobre anciana.
Y yo sonreiré y la besaré en la cara
y en silencio seguiré muriendo
al oler los besos de otro
aún calientes de otra cama.

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