jueves, 14 de octubre de 2010

LA PIEDRA DE LA VIDA Y DE LA MUERTE


    Estaba yo reinando en cómo decirles a mis amigos y amigas dos palabras que me costaba mucho decirles en persona: TE QUIERO. Hace más de veinte años de esto, cuando aún internet ni lo conocíamos. Así que tomé papel y bolígrafo, hice una lista de todos aquellos amigos y amigas que yo quería decirles  TE QUIERO y me puse a escribir. Mandé unas diez cartas, incluso a amigos y amigas muy cercanos a mí, casi vecinos…
    A los pocos días empezaron las respuestas. Una amiga me envió una postal preciosa contándome lo ilusionada que estaba porque yo le dijera esas palabras tan difíciles de pronunciar y me juró amistad eterna. Otra amiga me llamó por teléfono y me preguntó cómo se me había ocurrido enviarle una carta así, y que estaba muy feliz. Otro matrimonio muy querido igual, me contestaron con otra carta… Pero hubo una amiga, que se caracterizaba por su frialdad, como si no le afectara nada de lo que hubiera al su alrededor, pero yo la quería. Juntos compartimos muchos buenos momentos, incluso cruzamos el Atlántico cuando aquel viaje a Argentina que hicimos hace ya tantísimos años. No llamó, ni escribió, ni nada de nada. Esperó a que nos viésemos. Le pregunté si había recibido la carta –yo temía que se hubiera perdido-. Me contestó sin mirarme a los ojos:
    -Qué cosas tienes, sí, la recibí-. Fue su única respuesta.
     Aquello no me sorprendió, yo sabía muy bien cómo era, pero bueno, yo me quedé más tranquilo diciéndole que la quería. Ahí empecé a sentir que nunca debía esperar nada de nadie, porque aunque no me sorprendió su reacción, yo sí esperaba en realidad alguna palabra amable, o qué sé yo… de reciprocidad. Su sequedad de siempre seguía empleándola en aquellos momentos especiales para mí.
    Con el tiempo, tuve que hacer unos arreglos en mi vida y tuve que hacer llamadas telefónicas a esos mismos amigos y amigas para despedirme, de que no volverían a verme durante unos años, o quizas nunca más en la vida. Absolutamente todos respondieron con repetidas llamadas telefónicas de que lo pensara mejor y no me marchase, incluso con visitas, algunos con muchas lágrimas, otras con mucha contrariedad, como con desesperación de que me querían apoyar y no podían hacer nada por disuadirme de mi decisión. Mi marcha era inminente. Todos aquellos amigos de mi juventud, con más de veinticinco años de amistad, iban a disiparse. No había la posibilidad de llamarles por teléfono, ni de escribirles, y si para ellos era doloroso perderme, para mí lo era aún más quedarme sin ellos.
    Esta amiga se limitó únicamente a mandarme un escueto sms al móvil. Ni me tomé la molestia en contestarla. Veinticinco años de amistad, momentos maravillosos vividos juntos, y veía que un amigo se iba de su vida para siempre y se le ocurrió escribirme un sms al móvil…Bueno, a veces las decepciones superan la decepción más grande que uno pueda imaginar. Pero en mí quedará siempre mi sentido de la amistad y mi amor a ellos. Nunca se apartarán de mí aquellos episodios vividos juntos, no sólo en nuestra tierra, sino por todos esos países que recorrimos con una meta en común.
    A veces se toman decisiones en la vida que no hay más remedio que tomarlas, por mucho bueno que te dejes atrás, aunque se sepa que uno cambia oro por hojalata, y que lo que nos espera es un sendero tenebroso lleno de sombras, obstáculos, lágrimas y desencanto. Yo no imaginaba que hubiera una sola posibilidad de que estuviese cambiando mi vida entera por algo inservible.
    Lágrimas… todas las del mundo salieron de mis ojos, pero tuve que huir de ellos porque al otro lado de la calle me esperaba lo que más quería. No sabía que la Vida me estaba poniendo un antifaz sin agujeros en los ojos, que me estaba haciendo creer que lo que me esperaba era lo mejor de lo mejor.
    Pasaron los meses, los años… empezaron las primeras canas y arrugas y todo seguía igual. Cambié lo más maravilloso a cambio de nada.
    Aquella piedra de tropiezo era literal.
    Una noche de verano iba yo por la calle paseando, tranquilo, sosegado, disfrutando del aroma de las flores que derraman su fragancia en cuando cae la tarde. De pronto, en medio de la acera mi zapato chocó con algo. Se trataba de una piedra y no le dí la menor importancia, y continué mi paseo. Algo me impulsó a mirar atrás para mirarla de nuevo, allí pegada en el muro donde la puse con el pie para que no tropezase nadie más. De pronto, como en un abrir y cerrar de ojos, me encontré con la piedra en la mano. Miré de nuevo al lugar donde la dejé y no estaba, estaba en mi mano. La quise tirar asustado, pero desde su interior salió una voz.
    -No, no me arrojes, sigue conservándome, llévame a la playa.
    Era una piedra de un material extraño, similar a la pizarra, de tacto pulido y muy fría.
    -¿Qué es esto? ¿qué está pasando aquí? ¿quién habla? –exclamé estupefacto-
    -Soy la piedra de la Vida y de la Muerte. Todos los que me han tenido, según su proceder, han hallado cosas muy interesantes en mí. Llévame a la playa, que te quiero mostrar algo.
    No iba muy lejos de la playa y llegué como en diez minutos.
    -Si me pones en la arena te mostraré todo lo que te puedo ofrecer, te lo voy a poner al alcance de la mano, y lo podrás tomar cuando quieras.
    La puse en la arena y de pronto se abrió ante mí un escenario con un telón de estrellas, nunca había visto estrellas que brillaran tanto, parecían diamantes expuestos a la luz del sol. Pasé y una vez en su interior ví a mujeres con los pechos al aire jugando a la rueda y a hombres cada uno con sus brazos sobre los hombros de los otros haciendo una gran línea. Todos bailaban al son de la música de un muchacho que tocaba una graciosa melodía en su flauta. Nadie parecía percatarse de mi presencia y me envalentoné adentrándome más allá. Pero recordé a la piedra que se quedó fuera,  pensé que sin ella a lo mejor no podría salir de allí nunca y quise volver, pero otra música como de cuerno salía de más allá de aquellas montañas azules que veía a lo lejos, y entretuvo mi atención y continué mi paso. Pasé por una alameda llena de árboles, y ví cómo en la rama de uno de ellos estaba la piedra, quise cogerla, pero de nuevo algo cautivó mi atención, se trataba de una estación de tren, estaba a punto de salir, había mucha gente, era un vapor.
    -¡Viajeros al tren! –gritó el jefe de estación-  La gente asomada por las ventanillas del tren se despedía de los que estaban en el andén,  y yo, como si fuese algo irremediablemente urgente, corrí para llegar a tiempo de alcanzarlo hasta lograr subir.
    -¡Oh, la piedra, olvidé cogerla! 
    Una vez allí me pregunté qué hacía yo allí, con lo tranquilo que estaba en la calle paseando y oliendo los jazmines y las damas de noche. El tren empezó a moverse y ví cómo se alejaba aquel árbol donde estaba la piedra.
    Empecé a husmear por el tren y ví que en un compartimento había una mujer pelirroja vestida enteramente de gris,  sentada y cortando una manzana con una navaja plegable.
    -Disculpe, ¿me podría decir dónde va este tren?- pero se limitó a mirarme sin una sola expresión en su rostro. No me contestó. Yo estaba asustado, aquello no podía ser real.          De pronto me ví con una piedra parlante, subido en  un tren y esa mujer tan extraña, con ese rostro inexpresivo, esa mirada perdida…
     El tren iba a toda velocidad, era una tarde gris, a lo lejos se veían relámpagos, no se divisaba ni una casa, ni un árbol, ni una montaña, todo era como un páramo desolado. Me parecieron siglos aquellos momentos. De pronto se hizo de noche y el tren se paró.
    No había estación y nadie bajaba. Advertí que estaba vacío, sólo aquella mujer y yo. Continué andando por el pasillo inacabable de aquel vagón, buscando desesperadamente al revisor, pero allí no había nadie, continué hasta llegar a la máquina, pero el maquinista tampoco estaba en su puesto. Dios mío, qué era todo aquello, empezaba a preguntarme si no estaba volviéndome loco. Sin pensarlo, abrí la puerta y me arrojé afuera, rodando como un tonel hasta que llegué a tierra llana. Allí arriba contemplé el tren que empezó de nuevo a moverse hasta coger la velocidad suficiente para desaparecer de mi vista en unos minutos.
    -¿Has decidido por fin apearte? ¿sin más preguntas? ¿sin más curiosidad? –oí sobresaltado. Miré hacia la voz y era ella, aquella mujer, aún con la manzana y la navaja en la mano.
    -¿Quién es usted? ¿qué es todo esto que me está pasando?
    -Yo soy tu conciencia, la manzana es tu corazón y cada vez que meto la navaja en ella es para avisarte de que corres un gran peligro. Has cambiado lo más bello de la vida, que es el amor por tus amigos, por hallarte en un lugar inhabitable, perdido, donde la soledad es tu único aliado, y donde la oscuridad siempre estará presente.
    -¿Usted mi conciencia? Estoy sometido a una broma, ¿verdad?, esto debe ser la cámara oculta o algo parecido- y empecé a reir a carcajadas, pero la mujer empezó de nuevo a mirarme sin mirarme, con su rostro igual de inexpresivo que cuando la ví en el tren,y la ví clavar su navaja en la manzana.
    -Hay una epidemia allá donde quieres ir, tienes que tener mucha cautela para no ser una víctima más de esa pandemia. Díme, ¿por qué razón has decidido meter el amor en una botella y arrojarla al mar?
    -¿Cómo sabe usted eso? ¿cómo sabe que yo esta noche he arrojado al mar una botella con cartas de despedida que nunca llegarán a sus destinatarios? Ellos ya saben que me alejo de ellos, pero no la razón, dentro de la botella está el motivo.
    -Yo estaba contigo cuando metiste esos mensajes dentro de la botella y yo misma te dí el tapón para que la sellaras.
    -Dios mío, ¿me estás diciendo que todo esto que estoy viviendo es cierto, que no es una pesadilla?
    -Sí, esto no es una pesadilla. Estás despierto y yo estoy contigo, puedes tocarme si quieres para que veas que soy como tú, porque soy la esencia misma de tu ser.
    En efecto, era de carne y hueso, pude palpar sus brazos, su rostro, su pelo, era una mujer, no era de humo, no era de aire.
    -Mi decisión está tomada, Conciencia. Hay alguien en mi vida que la quiere, que quiere toda mi vida y le prometí que se la daría. Me dijo que no quería a nadie de mi círculo, que sólo me quería a mí. Me ha dicho que me dará también amor, mucho más amor que aquel que había entre mis amigos y yo. Me ha prometido vida sin fin, porque él mismo es también eterno y que cuando sus labios rocen los míos, su eternidad pasará a mis células y que nunca moriré.
    -Y de entre millones de hombres,  ¿tú sólo has sido el único favorecido de ese ofrecimiento? ¿No estás viendo que todo es mentira? ¿Qué todo es una treta para tenerte atrapado? Ese hombre es un ser despiadado, egoísta, que sólo te quiere para él. Él sabe que tú puedes quitarle el protagonismo que tiene en su territorio y sabe muy bien  que en tu territorio la gente te quiere, te respeta, y eso no lo puede soportar, por eso te quiere para él, no puede compartirte con nadie. Y su propio egoísmo y envidia ha hecho que de sus propias miserias tú también conozcas las tuyas, ordenándote que te alejes de lo que tú más quieres. De esa manera te sentirás tan compungido como él quiere que estés para que no roces su reino con la hermosura que hay en tu alma y seguir siento él amo y señor de los honores que siempre tuvo.
    -No te voy a hacer caso, Conciencia. Le quiero. La botella ya está arrojada al mar.
    Al decirle esto la mujer se fue, se perdió entre las sombras de la noche. En ese mismo instante empezó a amanecer. Escuché las campanas de una iglesia,  conforme iba avanzando mis pasos, más cercanas estaban, así que debía ir por el camino correcto. De pronto, el páramo terminó y apareció ante mí un valle precioso con una laguna enorme. Había flamencos y patos salvajes. No había nadie. Las campanas continuaban doblando. Divisé a lo lejos que había como un poblado y allí me encaminé. Al llegar la gente me miraba, dejó de hacer cosas. El semáforo se puso en verde y la gente se quedó parada en medio de la calzada. Unos viejos que paseaban se quedaron quietos, un muchacho que iba en bicicleta se paró a observarme, con los pies en los pedales y la bicicleta se mantenía en equilibrio ahí parada… Evidentemente a ese pueblo iban pocos forasteros.     De pronto, desde una casa de nueve balcones salió él. Me dio la mano y me llevó a aquella casa. Su rostro blanco, sus ojos penetrantes, negros, sin brillo, su boca en una mueca digna, como enorgulleciéndose de haberme conseguido. Aquella casa me sobrecogió, era inhóspita, enorme, con techos altísimos, con la única luz de un tubo fluorescente, que colgaba del techo con dos cables.
    -Siéntate- me dijo en un susurro. Él permaneció en pie. De pronto empezó a reirse a carcajadas, el eco de su risa chocaba desde el techo al suelo.
    -Llevas dos años aquí y ni lo sabes, ¿a que crees que has llegado ahora mismo?
    -Claro, acabo de llegar –dije muy sorprendido-
    -Llevas aquí dos años, te he humillado, te he dado muchos honores delante de mis amistades para gloria mía, he dicho de ti cosas bellísimas, aquí en casa te he machado hasta hacerte enfermar, pero cuando llegaban mis amistades, todo eran atenciones.
Pero si odio a mi madre y hasta le deseé la muerte, ¿no te voy a odiar a ti? ¿quién eres tú? Eres un simple analfabeto, sin estudios, sin conocimientos académicos, eso es lo que eres tú. Yo he sentido celos de ti, de tu risa, de cuando hablabas con la gente en el mercado, de cuando cantabas, de la ropa que te ponías, de tu naturalidad en tus actos y en tus palabras. De todo eso tuve envidia y celos, sí. Me descubriste y eso no me gustó. Jamás nadie osó poner en tela de juicio, ninguna de las cosas que yo afirmaba como ciertas. Yo soy de las personas más respetadas en mi pueblo por el cargo que desempeño y hasta me llaman con un título. Pero tú, un simple, te atreviste a desenmascarar mi vanidad, y a enfrentarte a mi prepotencia, algo que nadie había hecho hasta ahora. Sin embargo, yo sé que me amas, que sueñas conmigo, que sin mí estarías perdido. Pero yo, aunque nunca he amado a nadie como te amo a ti, te digo que te desprecio, que te odio, que toda mi vida sufriré el tormento de quererte y de despreciarte al mismo tiempo.
     -¿Y por ti tiré mi botella al mar? Tengo que ir a recuperarla, no vales la pena. Sólo eres respetado porque pagas las rondas en el bar a tus amiguetes de mostrador, sólo eres querido y esperado porque saben que les darás tus migajas, allí te esperan como pájaros muertos de hambre, tú único encanto es tu dinero. Sin él, nadie te haría caso y lo sabes muy bien. Yo jamás quise nada de ti, siempre me sustenté con mi trabajo, y te amé porque pensaba que eras un hombre sensible, con valores, serio y respetuoso. Hoy sé lo que eres y me espanta tanto haberlo descubierto que maldigo el día en que arrojé esa botella al mar.
    Salí de aquella casa sin mirar atrás, pero volví. Me encontré frente a frente de nuevo con él y le dí un beso en la cara. Era evidente que aquella mujer estaba conmigo invisiblemente, me estaba cuidando, no quería que yo luego tuviese remordimiento alguno de mi paso por la vida y me empujó a que entrara de nuevo en aquella casa a besar a aquel ser abominable, pero que un día quise con todo el corazón.
    Por fin, liberado de aquellos dos años como si realmente hubiera estado cautivo, emprendí mi marcha hacia el mar. Encontré la vía del tren y ella me sirvió de guía. Anduve tres días y tres noches. A lo lejos divisé una luz y cuando me acerqué lo suficiente pude ver que era la estación de donde salí en aquel extraño tren. Lo primero que recordé fue lo último que ví allí: el árbol donde estaba la piedra parlante. Allí seguía. Cuando quise cogerla una lechuza voló sobre mí y acaparó toda mi atención. Se posó en la rama y miró la piedra y luego a mí.
    -Me mandó tu conciencia, me ha dicho que vayas a por la botella al mar, que ella habló con el viento de levante y que en  unas horas la tendrás en la misma orilla, que no hagas caso a la piedra ni a nada de lo que te ofrezca. Aquí lleva dos años muerta de risa, mírala qué luminosa, mírala, toda entera, guardando el equilibrio para seguir aquí sobre esta rama y la pudieras ver. Ella te ofrece las cosas que tu corazón más desea, pero tú sabes que lo que más deseas es dar amor y ser correspondido, y por eso sacrificaste el amor de tus amigos, porque así te lo pidió aquel ser que te tuvo enfermo durante tanto tiempo.
    -Dile a mi conciencia que deje al viento de levante tranquilo, que si alguna vez quiero recobrar mi botella, yo la buscaré, aunque tenga que llegar a Constantinopla nadando.
    Tras estas palabras la lechuza salió volando pesadamente, tan rubia y tan decorada con aquellos lunares de su cuerpo. Entonces tomé la piedra, pero no me decía nada, tenía la sensación de que algo estaría tramando para mí.
    -Colócame sobre la fuente de la estación- dijo finalmente.
    -¿Y por qué no te colocas tú  misma? a la rama supiste colocarte tú solita.
    -Cuando vine aquí, aún tenía la energía que me diste cuando te conocí, pero cuando te fuiste en aquel tren me apagué y aquí permanecí, como apagada, pero planeando tu vida, porque estaba segura de que volverías. Tú no podías pudrirte en un pueblo como aquel, donde hasta la gota de agua de una cornisa tras la lluvia es noticia en el diario. Hoy te ofrezco esto que aparece entre tus ojos…
     En aquel mismo instante apareció una bandeja de oro con corazones sin cuerpo,  algunos latían con desánimo, otros estaban parados, y la mayoría completamente arrugados y muertos, sin sangre ni color.
    -¿Qué significan estos corazones?
    -No te lo puedo decir, pero tú mismo lo irás descubriendo. Véte por el camino que elijas, tienes libre albedrío para hacerlo.
    -¿Y tú, dónde estarás?
    -No te preocupes por mí, no te perderé de vista-
    Estuve mirando a  mi alrededor y todo me parecía precioso, aquellas montañas azules continuaban allí, el camino por donde vine lo descarté, y me decidí caminar hacia el Este, por donde sale el sol, él me serviría de guía. Caminé mucho, sin descanso, ni de noche acampaba para dormir, estaba ávido por saber qué me iba a encontrar.Ví veinte veces salir el sol y ponerse, y una noche, cuando la luna estaba plena, ví que mi sombra azul se teñía de rojo escarlata, era el reflejo de las luces de neón de una calle muy concurrida, con muchos luminosos y locales de diversión como casinos, teatros, hoteles, y hasta un tren cremallera atravesaba la ciudad. El cielo estaba rojo también. La gente iba lo suyo, y Salí de allí, quería paz, la paz que tuve aquellos veinte días y veinte noches. Supuse que aquella ciudad significaría algo, pero bueno, ya lo averiguaría. Salí de ella y ante mí se halló un desierto enorme con  un cielo lleno de estrellas preciosas. Era una carretera que se perdía en el horizonte.  
    Llevaba horas caminando y al mirar atrás aún se podía ver el resplandor de aquella ciudad. De pronto choqué con algo. Se trataba de la piedra.
    -¡Hola, vieja amiga!
    -Cada vez me estás sorprendiendo más. Has pasado nada más y nada menos que por la ciudad de Las Vegas, cuna del vicio, del sexo, de la avidez y tú has pasado de largo como quien no quiere la cosa.
    -Entonces estamos ahora en el desierto de Nevada, ¿no?
    -No, al recogerme hice que de nuevo estemos, sin darte cuenta, muy cerca de la fuente donde me dejaste. No sé qué hacer contigo, porque estás sorprendiéndome mucho. Yo creía que eras como los demás que se encontraron conmigo.
    -¿Y cómo eran ellos?- pregunté.
    -No hagas tantas preguntas. Lo único que te diré es que puse ante ti la posibilidad de que te perdieras en la ambición del dinero, del sexo desmedido y aunque ni te has dado cuenta, porque no lo recuerdas, has estado en esa ciudad tres años. Bueno, te lo diré: Has conocido muy bien aquellos corazones que te mostré en la bandeja de oro. Los que latían con desánimo eran personas que no se te dieron nunca, sólo quisieron una amistad pero tampoco una amistad con demasiados compromisos. Los que no latían eran personas frías y calculadoras que sólo se fijaron en ti  por su propio egoísmo y los corazones que estaban arrugados y muertos, eran personas que pasaron levemente por tu vida porque tú enseguida los reconociste como gente sin sustancia y que nada tenían que ver contigo. Te pido que me lleves de nuevo a aquella fuente.
    Así lo hice y como la vez anterior, apareció una bandeja pero hecha de piedras preciosas que brillaban  como aquellas estrellas del telón y un corazón palpitante, con latidos certeros y regulares, era un corazón muy rojo, sano, lleno de vida.
    -Me temo que no me responderás si te pregunto qué significa este corazón, ¿verdad?
    -Has acertado, ciertamente. No puedo decirte nada, tú solo debes descubrirlo. Ahora dime, ¿qué camino eliges ahora?
    -El camino de los crepúsculos, El camino que me llevará a donde el sol se pone, al Oeste.
    Pasé por una vereda donde habían muchos postes con fotografías de gente clavadas en ellos con un lema al pie de cada foto. Empecé a leer algunas, decían frivolidades, cosas sin sustancia, verdaderas tonterías, que me hacían palidecer cada vez más a medida que las leía. Me entristecí al ver que la raza humana hubiera llegado a tal degradación, por eso tomé una foto mía de mi cartera y la clavé en un poste que ví vacío y puse mi lema que decía: “ No quiero conocer a nadie que tenga que ver algo con la avidez, en cualquiera de sus manifestaciones. No quiero que entre en mi vida más corazones desanimados, o que no latan o que estén arrugados y muertos. Yo amo la verdad en todos sus aspectos y amo el amor”. Una vez escrito lo clavé con una astilla del poste que sobresalía.
    Seguí caminando fijándome en todas aquellas fotos que me parecían horribles, y más horribles aún sus lemas. Hasta que apareció el rostro de un hombre con una gorra y una bufanda. Su rostro era precioso, serio, de ojos grandes y llenos de luz, pero tristes. Su lema hablaba de su búsqueda de la Verdad, de su amor a la poesía, y su manera de expresarse denotaba una increíble sensibilidad. Arranqué la foto y me la guardé en el bolsillo y no seguí caminando más. Volví la espalda y ví que me hallaba de nuevo en aquella playa donde la piedra me hizo que la llevase. De nuevo volvía a ser yo mismo, tras tantos años. Estaba en casa de nuevo, en mi playa de siempre y allí estaba ella, vestida de blanco, era mi conciencia.
    -Oh, qué sorpresa, ¿tú por aquí? -le dije-
    -Siempre he estado aquí,¿no recuerdas que nací el mismo día que naciste tú y que siempre he estado contigo? –me dijo, esta vez con una sonrisa en sus labios.
    -¿Tienes algo para mí?
    -Sí, acabo de volver a hablar con el viento de levante para que te traiga la botella que arrojaste al mar hace tantos años.
    En ese instante le ví llegar mí, guapo, medio pelirrojo, con ojos grandes y tristes, pero con  una luz impresionante. No sabía quién era, pero cuando le tuve bien cerca me dí cuenta que era el hombre de la fotografía que me guardé en el bolsillo.
    -¿Tú? –fue lo único que salió de mi garganta-
    -Sí, yo –me dijo con una sonrisa preciosa- Te tengo delante de mí y no me lo puedo creer, eres gran parte de esa verdad que iba buscando. Cuando me arrancaste del poste, sentí que algo me tocaba el corazón y mis pies me trajeron aquí. Estuve toda la noche caminando para hallarte.
    Le cogí la mano y sentí que él era realmente el motivo de mi sacrificio, el que valía la pena, aún sin conocerle. Sabía que el amor era lo que me llevó a arrojar aquella botella al mar, su amor. Sólo tenía que aparecer y allí estaba delante de mí, vino a mí, impulsado por mis ojos que veía en su sueño, quería besarlos. Cuando lo hizo, sentí cómo mi corazón por primera vez en mi vida sintió amor verdadero, cómo se deshacía en latidos llenos de una sangre nueva, destilada por la mirada de ese hombre que me dio toda su vida.
    El alba empezaba a despuntar.
-¿Me podrías esperar, amado mío? Tengo que ir a coger una cosa que arrojé hace mucho tiempo al mar. No sé cuánto tiempo tardaré, pero si es verdadero amor lo que sientes por mí me esperarás, ¿verdad que me esperarás? Es necesario recobrar esa botella.
    -Sí, claro que te esperaré.
    La conciencia se esfumó de nuevo entre la claridad de la aurora.
    El viento de levante me ayudó a hallar la botella antes de lo que yo imaginaba y sólo pasaron unas semanas. Allí permanecía flotando con su tapón de corcho. La cogí, le quité el tapón y la llené de agua con el papel dentro y la dejé caer al fondo del mar, para que nadie pudiera leer el interior del mensaje que escribí. Ninguno de mis amigos debía saber nunca por qué tuve que abandonarles para toda la vida, ni mis amigos ni nadie. Ahora yo era un hombre nuevo, no debía volver al pasado en ninguna de sus etapas, ni siquiera con esos amigos. Era ya decisión mía y no una imposición. Ahora era el tiempo en que una nueva vida se abría a mi paso, una nueva vida compartida por aquel hombre que estaba acariciando mi corazón como nadie lo hizo en toda mi existencia.ç
    Al llegar a la orilla allí estaba ella esperándome: La Piedra de la Vida y de la Muerte.
    -Estoy consternada. No me había topado con nadie como tú. Has estado a punto de morir ante las garras de la envidia y el egoísmo de ese hombre, has andado caminos inhóspitos, ignorando sus peligros, has caminado en las penumbras de la noche, has aguantado corazones que nada tenían que ver con el tuyo, incluso a la voz de tu conciencia. Has creído volverte loco, me has aguantado a mí, con lo parlanchina que soy. Por tu nobleza podrás llevarme siempre en tu bolsillo, no seré de ningún mortal, sólo de ti y cuando tú mueras yo moriré también en mí misma. Soy La Piedra de la Vida y de la Muerte. Y se me ha concedido permiso para que te de la vida al lado del hombre que por fin se dio cuenta de que existes. Ojo, que ese hombre también superó todas las pruebas que tú has superado, le conocí antes que a ti. Cuando tú mueras él morirá o cuando él muera morirás tú. No podréis soportar vuestra ausencia. Y entonces La Piedra de la Vida y de la Muerte también dejará de existir, tras más de seis mil años de existencia.
    En ese momento me la introduje en el bolsillo y fue cuando le ví apoyado en una barca, en la arena, pensativo y cabizbajo. Cuando se percató de mi presencia saltó de alegría y vino a mi encuentro. Nunca dos bocas han podido darse un beso tan hermoso y tan de verdad como aquel que nos dimos nosotros.
Fuengirola, 2 de junio de 2008

No hay comentarios: