viernes, 29 de octubre de 2010

UNA PALABRA DE HONOR

Siempre que le tuve pasaba con prisas,
nunca me dio tiempo asirme a él,
sólo una vez aminoró la velocidad
y me permitió que le tocara.
Sólo fue eso, un roce inocente.
un leve contacto que encendió de estrellas
mis cielos oscuros.
De repente, sin darme cuenta,
me ví de nuevo solo
y cuánta nostalgia sentí.
Pasaron años y años,
mi juventud se fue
y cuando ya ni me acordaba de él
surgió de nuevo en  una madrugada.
yo no le llamé,
ni siquiera pronuncié su nombre,
sin embargo, él fue quien vino a mí esta vez,
quien se adhirió a mí.
Y de nuevo vinieron los recuerdos.
Ya sin tristezas, ya sin nostalgias
y comprendí que fui favorecido por él
y que tenía que responderle sin rencor,
sin amarguras de ninguna clase.
Hoy su compañía ha llenado mi vida
de un aire limpio y renovado
y hasta siento en mis huesos
la vitalidad de la juventud.
Esta noche me sorprendí a mí mismo
dando brincos de gozo
por tener de nuevo el anhelo limpio
de oír una voz,
de sentir unos besos,
de embriagarme de ternura
por una mirada.
Hoy el amor se quedó conmigo.
Sin yo invitarle se instaló en mi casa.
Ya no tiene prisas.
Me ha dicho que me va a dedicar
todo el tiempo del mundo
y se ha disculpado
por haberme tenido olvidado,
por haber sido tan avaro
aquella primera vez
que creí haberlo hallado,
yéndose luego sin despedirse.
Me habló de que le hizo lo mismo a otro ser
y que decidió
de que ya iba siendo hora 
de unirnos,
de que nos diésemos de cara.
Y así ocurrió.
Ambos quisimos sellar
aquel deseo del amor
con una palabra de honor,
con una palabra que se introdujese
en nuestros corazones para siempre.

LOS CHORROS DE TU AMOR

Anoche quise morir
con los chorros de tu amor.
Una bella melodía
se tatuó en nuestros sentidos
y yo quise morir
con los chorros de tu amor.
Quise llorar,
quise gritar,
quise cegarme
mientras me mirabas.
Y yo sólo sabía 
que te estaba amando,
que me amabas
en la profundidad del ser,
que tu cuerpo
estaba aleado a mi cuerpo
y que ambos
llorábamos por dentro tanta dicha
nunca vivida por nadie.
Sólo nosotros sabemos de ella.
Nadie más, sólo nosotros.
Yo era un río en nuestro lecho,
un río quieto, sensible.
Y cuánto te amé.
Cuánto sentí 
los chorros de tu amor.
Estuve dentro
de un mar al amanecer
y ese mar se llenó de luz,
del regocijo de tu brisa.
La noche se hizo fuego
por nosotros,
se llenó del lamento callado
de nuestras bocas
que querían gritar,
que necesitaban gritar...
Y mientras tanto,
quise seguir muriendo
con los chorros de tu amor.

 

TRÁNSITO

Todo el día le tuve impregnado.

Noté su presencia tan cerca de mí
que sentí su fragancia de almizcle y de campo
en la curva eterna de mi sonreír.
Su aroma de hombre en mí se ha quedado.
Mi carne trasmina a canela y jazmín.
Su mirada turbia me sigue mirando
en el sueño absurdo de su malvivir.

Todo el día le tuve impregnado.

Me tapé la boca para no gemir.
De mi cuello aún cuelga el collar de nardos
de su aliento hermoso, de su voz varonil.
En mis noches en vela le tengo en mi olfato
y mis sábanas blancas se vuelven añil.
Todo se transforma en mi alcoba de pena.
Todo se oscurece y me quiero morir.

Todo el día le tuve impregnado.

En mis labios, los suyos calientes sentí.
Cuando abrí los ojos morí destrozado
cuando en nuestro lecho tan solo me ví.
Sólo aspiro a un triste epitafio,
a su llanto, cuando me vea morir.
Sólo quiero que me cubra el mármol,
yacer en mi féretro sin un sentir.
Y en aquellos minutos escasos
que en el tránsito se me deje vivir
querré sólo sonreír mientras muero,
sintiendo su oído en mi lento latir.

 

DE NADA SIRVE...

Cuando se va el murmullo de los niños
y el azul se vuelve niebla oscura,
creo oír tu voz en mis sentidos
y todo yo soy pena y calentura.
De nada sirve el tiempo que ha pasado
y haber llorado a gritos mi locura.
De nada sirve que hayas olvidado
que traspasaste mi mente con agujas.
Pues sigo aquí dibujando en mis sienes
tus ojos que me miran con ternura,
sin olvidar que un día, de repente,
tu amor murió, mordiendo mi cordura.
Y aquí quedé tan solo como un muerto
en este hoyo que es mi sepultura,
sin un ciprés que dé sombra a mi cuerpo,
ni epitafio con palabras de hermosura.
De nada sirve el tiempo que ha pasado,
ni que el espejo me ofrezca estas arrugas.
De nada sirve que tenga el pelo blanco
o que mis pasos sean rezos de amargura.
De nada sirven, sin tu piel, mis manos.
De nada sirve mi boca sin la tuya.
De nada sirven los pasos de estos años
-laberinto que me pierde en la espesura-
Soy una sombra que se mueve por la casa,
lo mismo que una nube en la llanura.
Soy pañuelo que no seca ya mis lágrimas.
Rostro azul por el beso de la luna.

 

EN LAS PENUMBRAS DEL ALBA

En silencio, en nuestra alcoba,
agarrado a la almohada
me desangré entre las horas
sin decir una palabra.
Mis ojos estaban fijos
al cristal de la ventana.
La noche se estableció
como la sal de mis lágrimas.
"¡Y que no viene, Dios mío!"
-en mi suspiro exclamaba-
"A quién le da sus caricias,
la locura de sus ansias?"
Y aquí me encuentro perdido
en las penumbras del alba
amarrándome las piernas
para no ir a buscarla.
¿Cómo dormir tan solo
en la oscura madrugada,
sintiéndola en otros brazos
resuelta y enamorada?
¡Cómo golpeo y muerdo
las flores de su almohada!
¡Cómo la beso, cómo la huelo,
cómo siento su fragancia!
Pronto se hará de día,
sus pasos oiré en la sala.
Me hará ver que está rendida
tras una noche tan larga
de ocho horas de trabajo
cuidando a esa pobre anciana.
Y yo sonreiré y la besaré en la cara
y en silencio seguiré muriendo
al oler los besos de otro
aún calientes de otra cama.

PORQUE SOY MARIQUITA

    Ahora un poema que escribí hace tiempo, dedicado a todos esos homosexuales que se les nota a la legua que lo son. Ellos son diana de los dardos de esa gente sinvergüenza, que disfruta humillándolos, de esa gente que luego sufrirán penas en sus vidas, porque la Vida siempre paga con lo que uno hace.
    Existen homosexuales que son muy "tíos o machotes" en apariencia y se salvan de la quema, siendo más mujeres en la cama que quizás uno con mucha pluma. Ahí van esas palabras escritas con toda la solidaridad de mi alma:

Si no me gustan las chicas
ningún mal hago por eso
¿o es que por ser mariquita
debo aguantar tus excesos?
Excesos en maltratarme,
en decir de mí, maldades,
en mofarte por la calle
de mi voz, de mis andares,
de la ropa que me pongo,
sin pensar que tengo madre.
A sus oídos un día
le viniste con mi "falta".
Ella de más lo sabía.
No tenías que decir nada.
Pero a solas se moría
de pena, por tu veneno.
Te quedarías tranquila
después de escupir tu cieno.
¿Qué mal te hago yo a ti, dime?
¿Qué mal hago yo a nadie?
Sólo puede redimirme
quien me quiere, con su sangre,
quien defiende mi postura,
quien acepta mis bondades...
¿Y tú eres voz cristiana,
que no se te olvida una salve,
ni una misa, ni un rosario
para luego criticarme?
Guarda tu misal y relicarios.
Tíralos al fuego si es preciso.
No te salvarán para tu cielo
ni tu falsedad ni tu cinismo.
Deja de asistir a procesiones.
Quítate la peina y la mantilla.
Mientras existamos maricones
estará tu ataque en la mirilla
acechando siempre mi pecado,
maltratando día y noche y con vigilia
cada cosa que digo y hago,
todas mis entradas y salidas.
Negro buitre tú eres,
que a  tu gente inculcas ira
contra mí, por diferente.
Y yo te bendigo encima.
Porque no permitiré
que en mí siembres tu odio.
Seguiré con buena sangre
para apagar tus enconos.
Quiero conseguir de ti
lo imposible, qué se yo...
Todo menos despreciarte.
Soy cristiano por los dos.
Así que deja ya tu lengua quieta
y descansa un poco de tu ataque.
Todos vivimos en la misma Tierra
y nadie saldrá de ella:
ni tú, ni yo, ni nadie.

 

LA VERDAD ES ACEITE

    A continuación quisiera dejaros un pensamiento que tuve en la tranquilidad de esta tarde lluviosa, de esta tarde de domingo fría y gris:

    La Verdad es aceite que calma las heridas,  pero si la aceptas, esa misma verdad puede convertirse en espinas que se claven en tu excepticismo, en tus intereses creados por verdades humanas, en tu convencimiento de que tu derrotero es el más óptimo, sin tomarte un sólo minuto para analizar otra opinión -quizás por temor a que ésta ahogue la tuya con la lógica y ver rotos todos tus esquemas-.
    Lo más honesto es escuchar, atender, y luego investigar por si resulta que estamos equivocados y por consiguiente, perdiendo el tiempo. No debemos temer que nuestro orgullo salga mal parado, porque, después de todo, ¿qué es eso, el orgullo...?
    Si realmente queremos ayudar, empecemos con nosotros mismos, empapémonos de la Verdad, de su esencia y reguemos a nuestro semejante con ella. Seguramente vendrán cuervos a nuestro encuentro que intenten picotear nuestro corazón para comerse la buena semilla sembrada, pero si lo hallan con reservas bien atrincheradas se irán y no lograrán nada.
    Seguramente hallaremos obstáculos, caminos llenos de piedras... pero eso no debe acobardarnos, si sabemos que al final de nuestra tribulación nos espera la Vida.
   Es posible llegar si nos adherimos a la Luz de lo aprendido y no fragmentamos la Verdad con nuestras verdades.

    Fuengirola, 4 de noviembre de 2001.

EL SEOL DE LOS HOMBRES ES EL SILENCIO

 
    Donde comienza la muerte, en ese lugar y momento, es cuando el último soplo de vida hace de nuestro cuerpo un pastoso volumen de materia. Todo se ha disipado. Ni las penas ni alegrías son recordadas.
    En ningún otro lugar -por mucho que el hombre se empeñe- podrá lograr que los pulmones comiencen de nuevo su ritmo automático. Sencillamente no está en nuestra mano el devolver la vida a quien ya, sin remedio, la perdió.
    Los ojos ya no se contraen con la luz, ya no juguetea con ella como antaño -la ha repudiado-.
    La muerte todo lo anula -hasta nosotros nos anulamos y llegamos a desauciarnos por gustar de ella-,
    Aunque no la queramos encontrar y deseemos darle la espalda cien mil veces y nuestra más completa desatención, siempre nos persigue, no se da por vencida y siempre caemos rendidos a sus pies por mucho que nos hayamos resistido durante toda nuestra vida. Cabalgando va con su pálido caballo casi con disimulo. Nos acecha. Sólo tiene un amigo: El Hades. Ambos se dan la mano cuando dicen: "Misión cumplida".
    Yo pienso mucho en mi vida y en mi posible muerte. Digo "posible" porque quizás no tenga que experimentar un óbito indeseado, pero soy consciente de que "el suceso imprevisto les acaecen a todos".*
    Siento en cada una de mis células una constante renovación sin límite.
    Cada uno de nosotros fuimos creados -sí, especialmente diseñados- para no saborear el amargo dulzor de la muerte. Sin embargo, ésta acontece por muy odiada que sea. Algún día dejará de ser.** La muerte va a morir en sí misma y ya no tendrá capacidad de sacar más alfileres salados de los ojos de la humanidad.
    Algún día -pronto, quizás más pronto de lo que pensamos- vamos a poder vivir sin el desasosiego que tenemos al saber de la existencia de la archienemiga de los árboles, de las rocas, de la garza y de la estrella de mar; la enemiga del crepúsculo y del fresco amanecer y del viento caliente que tienen los estíos del Sur. La enemiga de la vida. Nuestra enemiga sin precedentes.

    *Eclesiastés 9:11
    **Revelación (Apocalipsis) 21:4

    Fuengirola, 27 de julio de 1987.

LO MISMO QUE UNA PALOMA

Cuando recuerdo nuestro espacio,
esos momentos tan nuestros
que compartíamos en el mar,
con el ocaso, con aquellas gaviotas
que formaban un cúmulo de curiosidad
hacia nosotros...
todo mi ser se enardece
y mis pupilas se contraen
con el recuerdo de las tuyas
que tanto me miraban.
Cómo olvidar aquellos momentos,
aquellas horas en que permanecíamos
en silencio,
pero con el corazón dando gritos,
latiendo al unísono
por un mismo amor...
Tú eras yo y yo era tú.
Juntos éramos el mismo ser
y cuando estábamos lejos
nos desangrábamos,
nos moríamos
y todas las sombras de la Tierra
se plasmaban en nuestros rostros.
Cómo nos amábamos
y cómo sentíamos
en nuestras gargantas
la congoja más tenebrosa.
Quedábamos mudos, ciegos, sordos.
Cada uno era el centro del otro
y lo demás no importaba, 
podíamos compartirnos.
El equilibrio 
iba asido de nuestro brazo,
pero cuando nos pensábamos,
tú tan lejos y yo aquí...
entonces sólo teníamos voz
para pronunciar nuestros nombres,
sólo teníamos ojos
para leer nuestras cartas
y oído para escuchar
aquellas palabras leídas en voz alta.
Pero de la noche a la mañana
nuestros días claros
se convirtieron
en la oscuridad de la muerte,
de tu muerte
que aún embadurnan mis ojos
con el jugo de la pena,
de esas agujas
que se clavan en mi cara
y en este corazón
que aún sigue latiendo,
que aún te guarda en su adentro
lo mismo que una paloma,
lo mismo que aquella ola
que una vez acarició tus pies.

Fuengirola, 25 de marzo de 2002.

EN LA TARDE

El añil y el malva
se funden en el ocaso,
se besan como dos enamorados
que se encuentran en la tarde

Y los niños van derramando canciones
sobre las flores.

Una barca, dorada por el sol
duerme anclada sobre las quietas aguas
y mis ojos se llenan de paz
ávidos de hallar el olvido,
(pero de una inmensa paz...)

Y los niños van derramando canciones
sobre las flores.

La lentitud de mis latidos
me anuncian el estado de mi alma.
Y mi rostro se me antoja inexpresivo
como formado con un puzzle de hielo.

Y los niños van derramando canciones
sobre las flores.

Pero es inútil.
De nuevo su voz y sus ojos
vuelven a llamar con insistencia,
a reanudar mi congoja adormecida,
hasta que la noche me envuelva
con su narcótico manto.

Y los niños van derramando canciones
sobre las flores.

La brisa me trae
todo el aroma del mar,
pero también su risa
y su brazo en mi cintura
y sus silencios que decían tanto...

Y los niños van derramando canciones
sobre las flores.

Y yo, aquí, continúo en la tarde
con mi triste mirada
contemplando el idilio
que mantienen el añil y el malva.

Y los niños derraman flores
sobre mi dolor.

Málaga, 29 de junio de 2001 al 7 de julio de 2003.

TU BIEN, TU PAN Y TU VINO

¿De qué me sirven las horas
si no las gasto contigo?
¿De que me sirve mi boca
si no oyes lo que digo,
si no escuchas mis tequieros...?
Hoy mi verbo ha enmudecido
lo mismo que una calandria
deshauciada de su nido.
Quiero musitar a solas
que sin ti yo estoy perdido,
que sin tu voz me ensordezco,
se me pierden mis latidos
en un túnel tenebroso,
en una sima de olvido.
¡Oh, cuando me dé de cara
con tus besos, que adivino
como el frescor en el aire
del recién cortado trigo...!
¡Oh, tu mirada en la mía,
clavada como un cuchillo...
mi sonrisa que te embriaga
y te llena de suspiros...
la tuya que me provoca,
que me deja el alma en vilo...
que distorsiona mis penas
y enaltece mis sentidos...!
¿De qué me sirven mis horas,
si no las vivo contigo?
¿De qué, este amor sin caricias?
¡Tu presencia es lo que pido!
Noches de lluvia y fuego
hundiéndome a tu abrigo,
al cobijo de tu pecho,
a tus manos que bendigo
cada vez que me acarician...
sin conocerte, ya lo vivo.
Quiero ser tu sombra eterna
y la luz de tus caminos.
Quiero ser brisa en la tarde,
tu bien, tu pan y tu vino.

...Y MIS BRAZOS QUEDARON EXTENDIDOS

Cuando tu silencio se rompió,
cuando tu ausencia me mató,
cuando la desesperanza me hastió
y todo yo se llenó de sombras...

Cuando la vida me hacía daño,
cuando cada mañana amanecía
y tenía que soportar un día más sin ti
y mi corazón latía por latir...

Cuando tu voz enmudeció en mi recuerdo,
cuando tu sonrisa se convirtió en invierno,
cuando tu mirada ya no me veía
y mi garganta dejó de llamarte...
tú surgiste en la madrugada
embriagado de amor,
del deseo de ofrecerte todo entero
y mis brazos quedaron extendidos en la noche sin ti,
pero gritando por tu piel.

Ya las mañanas me hacen sonreir,
ya vuelvo de nuevo a sentir
que la Vida es mi aliada, mi cómplice
y de nuevo mi garganta
se llenó de canciones
y mi rostro volvió a tener luz,
la luz de la esperanza que me ofreces.

La eternidad es poco tiempo,
toda una vida no es suficiente,
necesito más, mucho más,
para estar contigo
y contar tú y yo juntos
los pétalos ardientes de nuestros besos.

SONETO DE MIS TEQUIEROS

Esas noches que creía ya perpetuas
hoy son claros mediodías de mayo.
Hoy galopan lo mismo que un caballo
las canciones que yacían en mí muertas.

Destruiste la ignominia de mis versos
y sacaste mi alegría desolada.
Mi garganta es canción desesperada
donde gira el carrusel de mis tequieros.

Soy torrente de esperanza, soy tu monte.
Soy camino de tu acento enamorado.
Soy tu cuándo, tu cómo y tu dónde.

Soy la brisa de tu playa, tu horizonte,
la palabra primera de tus labios
adherida a la mía con tu nombre.

 

jueves, 28 de octubre de 2010

DICEN QUE SOMOS DOS HOMBRES

El día que me ofreciste
lo tibio de tus labios
mi corazón sin latido
galopó como un caballo.
Porque así estaba yo,
así de triste y hastiado.
Tus besos fueron mi vida,
la juventud de mis años,
adormecieron mis penas,
la raíz del desencanto
y tan sólo en un momento
reviviste lo enterrado.
Ahora la gente murmura
desde el zaguán al tejado,
en caminos y en plazuelas,
en ventanas y vallados.
Dicen que somos dos hombres,
que vivimos en pecado,
que ofendemos sus aceras
al tomarnos de la mano.
Nos condenan fríamente,
nos escupen los muchachos,
somos carne de sus piedras,
del veneno de sus labios.
No se imaginan si quiera
el dolor que están causando.
Pero por mucho que digan
y maldigan sin descanso
no podrán evitar nunca
mi caricia en tu costado,
ni tu tequiero en mi oído,
ni la flor de nuestro abrazo.
Yo soy tuyo y tú eres mío.
Nuestro amor es más sagrado
que sus misas y plegarias,
que su desdén y su asco.
Esperaremos a la noche,
a la soledad de algún banco,
para llenar de aire fresco
nuestro amor martirizado.
Llenaremos de caricias
cada esquina, cada árbol,
cada farola apagada,
cada portal y rellano.
Y jamás conseguirán
-por mucho encono empleado-
que escapemos por cobardes,
sucios y avergonzados.
El amor nos limpia a todos,
nos convierte en agua y espacio,
acrisola los errores
y nos deja inmaculados.
Sígue dándome tu boca,
la ternura de tus manos,
lo eterno de tu presencia
y lo firme de tus pasos.


LAS DOS CARAS DE UN AMOR

    Muy señora mía.
    Me he decidido a escribirle para ponerle al corriente de algo que está ocurriendo en su vida, algo que usted ignora completamente y me siento con el deber moral de contárselo. Si no lo hiciera, créame, el respeto que aún siento por mí misma estaría por los suelos.
     De manera casual, hace un par de días pude enterarme de su existencia. Estaba buscando unos zapatos en el vestidor y dentro de una caja hallé una llave. Desde siempre tuve curiosidad de saber qué podría guardar Ricardo en uno de los cajones de su escritorio que siempre permanecía cerrado, así que cuando ví aquella llave en seguida se me vino a la cabeza el cajón y, en efecto, no tuve ningún problema al abrirlo. Había talonarios de cheques y una foto en blanco y negro de una mujer con la siguiente dedicatoria: "A mi querido Ricardo con todo mi amor, Isabel", y fechada en 1962. En seguida me puse a mirar las matrices de los talonarios para averiguar a quiénes fueron extendidos aquellos cheques. Siempre iban dirigidos a un colegio de Salamanca y a una tal Isabel Robledo Saavedra.
     Por supuesto, le pedí explicaciones a Ricardo y al verse entre la espada y la pared no tuvo más remedio que confesarme que está casado desde hace más de treinta y cinco años, y que, sin saber cómo, llevaba una doble vida. Créame, señora, en ese momento quise desaparecer del mapa, que me tragase el suelo que estaba pisando. Le dije que me iba, que no podía permanecer más tiempo frente a él, pero que cuando volviese no quería volver a verle de nuevo en mi casa, que sacara todas sus cosas y me olvidara para siempre, y le grité con toda la rabia del mundo que no se atreviera a volver. Me sentí tan estafada, tan de poco valor...
     Ricardo y yo nos conocimos hace veinte años en Valladolid. Nos presentó el novio de una amiga mía y comenzamos a salir los jueves, pues decía que durante la semana estaba siempre de viaje por asuntos de trabajo, incluso los domingos los tenía ocupados. Así estuvimos unos ocho meses, pero estaba comenzando a parecerme extraño que en todo aquel tiempo no me hablase de los proyectos que tenía para nuestro futuro, pues yo consideraba que nuestra relación estaba consolidándose y nunca dudé de su honestidad hacia mí, así que me armé de valor y uno de aquellos jueves se lo expuse. Me dijo que él no creía en el matrimonio y que no veía necesario firmar ningún documento para que dos personas pudiesen vivir juntas. Yo por aquel entonces estaba muy enamorada de él y no me importó su postura, así que decidí vivir en pareja con él. Seguramente no se esperaba aquella reacción mía y ya no se pudo volver atrás, así que, desde entonces, hemos vivido juntos en mi piso. Quiero que sepa, señora, que él nunca me ha mantenido, yo tengo un trabajo muy bien remunerado y los gastos de la casa lo llevábamos entre los dos. Nunca he llegado a sospechar nada de esto, créame, pero la realidad a veces supera a la imaginación del mejor novelista.
     Quiero que sepa que no quiero absolutamente nada de él. No quiero agracederle nunca nada de lo que pudiera ofrecerme. Aún soy muy joven, y puedo rehacer mi vida.
     No quiero que piense que le he escrito esta carta para vengarme de él y hacerle daño a usted. No, usted no tiene ninguna culpa en este asunto y por lo tanto, lo único que usted me puede inspirar es solidaridad porque le está ocurriendo lo mismo que a mí.
     Ricardo no lo sabe, pero he podido averiguar su dirección, pues cuando hablé con él pude confirmar mis sospechas de que usted vivía en Salamanca, y de que aquel colegio donde eran enviados los cheques era el de sus hijos, así que, con sólo ir a la Central de Telefónica y buscar en la guía de Salamanca pude hallarla sin ningún problema.
     No es justo que le demos a un hombre lo mejor de nosotras mismas y luego nos lo pague de esta manera, no es justo. Me va a costar mucho volver a creer en los hombres, mientras tanto, me refugiaré más en mi trabajo, no voy a permitir que esto me hunda, tampoco lo permita usted, señora. Él ya está mayor y no creo que la vuelva a engañar, así que, si usted pudiera perdonarle, creo que sería lo mejor para todos. Es increíble que sea yo la que le pida que le perdone, pero no puedo evitarlo, le quiero y siempre estará muy dentro de mi corazón, y me consta que él también nos quiere a las dos, si no, ya hubiera elegido a alguna. O, ¿quién sabe? quizás no haya hecho nada por cobardía. La verdad es que esta situación ha desorganizado totalmente mis esquemas y ya no sé qué pensar.
     Haga lo que crea más conveniente, y, créame, señora, si yo hubiera sospechado que existían usted y sus hijos, jamás se me hubiera ocurrido interponerme en sus vidas, pues, yo misma, sin ser su esposa me siento ultrajada y con una vergüenza terrible, así que imagino cómo podrá sentirse usted. No soy su enemiga, así que espero que usted tampoco lo sea y que algún día, cuando todo esto se haya aplacado un poco, podamos vernos y hablar. Créame que siento todo esto enormemente.

     No quiero terminar esta carta sin explicarle algo que quizás usted se esté preguntando. No, no tengo hijos de su marido. Ahora comprendo su negativa a mi planteamiento de tenerlos, pués él ya contaba con dos. Me ha negado el derecho a ser madre, viendo mi instinto maternal, pero me aguanté porque le quería...
     Bueno, señora, paso ya a despedirme. Nunca dejaré de sentir todo esto.

    Gloria.

    Málaga, marzo de 2001

LA ÓPERA ES SUEÑO

    Este escrito que os voy a poner a continuación está dedicado a mi querida amiga Otilia, una gran soprano, una gran poeta, pero como persona y como amiga no encuentro calificativos. Así es ella.


    Una noche te acostaste y al quedarte dormida tus deseos se metieron en tu sueño.
    Estabas en la Scala de Milán detrás del rojo telón de terciopelo.
    Tú ya estabas preparada, ataviada con aquel precioso vestido blanco victoriano y con tu cara exageradamente maquillada, como mandan los cánones del teatro.
    Podías oír el murmullo del público y los músicos probando sus instrumentos. Allí permanecías sola espe- rando a enfrentarte con un aria. Tus piernas apenas podían sostenerte, al igual que le ocurría a Violet -la heroína que estabas a punto de encarnar-.
    De pronto se oyó un apoteósico aplauso dirigido al director de la orquesta que acababa de aparecer. Luego comenzó a callarse el murmullo de la gente, por lo que dedujiste que las luces del teatro ya se apagaron. Todo quedó en silencio.
    En tu estómago nacieron palomas, pero apenas lo advertiste cuando, de pronto, comenzó a sonar el preludio de tu canción. Cerraste los ojos y tu rostro pudo sentir la brisa del pesado telón que subía con gallardía. Tu mente y corazón estaban dominados por la melodía que acariciaban tus oídos. De tu garganta comenzó a brotar una cascada de ecos y arpas, entonces tus ojos se abrieron y notaste que no estabas sola, podías sentir los latidos de cada una de las personas que te estaban escuchando.
    Los focos que te iluminaban impedían ver sus rostros, pero podías sentir que lloraban con la misma pena que sentía Violet.
    La mañana llegó y tu rostro se apagó cuando notaste que tu público no era más que tu muñeca, pero tu garganta comenzó a cantar y a cantar y te hiciste mayor y tu sueño se hizo realidad.
    Pudiste sentir la calidez del público y la fresca brisa del telón al subirse y las palomas en tu estómago. Ahora ya puedes ser, no únicamente Violet -aquella pobre tísica que moría de amor- sino también Julieta, Desdémona, Marta o hasta la mismísima Cleopatra.

     El 13 de enero de 2005, Otilia se durmió en la muerte tras una larga enfermedad.

    Siempre estás conmigo, mi niña preciosa.

CARTA DE UN HIJO ARREPENTIDO

    "Querida madre: esta tarde he decidido escribirte esta carta para hacerte saber que estoy muy triste porque he llegado a comprender que no he sido un buen hijo.
    De ti siempre he recibido ternura, protección y cariño, aunque, cuando me lo merecía, también usabas tus manos en mi piel para disciplinarme. Recuerdo que llegaba a exasperarte cuando veías que no derramaba ni una sola lágrima. Yo no quería darte ese gusto, y, aunque me doliesen tus bofetadas yo ya había decidido que me vengaría de ti de ese modo: no demostrándote ninguna reacción.
    Haciéndome un autoexámen he comprendido que me sobran varios dedos de una de mis manos para contar las veces que has recibido de mí alguna muestra que te hiciera estar orgullosa de haberme tenido en tus entrañas. Si yo no recuerdo haberte dado ni un solo día de felicidad, seguramente tú tampoco lo recordarás.
    Solo vienen a mi memoria mi rebeldía y repulsa hacia todos y hacia todo.
    Mi garganta está tensa ante el remordimiento que destilan mis sentidos y no hallo deleite en mi pasado, en mis años juveniles que los fui desaprovechando sin piedad.
    Mi corazón estaba lleno constantemente de una extraña rabia y eso también me llenaba de amargura. Nunca he sabido querer, y, aunque necesitaba desesperadamente que me quisieran, era imposible segar algo que nunca me había molestado en sembrar. No obstante, tú siempre estabas ahí, como el apuntador de una función teatral que nadie ve. Siempre me ofrecías tus consejos de manera incansable, pero tus palabras caían a un pozo sin fondo, iban a ninguna parte.
    Sólo hoy he llegado a comprender el dolor constante que siempre habrás sentido por mi culpa: cuando yo llegaba a casa totalmente ebrio; cuando me tatué los dos brazos con siglas revolucionarias; cuando te avisaron de la comisaría por haber sido detenido por tráfico de drogas; cuando te diste cuenta de que mi matrimonio fue un fracaso... Nunca pensé que todas esas cosas pudieran herirte, solo me importaba vivir mi vida y punto.
    Ahora, cuando tú ya te convertiste en una vieja y a mí ya se me ha terminado la juventud, sólo ahora he podido reaccionar ante todas las vicisitudes que ocasioné en el transcurso de mi vida, no solo a ti, sino a mi mujer y a mis dos hijos.
    Ellos crecieron y viven su vida. Nunca se amaron y yo no hice nada para inculcarles el cariño natural que deben sentir los hermanos. No solamente nunca se amaron sino que se odian. No pueden soportarse.
    Por otra parte, mi mujer me abandonó y hace unos días recibí en casa una demanda de divorcio que me envió su abogado.
    Así que aquí me encuentro solo. Siempre creí que la autoridad dictatorial sería respetada de por vida, pero veo que la paciencia tiene un límite -incluso entre las personas que hemos tenido atemorizadas-.
    Yo me siento desarmado y totalmente hundido en la miseria que yo mismo me he forjado.
    Mi hijo mayor comenzó a odiarme desde muy temprana edad, los maltratos físicos y psíquicos que le ocasioné hicieron una gran mella en su corazón y se marchó con su madre.
    El pequeño, que siempre fue mi favorito, le dí tantas alas en su niñez y adolescencia que hoy lo estoy lamentando con creces.
    Comenzó a asociarse con personas como yo y como los amigos que tuve: borrachos, drogadictos...
    Siempre le llevaba conmigo a los lugares que solía frecuentar y se crió en aquel ambiente.
    Esta mañana he podido sentir en mis carnes lo que tú sentiste en las tuyas cuando te enteraste de que me metieron en la cárcel.
    Sí, madre, no creo que una persona pueda experimentar más pena y tristeza que la que estoy padeciendo en estos momentos.
    Ha sido acusado de asesinato. La víctima no solo ha sido la persona que murió sino también mi hijo. Yo, sí, yo únicamente soy el asesino y quien debe estar encerrado.
    Hoy, madre, he podido paladear las consecuencias de la desobediencia y la autocomplacencia.
    Si aquellas buenas palabras que oía de tu boca constantemente, las hubiera atesorado en mi corazón, mi vida hubiera sido muy distinta.
    En vez de sembrar la semilla del odio y cosechar la tribulación que merezco, hubiera vivido con la única meta de hacer el bien.
    Si lo hubiera hecho, hoy no te estaría escribiendo esta carta tan lleno de remordimientos, ni te estaría causando esta última pena.
    Hoy he sabido de tus lágrimas y de tu pesar. Sí, porque todas las lágrimas que te he sacado de los ojos hoy se han vuelto en mi contra y las he llorado en un solo día."

 

LIBERTAD SIN RUMBO

    Muy señora mía: Hace unos instantes, leyendo el periódico, ví su anuncio. Aún no sé cómo estoy haciendo esto, la verdad es que sin darle muchas vueltas al asunto, me levanté y me fui directamente a escribirla.
    Su anuncio dice: "Señora de edad, seria y simpática solicita amistad". Me impresionó mucho el que no añadiese: "con señores, para fines serios".
    No sé cómo se llama, ni nada de su vida, pero... no sé, algo me dice que no debe ser una mala persona, que únicamente busca... no seguir con las ventanas cerradas a la vida.
    Siempre he pensado que cuando la vejez me visitara, nunca permitiría que la soledad deborara los pocos años que me quedaran, pero, precisamente eso es lo que me ha estado ocurriendo desde que me jubilé. Apenas salgo ni tengo amistades -en mi juventud no tuve mucho tiempo para cultivar ni un sólo amigo, o quizás sí lo tuviera, pero mi autocomplacencia me bastaba, sin pensar nunca que se podría convertir en esta soledad tan indeseada en que vivo sumergido- sólo mi viejo amigo y casi moribun- do gato es el que comparte mis largas noches de insomnio-.
    Nunca me casé. Mi juventud fue feliz, pero nunca gocé de verdadera autonomía, de decidir por mi cuenta qué hacer o no hacer en momentos realmente importantes, que podrían haber sido un acierto si hubiese sido lo suficientemente valiente para tomar una determinación. Nunca me he arrepentido de ello, pues luego resultó que, gracias a la guía -a la buena guía de mi familia- acerté en todo.
    Me hubiera gustado decidir por mí mismo mi futuro, pero estoy seguro de que no me hubiera ido mejor. Mi corazón nunca dejará de sentir agradecimiento por todos aquellos buenos y acertados consejos con que siempre conté de los míos.
    Aún doy gracias a Dios por no permitir que yo reaccionase con rebeldía, que me dotara de un corazón receptivo para actuar con discernimiento.
    Siempre fui un hombre muy feliz, y, aunque muy dentro de mí sintiera que necesitaba evadirme -sí, huír de aquella vida llena de formalidades, actuar como un bohemio- lo cierto es que nunca lo intenté. Jamás se me hubiera ocurrido dar un disgusto en casa, ni plantearme obrar de aquella manera para satisfacer únicamente mi egoísmo y mi satisfacción personal. Yo no era el único en todo aquel juego, existían otras personas que se sacrificaron realmente por mi futuro y, moralmente, me sentía con el deber de responder.
    Sí, ya sé que nunca me consultaron, que nunca capté de ellos la curiosidad de conocer mi opinión, pero bueno, desde el principio se lo permití y ya no me podía volver atrás.
    Nunca hallé en mi corazón ni una micra de resentimiento hacia ellos, porque siempre comprendí que el único objetivo que tenían, era que su único hijo fuese un hombre de provecho -como ellos decían- así que, con aquellos padres tan formidables, ¿cómo iba a defraudarles? Era preciso que, si había de existir un chivo expiatorio en todo aquello, ese fuera yo, no ellos, ellos nunca.
    Cuando primeramente mi madre murió y luego, a los pocos meses al sufrir una corta enfermedad, también la siguió mi padre, bueno, no puedo describir el vacío tan grande que sentí, era como si algún terrorista se le hubiera ocurrido amputar la mano a la que estás acostumbrado únicamente a recibir caricias.
    Pasé muchos años sin recuperarme, pero luego, cuando comencé a sentir la madurez y veía que el tiempo iba pasando y yo llevaba el mismo modo de vivir desde que tenía uso de razón, ocurrió algo en mí que me horrorizó, que me hizo llorar amargamente por habérseme ocurrido tal iniquidad. Llegué a sentir alegría por estar solo, por hacer, por fin, lo que gustase sin necesidad de consultar con nadie en absoluto, de... de que mis padres ya no estuvieran. ¿Cómo podía ser tan egoísta, Dios mío...?
    Aquella idea, que al principio me resultó tan descabellada y cruel, poco a poco se fue asentando en mí hasque quedó firmemente establecida. Sí, llegué a sentirme liberado, sin inhibiciones, como el viento. Por primera vez me sentí yo mismo. Con aquella sensación viví hasta hoy, por eso nunca necesité casarme, no quería ataduras de ninguna clase. Mi libertad era mucho más valiosa que cualquier otra cosa en el mundo y nunca permitiría deshacerme de ella.
    Claro, ese fue el pensamiento que durante algunos años se ubicó en mí, pero ya me cansé de tanta independencia, de tanto egotismo, de tanto mirarme en mí mismo.
    Me acostumbré a no amar, a no compartir, a no ser necesitado, pero todo aquello se volvió en mi contra. Ahora me hallo como un barco sin tripulación, libre, sí, pero sin rumbo fijo, a la deriva.
    Comencé a desear que todo volviese a ser como cuando mis padres vivían: necesitaba dar, ayudar, compartir, amar...
    Ya soy muy mayor, lo sé, quizás perdí el último tren de mi vida y mis oportunidades se hayan agotado, pero dentro de mí vive aquel muchacho feliz, acariciado por todo el mundo y que de nuevo quiere compartirse con alguien.
    Sé que es muy prematuro pensar que quizás sea usted esa persona que necesita mi vida, pero como somos mayores, sé que comprenderá mi impaciencia. Ya no nos queda mucho que recorrer, ¿verdad? Bueno, ¿quién sabe? a lo mejor todavía nos queda presenciar los mejores años de nuestra vida.
    Espero que me conteste y que pronto lleguemos a conocernos.

    Afectuosamente, Jaime.
     
    Fuengirola, 6 de junio de 1996.

BESOS AL AIRE

    Y ahora, un relato corto, un canto al amor, a esos problemas que a veces nos puede ahogar, pero que, si se meditara un poco en ellos con gran perspectiva, seguro que hallaríamos la solución. Espero que a alguno les sirva de provecho, por lo menos que os entretenga unos minutos. Con todo mi cariño.


    "Cuando estés leyendo esta carta, estaré a miles de kilómetros de ti.
    Esta mañana, cuando te despediste de mí con ese beso acostumbrado que dabas al aire mientras pegabas tu cara a la mía, ya lo tenía decidido, es más, ya tenía el pasaje de mi viaje guardado celosamente en el cajón de mi mesilla de noche. Tú, ignorándolo todo, me volviste a soltar aquella ensarta de órdenes estúpidas que yo, quedando como empleado de hogar desde que perdí mi trabajo hace dos años ya, me acostumbré a acatar religiosamente.
    Ya estoy harto, ¿te enteras? Ya no puedo más. Sé que que vas a pensar que soy un ingrato y que lo que te voy a hacer no te lo mereces. Yo tampoco me merezco todo esto, así que estamos en paNo creas que no te quise, no, sabes muy bien que fuimos al matrimonio queriéndote más que a mi vida, pero las circunstancias me cambiaron totalmente y ya no puedo amarte -precisamente por eso me voy- y no quiero y no debo fingir.
    Quizás -no sé lo que te andará por la cabeza- esto haya sido una liberación para ti y estés soltando un
suspiro gigantesco de alivio, pero si es al contrario, si es que aún me amas, cariño, lo siento. No quiero ser cruel, pero lo soy, no sólo contigo, sino con todo el mundo que me rodea. Estoy hastiado, todo me parece mal, pero debo seguir viviendo.
    Intuyo que dando un cambio a mi vida no sólo me voy a beneficiar a mí mismo, sino también a ti.
    He tomado prestado el dinero del pasaje y otro tanto que saqué ayer del banco para ir tirando mientras consigo un empleo. En cuanto pueda te lo devolveré todo. No me odies, yo a ti no te odio. No te quiero ya, pero no te odio.
    Hasta que la vida nos vuelva a dar la oportunidad de vernos
    Mauricio."

    Después de haber leído la carta que le escribió a su mujer, por enésima vez, la volvió a introducir en su sobre y la apoyó el el florero de la mesita del vestíbulo. Tomó la maleta que llevaba como único equipaje, se puso una gorra de pana marrón y se marchó sin echar siquiera una última mirada a su alrededor. Se sentía vacío, tanto, que no sintió en absoluto el daño que podría causar aquella decisión que había tomado. Lo único que pasaba por su mente era huir, huir, ¡huir...! Pero, ¿de qué y de quién...? Esa era la respuesta que aún no había conseguido descifrar, pero estaba seguro que algún día la hallaría.
    La mañana era fría pero lucía un sol espléndido. La gente, como de costumbre, iba a lo suyo, como programada por la misma mano para que pensaran que llevar prisa era lo esencial de la vida.
    Afuera, aún le parecía más grotesca su situación. Iba por la calle despacio, sin mirar a nadie. Siempre tenía la costumbre de comprar el diario, pero aquella mañana, cuando pasó por el puesto de revistas ni si quiera se paró a mirar los titulares de las noticias. Había decidido cambiar toda su vida anterior, morir, destruir todo lo vivido y comenzar de cero en todos los aspectos. Aún se sentía joven a sus cuarenta años y eso fue precisamente lo que lo envalentonó para darse a sí mismo una última oportunidad. Si no lo intentaba, entonces sí que estaría definitivamente perdido. No sabía aún por qué decidió marcharse a Suecia, una tierra tan lejana, tan diferente. En ese momento supo certeramente que allí sí que estaría perdido. Se paró, miró la maleta, volvió la cabeza y observó lo que anduvo. Algo le decía que volviese a desandar lo andado, que aquello era una locura, que a aquellas alturas de su vida y de su situación económica no podía permitirse el lujo de hacer lo que le apeteciese, que tenía que ser más responsable.
    No sabía qué hacer, si continuar y perderse entre la multitud y la distancia, o seguir viviendo aquella vida donde su dignidad sufría reveses a cada minuto del día.
Su machismo se vio herido al verse mantenido por su mujer, aquello era como una cuchillada que cortara su sosiego, su hombría. No podía volver, no, ya no. Había decidido muy bien todo aquello como para echarse atrás ahora, así que continuó su camino y tomó un taxi hacia el aeropuerto. Inesperadamente sus ojos se llenaron de lágrimas. Se encontraba tan perdido dentro de sí mismo, que comprendió que, por muy lejos que fuese, aquel sentimiento no dejaría de tenerlo, a no ser que... ¡no, eso no entraba en sus planes y nunca lo permitiría! ¿Qué podría hacer, entonces. El taxi continuaba devorando kilómetros sin piedad. Conforme más se alejaba de la ciudad, peor se encontraba Mauricio.
    -Lo siento, regresemos, por favor -dijo por fin al taxista-. Aquellas palabras fueron como un bálsamo que le alivió en gran manera. El taxista lo miró extrañado y se metió en la primera variante que encontró. Ahora todo era diferente. Decidió tragarse su estúpido orgullo -sus convencionalismos contagiados por una sociedad acostumbrada a poner reglas- y poner ahora las suyas propias, ser humilde ante la situación que estaba experimentando. Comprendió que amaba a su mujer como nunca antes, su mente era únicamente la que le instó desenamorarse de ella y buscarle todos los defectos, pero de ninguna manera su corazón. Tenía que seguir adelante, pero con ella, con la mujer que vivió los mejores momentos de su juventud y también los peores. Siempre fueron un equipo, cómplices en todo, ¿y ahora, por una estúpida idea que se le metió en la cabeza iba a estropear todos aquellos años maravillosos vividos con una persona a quien amaba realmente? No podía hacerle eso a ella. Se odió a sí mismo con toda la intensidad que uno pudiera tener para ello, pero a la vez, se sentía inmensamente feliz por haber despertado de aquella pesadilla que sí mismo había creado. Se había convertido en un ser amargado, en alguien cruel para sí mismo -pues nunca le dio muestras de hostilidad a su mujer- él era quien lo sufría todo, quien, calladamente, se bebía el veneno que le producía su pensar negativo. De camino a casa fue decidiendo que su punto de vista ante la vida en general iba a tomar un cambio drástico. Quizás aquello incluso le podría ayudar para hallar un nuevo empleo.
    Su entusiasmo lo llenó de energías. Ahora sí se fijaba en la gente de la ciudad -que continuaba ensimismada en sus prisas- en los edificios, hasta en un perro que olfateaba insistentemente el tronco de un árbol. De pronto vio el puesto de revistas y le dijo al taxista que se parase allí. Le pagó el importe de la carrera y compró su periódico acostumbrado.
    Una vez en casa, cerró la puerta tras de sí. Aún podía oler en el ambiente toda aquella amargura que había dejado. Tomó el sobre que dejó junto al florero y lo rompió en finas tiras arrojándolo luego a la basura. Aquella tarde iría a esperar a su mujer a la puerta de la oficina e irían a cenar y hablaría con ella. Aunque nunca la maltrató, ella seguramente notó que él no era el mismo de antes y eso también fue lo que la estaba alejando de él, por eso no se mostraba tan cariñosa como antes, y cuando le daba un beso se lo daba al aire. Mauricio decidió que aquello debía terminar aquel mismo día. Nunca permitiría por más tiempo que aquellos besos fueran desperdiciados y fuesen a ninguna parte.
    Por fin llegó la hora de salida de su mujer. Ella se quedó un tanto sor-
prendida al verlo allí. Iba a preguntarle qué ocurría, pero él no la dejó articular ni una sola frase. La tomó entre sus brazos y en medio de todo el mundo le dio el beso más maravilloso y lleno de amor que había dado nunca. Ella continuaba queriendo hablar, pero él insistía en que las palabras no eran el medio más adecuado para él disculparse. Intuitivamente ella comprendió que no había nada que hacer y se rindió ante su marido. Seguramente aquello fue el preámbulo de que nunca más se desperdiciaría un solo beso en la vida de ambos.

    Fuengirola, 10 de marzo de 1996.

 

UN TÉ EN EL ESCRITORIO

    Cariño, ¿te apetece un café? Acabo de poner la cafetera al fuego. Mientras se hace me voy a sentar un rato contigo. Estaba en la despensa cogiendo un paquete de azúcar y me puse a pensar en todos estos años, amor mío. ¿Qué felices hemos sido, verdad? y de qué manera nos hemos encargado tú y yo de que nuestro amor se hiciese cada vez más grande. A mí personalmente no me ha costado absolutamente ningún esfuerzo amarte, siempre has sido tan considerado conmigo, tan cariñoso, he recibido de ti tantas y tantas satisfacciones, mi vida... Siempre estuve incluído en tus planes, incluso hasta antes de conocernos, ¿lo recuerdas? Desde el mismo principio estuviste resuelto en que si lo nuestro era amor, que mandabas a paseo todo lo que obstaculizase el que pudiéramos estar juntos.
    Mi vida, lo nuestro fue muy fuerte. No hicimos más que conocernos, anulamos nuestros perfiles de aquella página de internet, no nos interesó conocer a nadie más. Luego... bueno, todo vino solo, nos dejamos llevar porque siempre creímos que esto podría valer la pena.
    Nunca olvidaré aquel 25 de febrero, era sábado. Fue el día en que decidiste venir a conocerme a Málaga desde Madrid. Temía tanto que todo se viniese abajo, que no nos gustáramos en persona...
Recuerdo que llegué a la estación media hora antes, allí estuve visualizando una y otra vez nuestro primer encuentro, teníamos tantas ganas de sentir nuestros cuerpos fundidos en un abrazo... Ahí empezó realmente nuestra historia de amor, querido mío.
    Tú fuiste testigo de absolutamente todos mis éxitos literarios y de mis decepciones al no obtener la aceptación esperada de algunas de mis obras. Creo que sin ti nunca me hubiera envalentonado a publicar nada, pero tú me insististe hasta la saciedad a que yo lo hiciese. Fuiste mi más ferviente admirador, siempre creíste en mí. Cuando me ves escribir, siempre te quedas en la sombra, conmigo, como si no existieses, pero siento detrás de mí tu calor de una manera maravillosa, sé que te tengo sentado en tu sillón leyendo los capítulos que voy terminando, y de vez en cuando me traes un café o un té, te cuidas incluso de no hacer ruído ni con la cucharilla al moverlo, me lo dejas sobre el escritorio sin decirme una palabra, pero yo siempre tengo la necesidad de darte un beso en la mano, de sentir tus besos en mi nuca. Dejo de escribir un instante, no nos decimos nada, pero nos estamos amando. Luego regresas a tu sillón y yo... bueno, tú nunca me ves, pero yo siempre sonrío, mientras que con la lengua alcanzo esa lágrima que haces que se derrame por mi cara, de tanta felicidad.
    Aún salimos cada tarde a bebernos el mar, aunque llueva o haga viento, nos abrigamos y salimos a la playa a despejarnos, damos nuestros paseos por el parque, por el puerto, callejeamos por la ciudad, nos tomamos nuestro té americano con una porción de esa tarta Sacher tan exquisita que hacen en el Cheers, luego solemos ir a LUCES, nuestra librería favorita, siempre hallamos algo interesante que llevarnos a casa, nunca dejaremos de ser ratones de biblioteca y grandes lectores. Cada día es más maravilloso que el anterior, y así siempre, mes tras mes, año tras año. Se acerca nuesto treinta aniversario. Fíjate, estamos ya en el recién estrenado 2036...
    Sólo vivo para amarte, es mi empresa más importante, la más importante de todas las que he emprendido en mi vida, las demás fueron vanas experiencias-piloto, como yo llamo a esos "amores" que luego llegaron a ser menos que nada, así que me presenté a ti sin un sólo residuo, sin un sólo fantasma del pasado, limpio completamente de cualquier dolor o amor por alguien del pasado. Tú siempre estuviste consciente de que me querías dar lo mismo, necesitabas otorgarme lo mejor de ti.
    Siempre has contado con mi sonrisa, con mis besos, con mis caricias, con esa llamada a tu móvil para enterarme cómo estabas llevando el turno o si te apetecía alguna cosa especial para la cena. Los días que caías enfermo y te tomabas unos días de descanso, yo también me tomaba vacaciones para cuidarte, no abría el ordenador para nada, ahí se quedaban los personajes de mis relatos sin hablar, sin decir nada, aunque cuando dormías me ponía a meditar en el silencio de la alcoba, sobre el siguiente capítulo, para luego ponerme a escribir cuando te recuperases. Tú siempre has sido mi prioridad, cariño mío, así que todo ha sido secundario por muy importante que fuera.
    Siempre hemos contado con nuestro pequeño espacio para nuestra soledad, para escuchar nuestra propia música, para tomar un café con un viejo amigo, para perdernos algún día en hacer alguna comprilla clandestina para un regalo sorpresa. A veces no hemos podido ir al gimnasio juntos, o al teatro si estabas con el turno de tarde, pero bueno, eso también nos ha servido para estar con nosotros mismos a ratos, que tampoco viene nada mal, porque así tenemos ocasión de echarnos de menos y tener ganas de volver a vernos. Eso de darse demasiados espacios no es ni lógico ni sano para que un amor siga fuerte. Si una pareja tiene demasiados espacios, eso quiere decir muchas cosas, sobre todo está gritando la poca sustancia que tiene esa relación, que no importa a ninguna de las partes estar sin el otro grandes períodos de tiempo. Cuando dos personas se aman están siempre deseando estar con el ser amado, aunque tengan sus pequeños espacios también. A nosotros nos ha ido muy bien la manera en que decidimos hacerlo, ¿verdad, mi vida? Siempre hemos compartido todo, nuestras familias, nuestros amigos, nuestras aficiones incluso... y todo por agradar al otro. A veces incluso nos hemos sorprendido ver que nos hemos aficionado a cosas que no creímos nunca que nos iban a gustar. El amor hace maravillas con las personas.
    Los dos siempre hemos sido muy caseros, pero también hemos sido grandes amantes de los viajes. Siempre me ha gustado llevarte a rincones que me han impresionado en los viajes que hice antes de conocerte, como aquella plaza sombría con una palmera en el centro, donde nació Marco Polo, en Venecia... aquel barrio de Budapest en la colina, donde aún sus farolas se encienden con gas... el cementerio judío de Praga, con aquellas tumbas unas encima de las otras, llegando a formar altos montículos que se ven desde afuera, saliendo de sus tapias... aquel estanque semi congelado de Salzburgo, donde en la parte aún no congelada continuaban nadando aquellos blanquísimos cisnes... aquel bosque junto al palacio del Rey Loco en Baviera, salpicado de gacelas tan curiosas y atentas a nosotros que las contamplábamos maravillados... aquella taberna del barrio de La Boca, en Buenos Aires, junto al puerto, donde bebimos aquella sidra de barril tan fría... aquellos paseos por Mont-Martre viendo La Bohemia eterna de ese París no menos eterno... El Café Savoy en Viena, donde exponen los artistas sus creaciones, donde nos tomábamos la auténtica Sacher con un buen cacao caliente, mientras tú leías y yo escribía en el diario de viaje que siempre llevo. Y luego me ha encantado descubrir siempre contigo nuevos sitios, lugares que siempre serán especiales para nosotros y a los que queremos volver algún día. ¿Recuerdas aquel viaje que hicimos en el Orient Express desde Londres a Shangai? Nos pasamos un montón de días durmiendo en aquel romántico coche-cama, como si fuésemos personajes sacados de una novela de Patricia Highsmith o Agatha Christie...
    Espero que Dios nos conceda aún muchos años de vida para continuar con este idilio que se me antoja eterno, sin fin. ¿Sabes? Me apetece muchísimo seguir amándote y seguir recibiendo el amor más maravilloso de todos los amores inventados: el tuyo, amor mío.
    Gracias. Gracias por amarme de esa manera desde el principio. Gracias por haberme concedido lo más preciado de la Vida: sentirme amado y hacer que mi corazón también haya aprendido a amar con un amor superlativo.


    Málaga, 18 de febrero de 2006

PETUNIA

    Sólo hace cuatro días que me faltas. No me puedo hacer a la idea de que ya no te volveré a ver más. Eras tan jovial cuando eras pequeñita, tan graciosa, tan llena de vida... Incluso hasta sólo un minuto antes de decirte adiós te mostraste contenta al verme cuando te sacaron de la jaula de la peluquería, pero qué poco podías imaginar que yo, en quien siempre confiaste, estaba decidido a que no salieses viva de aquel lugar. Dos minutos antes, tu doctora me dio la noticia de que estabas enferma, muy enferma, y que si demoraba tu muerte podrías sufrir mucho. La idea de que sintieras algún dolor me puso enfermo, fue como si alguien derramse aceite hirviendo sobre mí. La doctora me dijo que lo pensase, que te llevara a casa y que al día siguiente te llevase de nuevo a la clinica, pero en ese momento supe que si te llevaba a casa no sería capaz de llevarte a la muerte a sangre fría. Tuve que actuar sin pensar demasiado en el asunto. Sólo me dejé llevar por mi instinto protector, atrás dejé mi egoísmo de querer seguir teniendo tu compañía, tu mirada, con aquellos ojos negros tan brillantes, que me decían a cada instante cuánto me querías.
     Oh, Petunia. Siempre te guardaré en uno de los rincones más importantes de mi corazón, como uno de los seres que más atención me mostraron, que más agradecimiento y que más lealtad supieron darme.
     No puede imaginarte qué vacío tan horroroso siento cuando abro la puerta de casa y no siento tus pezuñas por el pasillo, ávida de encontrarte conmigo y ofrecerme tus zalamerías de siempre; o cuando estoy viendo la tele y no te siento debajo de mis pies toda dormida y fresquita debajo del ventilador; o cuando salgo a la terraza y no te veo en tu sitio preferido atenta a la ventana del vecino para ponerte a ladrarle como una energúmena en cuanto se asomase.
     Ya he paseado por las calles en que solía llevarte y la pena me embarga cuando de pronto advierto que no voy contigo, que voy solo. Sé que tendré que superar todo esto, pero mientras llegue el día en que eso ocurra lo seguiré pasando mal y derramando lágrimas en el momento menos oportuno, pero el corazón carece del sentido de la medida, sólo se limita a sentir y a exteriorizar lo que emana de él, aunque el momento sea el menos adecuado.
     Cuando te subía la mesa de operaciones, te quité el bozal y te tendí. Entonces comencé a hablarte muy bajito al oído, mientras te acariciaba la cabeza. Seguía hablándote cuando la doctora me interrumpió:
     -Manolo, no le hables más. La Petu ya está dormida.
     No me lo podía creer. Seguías allí conmigo, con los ojos aún abiertos. ¿Cómo no pude notar cuando la muerte apagó tu espíritu y te dejó allí en mis brazos?
     Petunia, Petunia. ¿Por qué pronuncio tu nombre, si sé que no puedes oírme? Anoche, en la oscuridad, me sorprendí a mí mismo haciéndolo y me horroricé cuando sentí sólo el silencio y la soledad como única respuesta. Fue cuando realmente advertí la realidad.
     Sé que el sol entrará muy pronto por mi ventana y que este dolor que siento se convertirá en dulces recuerdos, en la evocación de haber tenido una maravillosa amiga que siempre estará ahí.
     Gracias por todo, mi niña chiquitilla guapa.

    Fuengirola, 10 de junio de 2000.

    A Petunia, con todo mi cariño.

EL PEQUEÑO GOLFO

    El pequeño golfo tenía la mirada fija en aquel niño que se estaba comiendo el bocadillo a regañadientes por la imposición de su madre. Cómo esperaba el momento en que el niño tirase el bocadillo en la primera papelera que encontrase cuando su madre no lo viera... pero ésta no apartaba la mirada de su hijo, para estar segura de que iba a ser obedecida.

    El pequeño golfo tuvo que darse por vencido y contentarse con buscar en las papeleras del parque. Sus manos estaban sucias. Comenzó a buscar en la basura y se encontró con una lata de Coca-cola medio vacía, sin dudarlo un segundo, se la bebió de un sólo trago. Luego halló una bolsa de plástico que contenía medio plátano metido en su propia piel y un trozo de pan aún blando. Aquello duró lo que dura un abrir y cerrar de ojos.

    Con las manos en los bolsillos se fue caminando por los jardines interiores del parque. Su cuerpecillo diminuto, con aquel pantalón azul claro de peto sucio y harapiento y con aquellas zapatillas de deporte viejas y descosidas, eran lo más digno de lástima. De pronto se encontró con una cabina teléfonica, y con toda la naturalidad del mundo abrió la puertecilla metálica donde se recoge el cambio y metió los dedos, pero no había ni un sólo duro. Siguió su camino. Por fin llegó al estanque de los cisnes. Aquel lugar siempre estaba infestado de padres acompañando a sus hijos. Éstos, con grandes bolsas de palo-mitas de maiz y de papatas fritas alimentaban a los cisnes mientras el pequeño golfo pensaba que ser cisne, después de todo, no era ninguna tontería, por lo menos estaban ali-mentados sin hacer nada a cambio.

    Sus grandes ojos negros comen-zaron a brillar porque las lágrimas estaban a punto de volver a salir. Con cuánta frecuencia se derrama-ban sobre sus morenas mejillas. Puso sus brazos sobre la barandilla de hierro del estanque, recostando sus mejillas en ellos. Su mente, mientras miraba los rayos del sol filtrándose entre las copas de los árboles y ante los gritos y risas de aquella chiquillería allí concentrada, comenzaba a a recordar a su madre. Sólo la recordaba de una mane-ra: muriéndose. En esos pensamientos se veía un poco más pequeño, cogiendo la mano aún caliente de su madre que acababa de morir.

    De pronto, una mano se posó en uno de sus hombros y rápidamente aquella evocación se disipó. Era una niña con largas trenzas rubias y ojos castaños. El pequeño golfo se limpió las lágrimas con las mangas de su deshilachado jersey de lana roja y le preguntó a la niña qué quería. La niña quería saber por qué estaba tan sucio. El pobre chiquillo quiso morirse en ese mismo momento. Le dio un empujón y salió corriendo con el rostro lleno de rabia. Siguió corriendo hasta que no pudo más. Se sentó en el borde de una acera jadeando de cansancio.
 
    La tarde comenzaba a iluminar el cielo de grandes luceros y sin darse cuenta, se encontró en medio de una noche húmeda y fría. Los cristales de los coches estaban mojados de rocío. El pequeño golfo escribió en el cristal de uno la palabra "casa" y siguió caminando con los hombros encogidos de frío. Cuánto deseaba estar en una casa caliente y junto a su madre. Aquel horrible colegio donde fue internado era peor que una sala de torturas. Los demás niños le hacían daño y se reían de él. Una noche mientras todos dormían y ante un descuido de la celadora, cogió las llaves que ésta guar-daba en un cajón de su mesa y se escapó. Hacía ya cuatro meses que se las arreglaba solo.

    Unos contenedores de basura le hicieron detenerse. Buscó entre toda aquella porquería, pero no pudo encontrar nada seco que llevarse a la boca. Todo estaba mojado. A los pocos minutos se encontro con un montón de basura junto a las puertas cerradas de una tienda de ultramarinos. Comenzó a buscar y se encontró con varios restos de embutido. Los echó en una bolsa de plástico y vació el gran saco de papel donde estaba la basura, lo dobló y se lo llevó consigo. Siguió caminando mientras comía con gran apetito el resto de una longaniza. Aquellas calles le parecían un bosque tenebroso, pero estaba acosumbrado a pasar miedos, calamidades, miserias...

    Al fin llegó al lugar habitual donde pasaba la noche. Se trataba de un oscuro callejón sin salida, que era la entrada de una vieja fábrica abando-ada. Allí podía guarecerse del frío y de la lluvia, pero a penas podía dormir. No lograba acostumbrarse a las ratas ni a los insectos que habían en aquel lugar. Cogió la bolsa con comida y la enganchó a un clavo que sobresalía de una pared, pa-ra que no se lo comieran aquellos animales. Desdobló el saco de papel, se sentó en el suelo y se intro-dujo en él. Aquello le sirvió de saco de dormir.

    Cuando entró el primer rayo de sol entre las rendijas de las viejas persianas, los ojos del pequeño golfo se abrieron y comenzaron a mirarlo todo hasta que por fin reaccionaba y lograba recordar en qué lugar estaba. Miró con solicitud hacia el lugar donde enganchó la bolsa con la comida, con el temor de que hubiera desaparecido, pero no, allí seguía. Se levantó y cogió un trozo de mortadela y se lo comió. Se echó a la calle de nuevo.

    Así transcurría la triste y vacía vida del pequeño golfo, hasta que una mañana de febrero, blanca por la nieve que había caído la noche anterior, los ojos... esos enormes ojos negros del muchacho no se abrieron cuando el primer rayo de sol entró acariciando su rostro. Su pequeño cuerpo, abrazándose a sí mismo yacía congelado dentro de aquel saco de papel. Parecía dormido, pero sus ojeras y sus labios estaban morados. La muerte puso en sus mejillas dos lirios recién cortados.

    Una rata merodeaba alrededor tra-tando de comerse un trozo de pan que sobresalía de una bolsa de plástico.

    Nadie le echaría de menos, quizás nadie supo nunca lo que ese cora-oncito sufrió y la amargura que tenían las lágrimas que destilaron sus ojos.

    Fuengirola, 21 de mayo de 1990.

UNA RAMITA DE TOMILLO



    Érase una vez –porque así empiezan todos los cuentos- un matrimonio de ruiseñores que en su primera primavera de casados tuvieron a un precioso ruiseñor. La ruiseñora lo cuidaba con esmero y su esposo siempre estaba volando de campiña en campiña para llevar el alimento necesario a su ruiseñora y a su hijito.
    Tenían tanto miedo de que le ocurriese algo a su polluelo que un día se le ocurrió a la ruiseñora ponerle una cuerda resistente alrededor del cuello, pero a la vez, suave, lo suficientemente largo como para que el muchachote sintiese una cierta libertad, pero al mismo tiempo, ella pudiera controlarlo
siempre sin miedo. Así que el otro extremo de la cuerda la ató con numerosas vueltas al árbol donde vivían. De esa manera, el joven ruiseñor pasó su infancia y su juventud, aprendiendo artes muy prácticas como hacer nidos y casas especiales hechas con ramas secas. Se hizo todo un experto. Tan ocupado estaba en sus labores que nunca había tenido tiempo para el amor.
    Los ruiseñores habían tenido más hijos, pero éstos fueron creciendo y marchándose de casa. Sólo el primer hijo continuaba allí con ellos, pues se les olvidó quitarla la cuerda del cuello.
    Una tarde, cuando el sol ya se había escondido entre las montañas y el campo comenzaba a trasminar esas fragancias de las flores que dan su aroma sólo por las noches, una hermosa jilguero de colorido plumaje llegó volando hasta donde estaba el ya maduro ruiseñor. Él continuaba tejiendo y tejiendo un nido para una hermana que acababa de casarse. Al verla se enamoró de ella. Era la primera vez que sintió algo así en su corazón. A la jilguero le ocurrió lo mismo. Había tenido unos cuantos admiradores, pero ella se quedó muy impresionada por el ruiseñor y también se enamoró de él. Así que quedaron en verse a la tarde siguiente, pues ella vivía a sólo quince encinas más hacia el Este.
    Llegó la hora de la cita y el ruiseñor salió volando con una rama de tomillo en flor para regalárselo a su enamorada. De pronto, un brusco dolor le atenazó el cuello y cayó de bruces sobre un charco. Allí, todo mojado y sucio de barro, se dio cuenta que la cuerda que llevaba siempre atada fue la causante de aquel accidente. Hasta entonces nunca imaginó que aquella cuerda le obligaba a estar cautivo en su propia casa.
    Cuando llegó a casa explicó lo ocurrido a su madre, pero ésta, ante el miedo de que su hijo se marchara para siempre y la dejara sola con su esposo en su vejez, se enfadó con él y hasta le dejó de hablar para que se sintiera culpable, y de esa manera se le quitara de la cabeza volar más allá de lo que ella le había permitido. Ella no estaba dispuesta a que su hijo tuviera su propia vida y se desarrollara como él desease. Ella quería tenerlo siempre allí con ella, a costa de la felicidad de él. Hasta su padre empezó a quejarse de un fuerte dolor de una de sus patas y sus hermanos casados le recriminaron que la enfermedad de su padre empeoró por culpa de él, que era un egoísta y no pensaba en que los padres estaban ya mayores. Aquello le causó tanta tristeza al ruiseñor, que estuve muchos días muy enfermo, incluso tuvo que venir el médico a atenderle en muchas ocasiones.
    Pasaron los años y el maduro ruiseñor jamás olvidó a aquella hermosa jilguero que tanto amaba, y su corazón siempre estuvo triste, incluso sus ojos jamás volvieron a brillar de alegría.
Sus padres murieron y él se quedó solo y allí, atado a aquel árbol con ese cordel que le puso su madre, continuó hasta que se enteró de que aquella hermosa jilguero que tanto amaba, jamás se pudo enamorar de ningún otro pájaro. Los hermosos colores de sus plumas desaparecieron y siempre estuvo triste y llorosa esperando que cualquier tarde él apareciese. Una mañana se la encontraron muerta sobre una hoja. Aquello entristeció tanto al ruiseñor que en aquel instante su corazón dejó de latir. Una lágrima de él cayó en la tierra y al momento brotó una pequeña ramita de tomillo que el viento arrancó y llevó hasta la pequeña y austera tumba de su enamorada.

    15 de febrero de 2005

    (Inspirado en hechos reales, hasta en el más mínimo detalle)

LAS ALAS DE LA VIDA

    Y ahora os voy a poner una historia que escuché una noche en la radio por su propia protagonista, aunque yo he cambiado muchas cosas, pero en esencia esta narración es auténtica. Espero que os guste, a mí me agradó el que esta persona decidiera no hundirse, sino que se pusiera a proyectar cosas que iban a beneficiar a todos y por supuesto, a ella también.


    Pilar estaba aquella mañana deslumbrante. Lo primero que hizo fue darse una estimulante ducha caliente, hacerse una minuciosa limpieza de cutis y desayunar un buen café con unas tostadas.

    Abrió el ropero, sacó las dos maletas más grandes que encontró y echó en ellas la ropa más reciente y un montón de pares de zapatos. Abrió la puerta del secreter de su dormitorio y sacó tres sobres. Los fue mirando uno a uno. Quiso ver de nuevo los nombres de sus tres hijos escritos por su propio puño y letra. Decidió olvidarse un momento de las maletas que dejó sobre su cama y se fue al salón. Se sentó en su butaca de siempre que estaba junto a la terraza y abrió uno de los sobres y comenzó a leerlo:

    "Querida Laura, hija mía. Te escribo esta carta para decirte algo que nunca te había dicho, pero es mi obligación hacerlo y sin más pérdida de tiempo. Gracias. Gracias por ser una hija tan buena, tan llena de detalles, siempre tan atenta conmigo. Gracias por ser mis pies y mis manos cuando ocurrió lo de papá. Sin tu ayuda me hubiera sido imposible atender a tus hermanos además de trabajar. Fuiste la víctima, pues tuviste que dejar el instituto para poder atender la casa. Pero bueno, tampoco te fueron mal las cosas, gracias a Dios. Los fines de semana yo los tenía libres y tenías la oportunidad de seguir saliendo con tus amigas. En uno de aquellos domingos conociste a Fernando y pudiste recogerte en tu propia casa con un hombre que siempre te ha querido.

    Quiero decirte, Laura, que yo aún me encuentro muy joven, en realidad lo soy, pues sólo tengo cincuenta y dos años y no puedo más con esta soledad que me entristece tanto, sobre todo cuando llega la noche y me veo aquí sola. Sí, es cierto que me has dicho más de una vez que cierre esta casa y me vaya con vosotros, pero siento que esa no es la solución. Mi única sensación es que me he dejado atrás muchas vivencias, pero que aún el tiempo es propicio para que eso no siga ocurriendo. Con esto no quiero decirte que me siento amargada por haber dedicado demasiado tiempo a mis hijos, ni mucho menos, lo he hecho con mucho gusto y con mucho amor y lo haría mil veces si fuese necesario, pero sí estoy arrepentida de algo que hice inconscientemente: no haber dedicado tiempo también para mí. Cuando murió tu padre me refugié en vosotros, nadie más contaba, así que fui dando largas a mis amigas de siempre y éstas, por mucho que insistían en que siguiese saliendo, lo cierto es que llegaron a cansarse y poco a poco el teléfono dejó de sonar. 
    Yo os agradezco a ti y a Fernando la amabilidad de invitarme a vuestro hogar, pero no, es mejor que yo me construya una vida nueva. Me siento tan bien, tan llena de vida, que siento muy dentro de mí que lo que necesito es ser amada como mujer. Me da un poco de apuro confesarte esto, pero no demasiado, pues siempre hemos hablado libremente de nuestras cosas. Sé que me comprendes y que cuento con tu aprobación.

    He decidido marcharme de la ciudad por un período indefinido. Pero no creas que me voy a perder y que vas a tener que poner un anuncio para encontrarme, de eso nada. Seguiremos en contacto. Cuando esté instalada te llamaré. Me voy a Barcelona. Ayer mismo logré vender el piso, por lo pronto me voy a un hotel y en unos días espero encontrar un apartamento que me guste. Eso sí, con vistas al mar. Los muebles también los vendí. Sólo me llevo las fotografías, la ropa y algunos recuerdos. A los nuevos dueños le dí una lista de algunas cosas que os tienen que entregar. Quiero que tú conserves el collar de perlas de la abuela y el cofre de ébano con los sellos de papá; si estás llorando, por favor, hija, hazlo porque sabes que soy feliz. Lo soy y mucho. No sé cómo será mi futuro, pero me divierte mucho descubrirlo por mí misma. No quiero permitir que siga acondicionado a nada, sino a lo que la vida y las circunstancias me quieran deparar.

    Te doy un beso muy fuerte, tan fuerte que lo puedas repartir tanto a   Fernando como a la pequeña Marina.

Mamá".

    Después de quitarse una lágrima que estaba comenzando a fluir, Pilar volvió a doblar la carta y la introdujo en su sobre y lo cerró. Volvió al sobre siguiente. Éste iba dirigido a Rosabel, su segunda hija.

    "Mi niña, mi muy querida niña. Te quiero escribir estas letras para decirte, como a tus hermanos, que te quiero mucho y que estoy muy agradecida a Dios por haberme concedido a unos hijos tan maravillosos. Tú has sido siempre una niña muy responsable y muy enemiga de que yo pasase alguna contrariedad. Siempre estuviste consciente de lo duro que era para tu hermana y para mí el estar solas para llevar la casa y cuidaros a ti y a tu hermano, por lo que siempre colaborabas con nosotras en fregar los platos y en hacer los mandados. Qué poco te quejabas. Siempre fuiste una niña con un espíritu de sacrificio muy desarrollado, algo inusual a tan tierna edad, pero a veces las vicisitudes hacen que las personas maduren antes de la cuenta y tú fuiste una de ellas.

    No te asustes por esta carta. No me voy a suicidar ni nada parecido. Quiero que estés tranquila. Lo único que ocurre es que me voy a marchar de casa, pero nunca vamos a dejar de estar en contacto.

    He decidido tirar hacia Cataluña. Necesito vivir en una gran ciudad, rehacer mi vida, conocer a nueva gente, que nadie me diga lo que tengo que hacer, ser yo misma y no lo que los demás quieran que sea. Creo que no pido demasiado, ¿no crees?

    Te estoy muy agradecida por contar siempre conmigo cuando salías con tus amigas. Quiero que les transmitas también a ellas las gracias por no aburrirse conmigo y no darles apuro de salir con una carrocilla. La mayoría de las veces te decía que no, porque a mí sí me daba apuro que me viesen con unas crías, no porque me avergonzara de vosotras, no, sino para que nadie pensase que yo era una tipa de esas que se desmelenan a las primeras de cambio y que me consideraba igual de joven que vosotras. No sé si me comprendes, pero yo sé por donde voy.

    Cuando te marchaste de casa hace dos años ya, sentí mucho tu ausencia, pero comprendí que era necesario, pues la Facultad te pillaba muy lejos de casa y era más práctico adquirir un piso entre varias compañeras. Eso fue lo que me tranquilizó, que no ibas a estar sola, y que además yo conocía bien a las amigas que iban a compartir la vivienda contigo.
  
    Quizás seas muy joven para poder comprenderme del todo, pero estoy segura de que algún día lo harás y si hoy me censuras algo, verás cómo lograrás entender que tengo razón y me perdonarás. Si no lo haces, me sentiré muy triste, porque tu opinión es muy importante para mí, de hecho, he decidido todo esto porque intuyo que lo vas a comprender y que serás muy feliz al sentirme a mí igual.

    Sé que con esta decisión voy a lograr desplegar las alas que por tanto tiempo tuve pegadas al lomo, que voy a respirar, que voy a vivir, que voy a encontrarme a mí misma, a esa casi desconocida llamada Pilar, y que seré muy dichosa cuando piense en vosotros, en el orgullo de mi vida, en que, al fin y al cabo, algo maravilloso sí me ocurrió: conocer a vuestro magnífico padre y que me dejara por herencia a unas personas no menos maravillosas.

    Pronto te llamaré y verás qué pisito tan coqueto voy a poner. Estoy que no quepo en mí de entusiasmo.

    Al nuevo dueño le dí instrucciones de darte mi sortija de casada y la máquina de escribir de papá. Sé que siempre le tuviste mucho cariño, porque en ella papá te enseñó mecanografía.

    Todos los besos que me diste con tanto amor, hoy te los devuelvo con más amor aún si cabe. Te quiero, mi cosita preciosa.

    Mamá".

    Cuando Pilar terminó la lectura de aquella carta, dio un profundo suspiro y sus labios se estiraron en una amplia sonrisa. Después de guardar la carta en el sobre y pegarlo, fue a por la última.

    "Mi querido Javier, estas palabras que vas a leer a continuación, son para que comprendas lo que voy a hacer. Este último año ha sido el más duro de mi vida. Cuando tuviste que irte de casa para estudiar, la casa se me vino encima. Nunca antes estuve tan sola. Incluso hasta llegué a descuidar mi aspecto, yo, que siempre me gustaba tanto arreglarme, y todo era porque me sentía hastiada, abandonada, terriblemente perdida. Yo quería seguir siendo la matriarca, la que siempre luchó para que no os faltase de nada, pero, inevitablemente los años van ocurriendo en la vida de cada uno de nosotros y las cosas cambian. A nadie culpo, sólo yo tengo la culpa de haber llegado a aquel extremo tan amargo. nunca debí encerrarme tanto, ni tan siquiera por vosotros. Debí educaros pero siempre conservando mi propia identidad, mi tiempo, mi espacio, pero soy de otra generación y he tardado un poco en comprenderlo. Menos mal que lo he hecho a tiempo, pues aún soy joven -muy joven, diría yo- y sé que mi sitio no es este. Mi lugar está muy lejos de aquí, junto al mar, junto a lo que siempre amé, no que me he pasado toda la vida viviendo entre olivos tierra adentro, encerrada entre montañas y cerros. Ardía en deseos de que mis espacios terminaran en el mar y eso es lo que he decidido que ocurra en mi vida. Siempre seréis mis hijos y siempre os querré, de hecho estaréis en el lugar más especial de mi corazón y ese lugar nunca será reemplazado por alguien que quizás apareciese en mi vida. Si eso ocurriera, estoy decidida a corresponder a esa persona si me hiciese feliz, pero vosotros siempre tendréis vuestro sitio en mi corazón y en mis sentimientos. Con esto te quiero decir que he comprendido que tengo que vivir una nueva etapa, pero yo sola, sin la ayuda ni el consejo de nadie. Si me equivoco, quiero sentir que sea yo la culpable por ello al haber tomado una mala decisión, pero si logro dar en la diana, lo mismo, quiero ser yo quien sienta la satisfacción de haber tomado una decisión acertada.

    Espero que sigas siendo tan buen estudiante como hasta ahora y que seas un poco más feliz por saber que yo lo soy también.

    A tus hermanas les he dejado algunos recuerdos personales. Por supuesto, a ti también. Os lo dará el nuevo dueño del piso. A ti te he dejado la alianza de casado de papá y mi colección de discos de los Beatles y de Elvis. Sé que siempre los deseaste. Pues nada, para ti, y te los doy con mucho gusto, porque sé que siempre los cuidarás y que te vas a acordar de mí cada vez que los escuches.

    Un beso grande, grande.

    Mamá".

    Cuando Pilar acabó de releer aquellas cartas sonó el timbre de la puerta. Se trataba del mensajero que contrató para que llevase las tres cartas a sus destinos.

    Luego fue yendo de habitación en habitación. No se dejó ni una. Por su mente fueron pasando secuencias vividas en cada una de ellas durante tantos años. No pudo evitar sentir que algo muy suyo estaba desgarrándose, sus recuerdos, sus vivencias, el olor de su casa, de sus muebles, las risas de sus hijos cuando eran pequeños, la imponente voz de Rafael -su marido- sus caricias, sus besos. Fue besando y abrazando cada habitación, incluso la puerta cuando la cerró. Una vez en el ascensor se sentía aturdida, mareada, con una congoja similar a la que sentía cuando se encerraba sola cada noche en aquella casa. Pero pensó que aquel ya no era el hogar feliz donde tantas cosas ocurrieron en su vida. Aquella casa se había convertido en una sombra de lo que fue y ella ya no encajaba allí. Era una extraña, un alma que lo único que hacía era respirar y llorar.

    Cuando se encontró con aquel sol tan magnífico, dio un suspiro, y sin echar una sola mirada atrás, se perdió entre la multitud de la ciudad con aquellas dos enormes maletas. Estaba segura de que aquel era el principio del resto de su vida.

    Fuengirola, 24/1/2000