jueves, 28 de octubre de 2010

UN ADIÓS DE TRESCIENTAS PESETAS

    Y ahora os dejo a todos un relato que escribí hace unos años. Es un canto a la libertad que se merecen nuestros mayores. Un canto al espacio que tienen derecho. Espero que sirva de algo a alguien para que pueda reaccionar, para que no llegue a pensar nunca que ya es demasiado tarde para empezar de nuevo.

    -¡No, no digas nada, escúchame! Sólo tengo para hablar contigo, el tiempo que dure las trescientas pesetas que eché en la cabina, así que, por favor, no digas nada ni me interrumpas en ningún momento, porque esta será la última vez que me escuches.
    Ya me he cansado de sentirme un trasto entre todos vosotros y he de decirte que no lo soy... por mucho que os empeñéis. Soy un ser humano, y como tal, tengo todo el derecho del mundo a vivir con dignidad, no vituperada por unos y otros como si no tuviera sentimientos.
    Ya llevaba reinando mucho tiempo en dar este paso, pero lo iba posponiendo porque quería convencerme a mí misma de que algún día cambiaríais, como eso no ha sido posible, muy a pesar mío, he tenido que tomar esta determinación.
    En vuestra casa jamás me sentí cómoda ni bienvenida y eso me dolía, ¿lo sabes? Por eso, para no molestaros más -pero nunca más- me voy. ¿Que a dónde...? bueno, eso sólo lo sabré yo.
    En este mundo hay matrimonios que se divorcian, también padres que se divorcian de sus hijos pequeños, abandonándolos en cualquier contenedor de basura, incluso niños que son maltratados por sus padres suelen irse de casa renegando de ellos y escogiendo otros más amorosos, aunque sean adoptivos. Bueno, pues yo he decidido divorciarme de todoS vosotros, de todos absolutamente, y no porque no os quiera, sino precisamente por todo lo contrario. Es muy doloroso que a mi edad haya tenido que tomar esta decisión, pero como la vida es algo tan hermosa y yo he sido tan feliz como esposa y madre, a estas alturas no quiero permitirme, bajo ningún concepto, el terminar mis días amargada, eso nunca. Así que, como aún me queda un buen dinero del plan de pensiones de tu padre y de una parte de la casa cuando la vendí, ahora voy a rehacer mi vida en el lugar que me plazca y como quiera. No tengo que dar cuentas a nadie, sólo a Dios y bien sabe Él que no estoy haciendo nada censurable.
    Si algún día caigo enferma, ya me encargaré de ser atendida lo mejor posible por alguna enfermera que contrate, o ingresando en una de esas residencias con jardines mara-
villosos que parecen verdaderos paraísos, pero creo que aún tengo cuerda para rato y pienso divertirme todo lo que pueda, pues me lo puedo permitir. Encontraré a nuevas amigas y... ¿por qué no? a algún amigo que me acompañe a pasear o a bailar.
    Cuando se murió tu padre, el mundo se me vino encima y creí irme de esta vida detrás de él, como eso no ocurrió decidí resignarme a llevar una viudedad perpetua, pero vuestra indiferencia y desamor me abrió los ojos y decidí romper con aquella coraza que me puse.
    Ahora, cuando necesites a alguien para que se quede con los pequeños, ya lo sabes: busca en las páginas amarillas, que seguramente encontrarás a un buen canguro. Y el perro, que lo saque el niño de la vecina, o, mejor aún, contratad a una criada interna para que os lave la ropa, haga la compra, planche, cocine y os recoja los recados telefónicos, claro, que tendréis que pagarle un sobresueldo si queréis que os aguante todas las impertinencias que echáis por esas
bocas, hijos míos.
    ¡Uy, esto se va a cortar! Sólo me queda decirte que ojalá no te ocurra lo que a mí, y no creas que mimando mucho a un hijo uno se está labrando un futuro prometedor y venturoso. He comprendido que no he debido hacerlo bien, porque tú... tú recibiste siempre de tu padre y de mí todos los mimos del mundo. Claro, ya es demasiado tarde para querer rectificar. Si pudiera hacerlo, además de mimos también te daría principios morales para que ellos te guiaran e hicieran lo que nunca serás: una mujer. No, no me llores ahora. Si quieres honra, te la tenías que haber ganado, aunque aún estás a tiempo para recibirla de tus hijos.
    Sólo una última cosa: no sientas ninguna clase de remordimientos, porque seguramente tú no serás la única culpable de todo este asunto, como te dije, es probable que yo no lo haya hecho todo lo bien que hubiera deseado.
    Adiós.

    Fuengirola, 17 de junio de 1996.

 

No hay comentarios: