sábado, 24 de septiembre de 2011

LA JUVENTUD

    Perdemos la juventud no en el momento de descubrir nuestra primera cana o nuestra primera arruga, sino en el preciso momento de hablar sobre los jóvenes en tercera persona. Podemos ser jóvenes con 90 años si aún siguen intactas nuestras ilusiones de siempre. Un joven  puede ser un anciano si no sueña, si no comete locuras maravillosas, si no está completamente convencido de que todo es lograble. La juventud no consiste en disfrutar de un cuerpo envidiable y de una salud a prueba de bombas, si luego el alma se tiene engarzada a una cadena de  eslabones llenos de miserias, tales como la intolerancia, el hastío y la apatía a todo.
    Yo seré siempre jovencísimo, aunque tenga la cara como una falda plisada y la espalda como una alcayata, aunque tenga la cabeza como una bombilla y tenga que usar báculo para sostenerme. Porque la juventud se tiene en los genes del espíritu, genes que pueden ser hereditarios, incluso transferibles, porque en esta vida todo se pega, tanto lo adverso como lo más óptimo. Por eso, también es interesante considerar ser contagiados de los genes jóvenes que tengan nuestros amigos, o contagiarlos de los nuestros, si son ellos los que adolecen de la ausencia de la juventud del alma.
    Ser joven te hace sentirte siempre enamorado o anhelando ese amor que aún no tenemos, te hace seguir imaginando el rostro de esa persona que te va a amar. La esperanza es la mejor crema anti-envejecimiento que existe. Una vez aplicada se te llena todo de luz, de ganas de que amanezca, de que el día siguiente sea una oportunidad más de seguir descubriendo cosas y de sentirte sorprendido con ellas.
    La juventud es el deseo innato que sentimos todos los que amamos la vida, de vivir en la piel cada instante y considerarlo como único e irrepetible.

    Fuengirola, 24 de septiembre de 2011

lunes, 22 de agosto de 2011

DE VECINO A VECINO



    Soy tu vecino. Sé que disfrutas de un trabajo que te da la oportunidad de llevar el sustento a tu familia. Tus hijos llevan zapatos y ropa que los guarece del frío en los días de invierno y tu esposa puede ir cada día al mercado a por todo aquello que le hace falta para prepararos una buena comida. Yo nada de eso tengo. Sólo una esposa enferma con los pechos secos de amamantar a nuestros cinco hijos, que sufren de necesidad extrema. No tengo trabajo y soy muy bueno en lo mío, puedo hacer que surja un huerto del mismísimo desierto, pero no tengo dinero para comprar semillas y plantarlas, ni agua para regarlas, ni ánimos para nada, al ver que van pasando los meses y los años y continuamos igual o en peores condiciones.
    Sé que tienes un hermoso coche que te lleva a todas partes. Yo ni un humilde carro, pues el que tenía lo tuve que vender junto a la vieja mula para poder comprar medicinas a mi familia, que se me muere, que me piden con sus ojos abiertos que los cuide, que haga algo por ellos, que aunque no les ayudo –porque no puedo- aún continúan creyendo en mí, porque siempre confiaron en mí y yo nunca les fallé.
    Tú posees un hermoso apartamento con todas las comodidades, con nevera, agua corriente y luz eléctrica. Yo sólo tengo una choza de madera con el techo de caña. Si queremos agua tenemos que caminar un día y medio para coger agua de un arroyo medio seco y si queremos luz tenemos que esperar a que amanezca para que los rayos del sol se filtren en las cañas de nuestro techo.
    Sé que cuando estás enfermo, con una sola llamada telefónica se presenta el médico en tu casa a los cinco minutos. Aquí no tenemos teléfono, así que tenemos que caminar muchísimo para hallar al practicante que nos pilla más cerca.
    Y somos vecinos, fíjate. Tú si quieres oportunidades tomas un avión, te presentas con tu documentación en regla y en dos días tienes un empleo allá donde vayas. Yo tengo que jugarme la vida metiéndome en una patera junto a la indigencia más absoluta, temiendo que el mar me trague y no vuelva nunca más a ver la luz del sol y encima yendo contra la ley y en el mejor de los casos que me atrapen y me devuelvan a mi ciudad, con toda la humillación que eso conlleva, no sólo ya porque me pueden sacar en los telediarios y todos vean mi pobreza y saquen conclusiones erroneas de mi persona, sino por presentarme de nuevo en mi casa delante de los míos con la cabeza baja porque una vez más me salieron mal las cosas. Es muy diferente a ti, que cuando regresas a tu hogar les llevas a cada uno de ellos un obsequio. Yo únicamente la decepción en mi mirada y en mis lágrimas y sufrir el tormento de que mis hijos metan sus manitas en todos mis bolsillos y no hallen ni un mísero caramelo, ni una moneda ni nada.
    Cuando teníamos nuestras épocas de lluvia y teníamos en abundancia, siempre hemos compartido todo con nuestros amigos, pero la sequía hizo que la gente se desperdigase buscando fortuna y mejores tiempos y ahora vivimos solos, las casas de nuestros vecinos están arruinadas por los vientos y el sol abrasador y todo es un yermo desolado. Y para más horror, tenemos que dormirnos cada noche con el miedo atroz de que alguna fiera se meta en nuestro hogar y nos devore. Cada noche duermo con un machete a mi lado para asegurarme de que mi familia estará a salvo.
    Yo no te pido de lo que te hace falta, sino de lo que te sobra. El dinero que puedas guardar en un banco sin sacarlo en años, puede salvar a mi familia, puede hacer que yo pueda establecerme por mi cuenta y sacar adelante mi casa. Estoy seguro que las cosas me van a ir bien y podré reunir tu dinero para devolvértelo. Por favor, vecino, que sólo nos separa un trozo de mar, que desde tu continente puedes ver el mío, incluso a mí saludándote con  un pañuelo y con la sonrisa más abierta que jamás he dado a nadie.
    Que a ti te puede pasar lo mismo, que no estamos libres del suceso imprevisto, y que te gustaría saber que yo existo para ayudarte. No oyes el llanto de mi mujer, desesperada por la pena, al ver a nuestros hijos lacios y desnutridos, ni oyes la respiración de mis hijos cada vez más apagada, ni me oyes a mí, que enloquezco y me tengo que salir para no asustarles cuando me abofeteo mi propia cara y caigo de rodillas mirando al cielo, sin hallar palabra alguna que exclamar. No quiero que mis hijos hayan nacido sólo para experimentar amargura en sus corazones. Quiero seguir teniendo esperanza y necesito que los míos sigan creyendo en mí, que voy a sacarles de todo esto. Quiero que se vean en una casa digna, saludables, felices, que puedan ir al colegio a aprender las distintas materias que los convierta en hombres y mujeres de pasos certeros y rectos, que también gocen de la oportunidad que tienen tus hijos de deleitarse con las obras maestras de los mejores artistas en una mañana de museos, o que se les engrandezcan sus corazones con una sinfonía en vivo en una tarde de concierto. Quiero seguir mostrándoles que la Vida no sólo tiene lo único que ellos conocen de ella, que también existe una vida de fantasía e ilusiones, de disfrute, de amabilidad…
    Meto este mensaje en una botella y si algún día me lees, acude a mí y ayúdame, por favor. Estaré esperándote en la otra orilla con las manos abiertas y con mis brazos ávidos de tenerte. Ese día caeré, las energías que me obligaba tener para esperarte se me irán y tendrás que ayudarme para mostrarte toda la miseria que me tiene aún con vida. Te pido que no permitas que desfallezca en el último minuto, que no me vean los míos sin más argumentos, que me sigan viendo como el dador de ilusiones que siempre fui y que mi mujer me dé un beso en los labios y vuelva a ver su maravillosa sonrisa, grande, abierta y preciosa.

Fuengirola, 22 de agosto de 2011.

miércoles, 4 de mayo de 2011

AGRADECIMIENTOS

Muchas gracias a los 13 países que me visitan, como son: Estados Unidos, Alemania, Guatemala, Argentina, Canadá, Perú, Puerto Rico, Singapur, México, Colombia, Venezuela, Paraguay y España. Os mando un fortísimo abrazo desde España y mi agradecimiento más sincero. Espero poder entreteneros un rato cada vez que leéis algo mío.
Vuestro amigo,  Manolo.

martes, 3 de mayo de 2011

LA CUMBRE DE LOS NARCISOS NEGROS



    Jonás iba caminando por la calle peleándose con sus miserias, no hacía caso ni a los escaparates, ni a los semáforos en rojo... hasta que de pronto el chirriar de las ruedas de un Audi azul frenando en seco lo despertó de su letargo. Advirtió que tenía que solucionar su vida, era él o él. Continuó su camino y en un callejón que le pillaba de paso para llegar a su casa, halló en el suelo un mp-3 con los auriculares puestos. Miró a ambos lados del callejón, no había nadie, así que se agachó y lo cogió. Era de una marca desconocida para él, se puso los auriculares y apretó el botón de "play". No salía melodía alguna. De pronto se oyó una voz y pensó que sería el preludio de alguna canción  y que a continuación comenzaría la música, pero no.
    -Hoy por poco mueres, yo hice que el conductor de ese coche parase para que no te atropellara. Tú andabas triste, enloquecido del dolor que te corroe el corazón. Sé lo que te pasa. Quieres olvidar lo que te han hecho, lo que tú mismo hiciste, para no tener remordimientos. Sé que deseaste poner fin a tus problemas, que por fin estás consciente de que tienes que hacer algo para hallar de nuevo el equilibrio en tu vida, la felicidad eterna que siempre anhelaste. Hoy cambiará tu vida, pero todo tiene su precio, así que quiero que me obedezcas en todo si quieres que tu felicidad sea inagotable.
    Asustado se quitó los auriculares temblando y estrelló el mp-3 contra la pared con todas las fuerzas de su alma. En ese momento volvió a sentir aquel pesar que le envenenaba el pensamiento y todo su ser. Se alejó de allí, sintió que la vida se le desmoronaba por segundos, contra más se alejaba de aquel callejón más perdido se encontraba, las casas las veía oscuras, el cielo, el asfalto... todo. Era como si caminase entre las tinieblas de una madrugada dentro de un bosque tenebroso. Se paró y se abrazó a una farola, necesitaba sentir el frío metal en su cara y en sus manos y sintió que el corazón se le salía de dolor. Comenzó a recordar la promesa que le hizo aquella voz, lo bien que se sentía al oír aquellas palabras. Decidió que debía volver a por aquel cacharro, quizás no estuviese roto del todo y que aún funcionaría. Allí estaba en el suelo sin un rasguño, palpitante, vibrando, como si tuviese vida propia. Lo volvió a poner en funcionamiento.
    -Vaya, veo que has recapacitado. ¡Bien hecho! -continuó diciendo el mp-3-
    -Pero, ¿quién eres? ¿De qué me conoces y cómo sabes del accidente que estuve a punto de sufrir?
    -Sé de ti absolutamente todo de tu vida, de la gente que has conocido, de las maldades que han cometido contra ti y de todo lo que estás sufriendo por ello. Sé que has estado viviendo una vida casi perfecta, rodeada de gente decente, que has aprendido verdades enormemente provechosas y que luego tu espíritu se apagó y que todo tú eres ahora un guiñapo, que sufres porque todas tus ilusones y esperanzas se esfumaron, porque alguien con su mal hacer te hizo comprender y conocer lo diferente que eres, que para nada encajabas en esa vida donde todo es amor, cordialidad y pureza. Alguien impropio de vivir en la Ciudad Justa acarició tu piel y te hizo sentir lo que realmente necesitabas sentir, lo que deseabas vivir y te saliste de allí para entrar en el mundo porque sabías que aquí hallarías muchas manos que te harían sentir ese placer que sentiste aquella primera vez. Hoy eres una persona muy diferente, tu piel está llena de las huellas de mucha gente que pasó por tu vida y te sientes sucio. Sin embargo, no quieres prescindir de la felicidad que tenías en la Ciuda Justa. Quieres tenerlo todo. Pues bien, si haces lo que te digo lo tendrás.
    -Sí, veo que me conoces y estoy aterrado, ¿quién eres? ¿y cómo un aparato como éste puede estar teniendo una conversación conmigo? Esto no es un móvil, es un mp-3.
    -Soy alguien que exige devoción de tu parte, me gusta ser idolatrado. Debes ir a verme cada sesenta días a la Cumbre de los Narcisos Negros. Al final de esta conversación hallarás una carpeta en este mp-3 con la dirección. Está a cuatro semanas de camino hacia el norte, sin desviarte ni un metro. Quiero que vayas a visitarme con las manos llenas de nombres de las víctimas que tú mismo habrás elegido. Éstas necesariamente deben ser personas felices, personas llenas y enamoradas, personas que disfruten de prosperidad. Tú debes dejar en sus manos un obsequio, éste hará el resto.
    -No comprendo. ¿Me pides que yo le entregue un regalo a la persona que yo elija?
    -Eso es. Cada vez que regales a alguien algo que compres especialmente para él, el regalo absorberá parte de su felicidad transmitiéndose a ti. La persona sentirá que surgirán problemas en su vida y eso la inquietará. Cada instante de su infelicidad será para ti instantes de felicidad. Creo que vale la pena, ¿no?
    -No me creo que eso pueda suceder. ¿Estás diciéndome que yo seré feliz a costa de la infelicidad que yo ocasione a los demás?
    -Eso mismo dije.
    -Y contando que eso sea cierto, ¿cómo podría yo ser feliz sabiendo que he causado la ruina a otras personas? La conciencia no me dejaría en paz.
    -Por eso precisamente quiero que vengas a verme cada sesenta días. Con cada nombre que me entregues yo te proporcionaré una Vaina de la Conciencia. Cada vez que comas de su fruto la mala conciencia que tengas será borrada de tu mente y por supuesto, de tu corazón. Así podrás seguir disfrutando de la felicidad sin los efectos secundarios que traen los remordimientos. Pero tendrás que hacer otra cosa: todo el tiempo que dure el viaje tendrás que mantenerte en silencio y meditar en mí, creer y sentir que me adoras. De ningún modo debe salir palabra alguna de tu garganta. Si eso ocurriese significaría que tu adoración no es absoluta y lo estropearías todo y sería tu perdición.
    -¡Hecho!
   
    A Jonás se le abrieron las puertas de la felicidad, de la prosperidad económica, halló la manera de embaucar a gente inocente para satisfacer su egoísmo personal. Fue recibido en hogares de buena gente, agasajado, querido, admirado... pero él sólo pagaba a cada uno de ellos con un trozo de maldad envuelto en un papel azul. Siempre que conocía a alguien que estaba felizmente casado, con importantes posesiones materiales o que gozase de buena salud, allá que iba él con su paquetito vestido de osito de peluche, pero con el interior relleno de alacranes venenosos.
    Así pasaron algunos años. Jonás seguía gozando de juventud, de una salud envidiable y de una gran fortuna en el banco. Todo a costa de que la situación en las vidas de las personas que eran agasajadas por él sufriesen reveses increíbles, como la de su jefe, un buen hombre que siempre confió en él, integrándole hasta en su hogar como uno más de la familia. Jonás apareció una nochebuena con un obsequio para cada uno. El día de navidad el jefe amaneció en la cama con un ataque de apoplejía, a los pocos días la esposa de éste fue hallada con la garganta abierta y sin vida tras ser atracada por unos delincuentes en el parking de un supermercado y la hija menor, que estaba felizmente prometida con el hijo de una familia adinerada de la ciudad, descubrió que su novio llevaba una doble vida al encontrarlo en el cobertizo haciendo el amor con el capataz de la finca entre balas de paja...
    Aquello trajo mucha prosperidad a Jonás, ya que sustituyó al jefe en la gerencia de la compañía de seguros donde trabajaba. El secretario del jefe halló un documento en la caja fuerte del despacho, donde venía escrito sus deseos de que en caso de que le pasara algo,  que su puesto lo cogiese Jonás, pues había demostrado en el tiempo en que llevaba en la empresa que estaba más que cualificado para desempeñar el papel de gerente.
    La muerte de la mujer del jefe le llenó de energías renovadas, y lo que le sucedió a la joven le dio la oportunidad de rondarla  durante un tiempo y casarse con ella. Quería demostrarse que podía llevar una vida hetero, que su vida anterior fue sólo circunstancial. Todo lo bueno que le venia era a consecuencia del mal que le acaecían a otros. Pero todos tenemos una conciencia y la suya estaba resultando mal parada, y aunque decidió hacer caso omiso a los deseos de esa voz y no ir jamás a la Cumbre de los Narcisos Negros, sintió la necesidad de ir porque cada noche le era más insoportable apagar la luz, los remordimientos no le dejaban dormir. Era un poco embarazoso tener que escabullirse no sólo de la mujer, sino del despacho, cada vez que tenía que emprender su viaje puntualmente cada sesenta días, pero no tenía otra. No podía decir su secreto a nadie, estaría perdido si alguien lo hubiera descubierto. Una de las veces que tenía que ir no fue y la empresa empezó a caer vertiginosamente, también enfermó de una afección renal y a su mujer se la veía triste por no poder quedarse embarazada y ya no era tan cariñosa como antes, al contrario, la notaba cada vez más distante, como si le guardase alguna clase de animadversión y él volvió a refugiarse en hombres que eran como él. Un día decidió organizar una fiesta para inyectar a todos de alegría y optimismo –eso era el lema de las invitaciones que envió, pero en realidad fue para conocer un poco mejor a los miembros de la directiva, así como a otros muchos magnates de las finanzas que también fueron invitados-.
    -Cariño, ¿por qué no invitas a tu monitor de natación y a la chica que te da los masajes? Creo que te sentirías más cómoda al estar con gente conocida y no habitual en nuestros saraos –él sabía muy bien por qué le pidió eso a su esposa-
    La velada fue un éxito, sobre todo cuando finalizó la cena. Mandó a los camareros del catering que entrasen. Todos vinieron con las bandejas repletas de pequeñas cajitas envueltas en el habitual papel azul. Un regalo para cada invitado.
    Al día siguiente notó que se levantó con mucha vitalidad, bajo los escalones como un chaval de 20 años, enseguida se dio cuenta de que algo había sucedido. Mientras desayunaba abrió el periódico por las páginas de sucesos, seguro de que vendría algo interesante. En efecto.
    -Cariño, es increíble. ¿Te acuerdas del señor Menéndez? El dueño de la cadena de electrodomésticos… pues ha muerto esta noche pasada. Pone aquí que fue en un accidente en la autovía, la mujer ha quedado muy mal herida. Seguramente ocurrió cuando iban de camino a su casa tras haber cenado con nosotros.
    -¡Qué horror! Es increíble, anoche tan felices todos juntos y hoy de cuerpo presente y su esposa, pobre mujer, me pareció encantadora. Tenemos que mandarle unas flores.
    -Yo me encargaré de eso –dijo Jonás un tanto aturdido por la ocurrencia de su mujer, pues de ninguna manera podía hacer eso. No podía mandar flores a un muerto y mucho menos a una moribunda, sólo se le había autorizado hacer regalos a gente sana, si hacía lo contrario, el mal que sufrían las personas a quien agasajase le vendrían a él directamente.
    -Llaman al móvil, disculpa –dijo Natalia, su mujer-
    A los pocos minutos apareció en el comedor pálida cayendo derrotada en la silla.
    -Cariño, Susi, mi masajista. Acaba de llamarme su marido. Ha sufrido un accidente esta mañana mientras se secaba el pelo. Le han amputado una mano y menos mal que la electricidad le salió por ahí, si no, no lo cuenta. Ha dicho que está mirando en la agenda de ella para ir avisando a los clientes que tenían que ser atendidos hoy por ella. Pobrecita, con tantos hijos a los que criar aún.
    -Es cierto, que Susi siempre habla de ellos –dijo Jonás en una mueca de satisfacción-
    -¡Vaya, el móvil de nuevo! Qué extraño nunca suena a estas horas tan tempranas y ya van dos llamadas.
    Atendió la llamada y se le cayó el móvil de las manos tras la noticia que le dieron.
    -¿Pero qué tienes, qué te pasa? –preguntó Jonás-
    Ella le miró sin pestañear, conteniendo la respiración hasta que finalmente en un profundo suspiro pudo hablar.
    -Es Marina, una de las monitoras del gym, para decirme que si quiero, que ella misma me entrenará hoy, porque Tony, mi monitor, ha sufrido un grave accidente tras arrojarse desde el trampolín. ¿Dios mío, pero qué está pasando? Dame un cigarrillo, ¿quieres?
    A Jonás no se le movió ni una ceja, su rostro era estático como el de una estatua, pero en su interior sentía un gran gozo, comprendió por fin aquella mejoría repentina que sintió aquella mañana. Simuló contrariedad, asombro, aunque lo que realmente sentía era una inmensa felicidad por recobrar de nuevo su salud y seguramente su mujer en poco tiempo le daría noticias, ya que la fertilidad de Susi podría traspasarse a ella. Así de retorcidas llegaron a ser las ideas de Jonás.
    Decididamente tenía que seguir cumpliendo con el compromiso que tenía con la voz. No podía faltar ni una sola vez a su cita en la Cumbre de los Narcisos Negros.

    Una tarde de junio, cuando ya estaba a punto de llegar a la cita bimestral que tenía desde hacía ya unos años, se encontró en el camino con una mujer joven. Llevaba un bolso en bandolera y una carpeta entre el brazo y el pecho y se la veía muy feliz.
    -Buenas tardes, caballero. Verá, he dedicado la mañana a hablar con los vecinos del lugar sobre un tema qua a todos nos debería interesar y me gustaría…
    -Lo siento, señorita, pero tengo muchísima prisa y no la puedo atender, así que tendrá que disculparme.
    La joven no se dio por vencida y continuó su conversación, haciéndole preguntas para averiguar la opinión de él sobre el tema de conversación que emprendió. Poco a poco ella le fue envolviendo y él olvidó por completo aquella urgencia que tenía de llegar a su destino, hasta que, de repente se tapó la boca con una mano y dejó de hablar y se marchó sin mirar atrás, dejando a una sorprendida joven con un libro en la mano que sacó del bolso. Corrió tras él y se lo dio y ya le dejó marchar. La chica sonrió y siguió su camino.
    Cuando ya estaba a punto de llegar para entregar a la voz los nombres de las personas que fueron agasajadas en la fiesta, sintió una potente brisa que le heló la nuca. Dejó sobre un pedrusco lleno de musgo los papeles cada uno con un nombre y habló alzando la voz, como hacía siempre que iba, pero no contestó nadie. De repente la oscuridad de aquel lugar se llenó de luz, los narcisos se volvieron amarillos y aquella niebla que surgía de la nada se disipó en un abrir y cerrar de ojos. Los nombres de los invitados salieron volando hasta perderse en la sima profunda donde nacía aquella montaña. Se quedó muy sorprendido. La voz desapareció, la oscuridad, la niebla… ¿qué iba a ser de él? –se preguntaba-
    Al llegar a su casa tras un cansado viaje de vuelta vio con estupor que la casa había desaparecido, todo fue pasto de las llamas. Todo se redujo a un solar lleno de escombros con un cerco policial de plástico amarillo rodeándola por completo. Cuando viajaba a la Cumbre de los Narcisos Negros nunca se llevaba el móvil porque tenía que mantenerse en silencio durante todo el camino y por eso no pudo ser localizado. Fue a la policía y allí le informaron que su mujer había fallecido en el incendio y que hacía dos semanas que se celebró el sepelio ante el paradero desconocido de él. De repente sufrió un desvanecimiento. Se despertó en una cama de hospital todo entubado. Lo primero que vio fue el rostro de una enfermera sonriendo. Era ella, la joven que le regaló el libro en el camino.
    -¡Por fin se despertó! Ha estado en coma más de una semana, sufrió un infarto. Soy Loida, su enfermera, voy  a avisar al doctor.
    Allí acostado miró a su alrededor y advirtió que encima de la mesilla estaba el libro que ella le regaló. Lo cogió y vio que se trataba de un libro de temas bíblicos, pues en el viaje ni lo abrió. Se acordó que todo aquello que le estaba pasando era por haber hablado con aquella mujer, tenía que haber permanecido en silencio todo el viaje como siempre hacía.
    De nuevo el bien venció al mal. Recordó que por mor de aquellas caricias que recibió de aquel hombre y él responder a ellas, lo llevó a convertirse en el ser más abominable de la Tierra, al huir de la Ciudad Justa y dejar de disfrutar de la protección que siempre disfrutó en ella. Lloró amargamente. Proyectados en la pared vio los rostros de todos los que padecieron enfermedades y muertes por su causa y sintió que de nuevo la conciencia volvió a él. Lloró, lloró mucho. No pudo soportar estar consciente del daño que hizo y agarrado a ese libro la vida se salió de él.

Fuengirola-Málaga 1-3 de mayo de 2011.

sábado, 2 de abril de 2011

DÉJAME LLORAR MI LLANTO

 Déjame llorar mi llanto,
que caigan sobre mí mis lágrimas,
que conviertan mi gemido en canto
y vacíen de dolor mi alma.
Déjame llorar, te pido,
no evalúes la razón, sin calma.
Déjame este instante a solas
que me quiero achicharrar la cara.
Luego vuelve y te diré el por qué,
el motivo de este ardor que tanto abrasa,
que me deja el corazón abierto
como un vidrio que me corta y me traspasa.
Déjame llorar, mi vida.
No impacientes tu volver a casa.
Vuelve luego, cuando ya me haya calmado,
cuando el suspiro se desmaye en mi garganta.
Sólo entonces querré darte mi cordura.
La locura es lo que ahora me cabalga.
Tómate una copa en el bar de abajo,
da una vuelta por la calle o por la plaza.
Y cuando oigas mi llamarte a gritos
asomado como un niño a la ventana
vuelve a mí, que querré darte mi vida,
mi sonrisa y mi canción enamorada.
Sólo quiero recrearme en esta dicha,
saborear en lo más íntimo, estas ansias,
convencerme una vez más que estoy despierto
y relamer el grito azul de mis entrañas.

Fuengirola, 2 de abril de 2011

domingo, 13 de marzo de 2011

CITAS

81.-La primera mitad de nuestra vida nos la pasamos callándonos a todo y la otra mitad nos la pasamos no callándonos a nada.

82.-No porque alguien tenga una posición "más alta" que la nuestra tiene derecho a decirnos lo que le  venga en gana y sentirnos obligados a callarnos. No, precisamente porque tenemos la lengua en el mismo sitio que esa persona.

83.-No existen millones suficientes en la banca internacional para etiquetar a una persona como de más calidad que otra que vive por ejemplo debajo de un puente. Aquí venimos sin nada y nos vamos igual. Nos pudrimos de igual manera en el cementerio. (Inspirado en La Biblia)

84.-Los ricos sienten más pena de morirse porque ninguna de sus posesiones las pueden disfrutar en ese sueño profundo; en el cementerio son iguales que el resto de los enterrados, por mucho mármol y estatuas que le pongan a sus tumbas.

85.-Me hace mucha gracia que alguien que comete una maldad contra su semejante, se sorprenda luego cuando la cometen contra él. Pretenden hacer de las suyas y salir sin un rasguño en el intento. Esa mala actitud siempre tiene el efecto boomerang.

86.-No todos los ricos son malos, ni todos los pobres son buenos. La mala o buena condición de cada persona está en nosotros independientemente de lo que tengamos en nuestra cuenta bancaria.

viernes, 11 de marzo de 2011

SI TÚ FUERAS...


Si tú fueras el mar…
te nadaría,
exploraría tus entrañas,
galoparía
en caballitos dorados
para buscar tu sonrisa.

Si fueras noche oscura…
te alumbraría
con el candil de mis besos
y tus tinieblas relucirían.

Si tú fueras monte
me acostaría
en tu hierba y me dormiría
y soñaría
con tu fragancia
de tomillo en flor.
Y desearía
despertar en tus laderas
al despuntar el día.

Si tú fueras el eco
no pararía
de decir tu nombre.
Contestarías
con tu acento enamorado
y repetirías
con el mío en tus labios.

Si tú fueras fuego
me quemaría
en tus candelas.
Me abrasaría.
Y en las lenguas de tus llamas
dibujaría
tu corazón y el mío.

Eso haría yo.
Eso haría.

Fuengirola, 11 de marzo de 2011.

viernes, 4 de marzo de 2011

CON TODAS ESTAS COSAS...


Los torrentes que quedan de las lluvias invernales…
La fragancia del mar a la caída de la tarde…
El instante en que oigo la anhelada voz del ser amado…
Cuando me parece que no me cabe más felicidad con un “te amo”…
Su mano que busca la mía y la halla asombrada y dócil…
El estar a punto de llegar a casa sabiendo que me espera…
Mirar el reloj y descubrir que su tren ya llegó…
La excitación por saber qué sorpresa me ha preparado esta vez…
Su sonrisa, tan inspiradora siempre…
El olor del café de la mañana…
El silencio absoluto de la noche…
La luna cuando sale del mar en su plenilunio de agosto…
Nadar por la noche en la playa mientras miro las estrellas…
Cobijarme dentro del edredón en las noches de frío…
Beber con ansia un vaso de agua fresca cuando la sed me debilita…
Un ramito de violetas que alguien me regaló, sabiendo que eso no se volverá a repetir…
Una palabra nunca pronunciada y que durante tanto tiempo esperé oír…
Lograr alguna vez una de las metas que me he puesto…
Escribir un poema a alguien apreciativo…
Que la persona que amo me bese inesperadamente…
Recibir la noticia de que alguien conocido se recuperó de su enfermedad…
Saber que algún amigo se nos enamoró y que no hay quien le pille…
Pero que cuando se le aplaca el hechizo inicial se acuerda de llamarme para contármelo todo…
Un té recién hecho en un rincón entre la luz de unas velas…
El aroma de un bizcocho cociéndose en el horno…
Mirar atrás y comprobar que no he dejado sucio mi camino…
Sentir que mi juventud la sembré en una buena tierra…
Estar convencido de que la paz es el punto final de mis decisiones…
Saber -por otros- que el rencor es una gran pérdida de tiempo, no por mi propia experiencia…
Sentirme afortunado teniendo lo necesario…
El momento de despertarme, porque de repente el amor hace que mi corazón salte...
Cuando cada noche, en la oscuridad de mi cuarto, acudo a la cita que tengo con Dios…

Con todas estas cosas soy el hombre más feliz de la Tierra.

Fuengirola, 4 de marzo de 2011

miércoles, 2 de marzo de 2011

LA AUTOINCULPACIÓN

    Los desechos de una vida siempre vuelven, despiertan cuando menos lo esperamos. Ahí están agarrados a nuestras vísceras, como si haciendo eso nos tuvieran en sus garras, como si tuvieran ya decidido destrozarnos las entrañas si no caemos desesperados y atormentados. Ellos no quieren nuestra sonrisa y nuestro olvido, ellos quieren machacarnos, pisotearnos como una colilla medio humeante tirada en el suelo. A veces se topan con la rebeldía de algunos que no les importa el dolor físico y dan la espalda a los tormentos agazapados que aspiran a estar siempre resucitando en el momento menos esperado.
    Nuestras conciencias están ahí inherentes en nosotros, no nos hace falta ningún recordatorio adicional, ni ningún torturador particular. Los recuerdos fluyen suavemente, como cuando comienza a despuntar el alba y sin darnos cuenta la última estrella se apaga del cielo y nos encontramos con un sol radiante y vivo. Entonces es cuando debemos decidir recordar el dolor para pasar un día gris o negro o paliar nuestro temor con los recuerdos que nos da la vida, los que vivimos ayer que tanto nos hizo reir, que nos hizo llorar de felicidad.
    Atrincheramos en lo más recóndito de nuestro ser todo aquello que nos hace desfallecer, porque el dolor nos espanta, a veces deseamos un trasplante de cerebro, cerrar los ojos y que al abrirlos de nuevo seamos una nueva persona, pero luego caemos en la gente que nos quiere, en la gente que amamos y desechamos esa idea absurda. El amor todo lo destila, es como un árbol que hace que su fruto tenga agua pura.
    La noche es abominable para los atormentados, dibuja en la pared del dormitorio todo aquello que deseamos olvidar y lo vemos como si estuviésemos viendo una película en todd-ao, para que nos enteremos de lo que vale un peine. A ella nada le importa nuestro descanso y que a la mañana siguiente temamos abrir los ojos de nuevo por temor que en las paredes aún estén proyectadas nuestras lágrimas. Pero un día se nos cayó la venda que nuestra culpa nos puso. Cayó en nuestras manos el Libro de los libros y lo abrimos, y sin pasar una sola página allí estaba como brillando más que ningún otro versículo. Allí estaba como grabado a fuego, con letras de oro, que nosotros no somos nadie para juzgarnos a nosotros mismos, porque nos convertiríamos en el más injusto de los jueces, en el más inquisidor y tirano, que ya existe un Juez vestido de Él mismo, que es amor, sin necesidad de togas negras inspiradoras de temor y Su único birrete es la justicia. Sus manos no contienen mazos ni puños cerrados, sino comprensión y delicadeza. El Anciano de Días, como lo describió el profeta Daniel en la visión que tuvo, sentado en Su trono de juicio. Él es el Único que puede portar nuestras culpas, porque nos conoce desde que éramos embriones dentro de nuestra madre y sabe qué contiene nuestros corazones. Sabe a la perfección cómo atacar a la plaga inmisericorde que agota nuestros corazones.
    Podemos curarnos de nosotros mismos, nuestras uñas dejarán de clavarse en nuestro pecho y nuestros dientes ya no morderán más nuestros labios. Nosotros mismos somos nuestra enfermedad cuando insistimos que una culpa debe clavarse como cristales rotos en nuestra paz.
    No venimos a la vida con  una moviola debajo del brazo y no es posible borrar lo vivído, lo adverso de nuestros actos, pero sí existe algo llamado perdón.  Si acudimos a Él cuando lo necesitemos dejaremos de juzgarnos a nosotros mismos. El Dios Feliz se llama a sí mismo así. Seamos felices. Si nos asemejamos a Él en Sus cualidades y llevamos las lágrimas de nuestra autoacusación al pañuelo de Su comprensión lo vamos a lograr.
    Entonces nuestras noches nos recogerá en sus alas, nos narcotizará suavemente y soñaremos con el amor, con toda una vida llena y cuando despertemos veremos nuestras ventanas abiertas y nuestro cuerpo sentirá el frescor de la mañana.

    Fuengirola, 02 de marzo de 2011

sábado, 19 de febrero de 2011

¡QUÉ DARÍA YO...!


Qué daría yo por dibujarte en el aire
y verte de cerca en cada plaza,
en las olas que se rompen en la playa,
grafitado en las paredes de las calles…

Qué daría yo por poder acariciarte
cuando te busco por los rincones de la casa,
-pero sólo hallo esta ausencia que me mata-
por poder llorar de dicha a cada instante…

Qué daría yo por ser tu ánimo, tu acicate,
cuerpo etéreo que en el aire se desplaza,
penetrar en lo más hondo de tu alma
y llenarte todo entero de mi amarte…

Qué daría yo por ser guirnalda y rodearte
y así olieras el rocío de mis ansias,
que chorrea de mi cuello a tu garganta,
ofreciéndote el ardor de mi soñarte.

Qué daría por ser diana y despertarte
sin corneta ni campana en la mañana,
ser cobertor en las frías madrugadas,
con mi cuerpo sobre el tuyo, en mi entregarte.

Qué daría por ser bosque impenetrable,
organizar una gran fiesta con las hadas
y luciérnagas de antorchas en tu cara
para verte eternamente en mi besarte.

¡Qué daría yo…!

Fuengirola, 19 de febrero de 2011

miércoles, 2 de febrero de 2011

YA LO SABES...

Pues ya sabes...
que la vida me parece escasa,
que las mañanas se desaprovechan sin ti,
que los días y las noches son como un periódico no leído,
que cuando cae la tarde, los morados y naranjas me parecen grises,
que los besos que sueño los noto en mi cuello, aunque no estés,
que tu olor lo llevo impregnado todo el día,
y tu risa, y tu mirada que me dice todo lo que me amas.
La puerta está cerrada a cal y canto esperándote,
quiero sentir el ruido de tu llave al entrar en la cerradura
y escuchar el peso de tu mochila al dejarla en el suelo.
Y entonces yo abro mis brazos y te acaparo, no quiero soltarte
y tu cara se llena de mis labios ávidos de amarte, y tu boca.
Ya lo sabes...
que todo el amor inventado se hizo para nosotros,
que de tu casa a mi casa ya te conoce cada montaña y cada árbol,
cada túnel y cada estación,
que la persiana se sube sola porque sabe que aparecerás
y quiere que yo te vea venir...
Estar sin emociones significa volver a sentir por ti.
Prescindir de tus horas me apaga todo,
pero todo yo se llena de tu sol cuando te veo aparecer,
para luego llenarme de sombras en cuanto te vas.
Y mi vida se va llenado de ti en mi pensarte
pero ya no cabes, si entras un poco más te derramarás
y te saldrás de mi vaso.
Ya no es posible llenarme más de ti,
si lo hiciera un nuevo universo sería creado
para poder contener todo tu amor.

Fuengirola, 2 de febrero de 2011

lunes, 17 de enero de 2011

EL DESAHUCIO

    Mi vecina Araceli llora, hemos sido vecinas durante 47 años. Mañana desahucian el edificio, nos echan. A mí ya no me quedan lágrimas. Aquí en esta casa maloliente y llena de ratas viví los mejores años de mi vida y también los peores. Aquí pasé hambre, parí a mi único hijo, que murió de una enfermedad del pulmón a los 3 años, mi marido estuvo en la cama durante 8 años tras el derrame cerebral. Aquí fue donde me entregó el primer sueldo de casado, donde le preparé la primera comida, donde le lavé la primera ropa, donde me quité el velo de novia, donde entregué la flor de mi inocencia. Aquí fue donde cosí tanta y tanta ropa de vecinas que me traían sus telas, donde hice el ajuar de tantas jóvenes casaderas. Todo eso habrá sido una anécdota en mi vida, sin escenario, sin piedras que puedan decirlo si hablasen.
    Araceli sigue llorando, pobre mujer, también se quedó sola como yo hace siete años que murió Miguel, su marido. Su única hija se fue a Alemania a trabajar y allí se quedó, allí se casó y no echa cuenta de la madre. Hala, que se pudra en cualquier residencia. Tenga usted hijos para esto. Hace media hora llamó a mi puerta Piedad y Ramón, vecinos de toda la vida, llorando.
    -Águeda, venimos Ramón y yo para despedirnos, mujer. ¡Esto es muy grande, muy doloroso, Dios mío! ¿Cómo pueden hacer esto con todos nosotros?
    Los tres nos fundimos en un eterno abrazo entre lágrimas y gritos de dolor. Ellos fueron siempre nuestra despensa cuando Antonio -mi marido- se quedaba parado o yo me quedaba sin costura. Qué buena gente, qué solidaria, gente pobre como una y que sacaba de donde no había para compartirlo.
    Abrí la puerta y eché una última mirada al pasillo, a la puerta abierta de mi dormitorio y dí un suspiro que me hizo temblar. Acaricié el quicio de la puerta y salí sin cerrar, pero me llevé mi llave y la de Antonio, que siempre estuvo colgada donde él la dejó por última vez. Las rodillas se me aflojaban en cada peldaño que bajaba. Se podía escuchar los lamentos de los vecinos que aún continuaban en sus casas.
    Cuando salí había varios coches patrulla y varios policías esperando a que saliésemos todos para sellar el edificio hasta su demolición. Miré hacia arriba y vi a Eloísa –mi vecina de arriba- cogiendo una maceta de azucenas en flor que tenía en una jardinera enganchada a los hierros del balcón. Crucé la calle con mi única maleta hacia el taxi que me esperaba.

    Escribo todo esto desde la residencia donde me llevaron los de la Asistencia Social. Me dijeron que por mi edad no era factible darme otra vivienda, que eso era para gente más joven o para familias más grandes, que yo tendría que contentarme con pasar el resto de mis días en un lugar tan impersonal como es una residencia de ancianos, como cualquier cosa que no sea la casa de una. Para nada les importó el cariño que yo pudiera tenerle a mis cosas de toda la vida, a mi cama, a mis muebles… en la residencia sólo me permitían llevar un poco de ropa y algunas cosas personales como las fotos y poco más. No sólo me despojaron de mis paredes de siempre, sino de esos pequeños tesoros de toda mi vida.
    Hoy me siento como si me hubieran dejado desnuda en medio de la calle, ultrajada totalmente, humillada, triste, muy triste. He llorado mucho y sé que aún me queda mucho por llorar, pero no puedo hacerlo, no estoy sola. Acaban de presentarme a doña Manuela, una señora de pelo negro y de edad muy avanzada que será a partir de hoy mi compañera de habitación en la residencia. Es muy habladora y amable, pero no tengo ánimos para atenderla y le dije que me disculpase, que no me sentía bien. Me dijo que lo comprendía, pero que ya se me pasaría, que les pasó a todos en su primer día, pero que luego me amoldaría como todos se amoldaron, y que me lo pasaría muy bien allí. No lo creo. Ni ella misma se lo cree. Decía las cosas de manera automática, sin alegría en los ojos, y cuando alguien quiere animar a otro sin alegría en los ojos, es porque tampoco lo está pasando bien.
    Así que ya estoy vislumbrando el resto de mi vida y un nudo de desesperación atraviesa mi garganta. Quiero gritar, romper las paredes con los puños cerrados, tirarme de los pelos, sacar mi ropa de la maleta y hacerlas trizas, pero no, debo callar y no parecer una loca y que me metan en un sitio peor. Será mejor así. Una vieja no tiene ni voz ni voto en nada, ni de su propia vida. No se nos permite tomar nuestras propias decisiones sin ser una cuestionada. Una vieja ya no sirve, una ya no es útil para nada. Sólo me queda esperar hasta que todo esto acabe, es mi único consuelo. Quisiera ser más optimista, sé que seguramente doña Manuela tiene razón y mañana me encontraré mejor, pero no quiero acordarme más de su mirada triste y desesperada. Yo sí me quiero creer que seré feliz aquí.

     Málaga, 17 de enero de 2011.