martes, 12 de octubre de 2010

NOCHE HERMOSA DE VERANO

NOCHE HERMOSA DE VERANO

Cuarenta y siete veranos
bebía mi piel dorada,
en la suya, sol de amanecer,
en la mía, luna enamorada.
Allí estábamos juntos
sin decir una palabra
frente a un mar de silencio y bruma.
Él, dormía, yo, le miraba.
Nuestra ropa se desprendió.
Nuestros cuerpos lo deseaban.
Y allí, debajo del sol,
echados sobre unas toallas,
soñamos con una tarde azul
de luna plena y callada.
El sol comenzó a irse.
Mi cuerpo necesitaba
ser abrazado sin tregua
por el salitre del agua.
Como un niño giraba en la orilla
entre las olas templadas.
Qué placer, qué maravilla,
mientras él me retrataba.
Nos sentamos en la arena.
Se unieron nuestras caras
y empezó un va y ven de besos
que encendieron nuestras almas.
La luna recién parida
por la línea gris y morada
contemplaba nuestro idilio
tan solitaria y pálida.
La noche se estableció.
Unas dunas de arena blanca
fue nuestro lecho de amor,
la canción de nuestras ansias.
Allí envueltos de cielo y noche
el aire nos trastornaba
perfumando nuestros cuerpos
de tomillo y manzanilla amarga.
Cómo galopó mi cuerpo,
perdiéndome en su espalda.
Cómo derramé mi vida
sin obstáculos ni amarras.
Sus suspiros de hombre herido,
su cuerpo de nueva savia,
sus treinta y tres años cumplidos,
su piel curtida, sus ganas...
Todo eso me ofreció
en las dunas de una playa.
Noche hermosa de verano
convertida ya en nostalgia.
Allí quedamos exhaustos,
sin resuello en las gargantas,
abrazados en la noche,
y la luna en la mirada.
La resina de los pinos...
Los grillos que cantaban...
Un anciano con su pipa
contemplando el mar en calma...
Nuestra sonrisa en los labios...
Nuestras caricias de lava...
Nuestro sueño consumado...
Nuestros ojos sin palabras.

Málaga 31 de julio de 2007

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