lunes, 11 de octubre de 2010

¡OH, CALLE OSCURA DE LOS MUERTOS!

Hoy tengo el gusto de presentaros un trozo de mi vida, de mi infancia, de aquel amor tan entrañable que siempre nos dimos mutuamente mis queridos y recordados vecinos de mi calle, eran más que familia. Hoy cuando me pongo a contar con la mano cuántos quedan... bueno, se me llena el corazón de una tristeza terrible. Únicamente siguen vivos la Carmelilla, Mari Pepa, Antonio Leiva, Antoñita y su marido Juan y, no quedan más, pero en mi corazón siguen vivos todos, absolutamente todos, y en mi memoria siguen latentes sus voces, sus risas, todos aquellos momentos buenos y tristes que nos tocó compartir.


Oh, calle oscura de los muertos,
donde la risa se transformó en apatía,
donde el silencio suplió
esos "buenos días"
que hasta un desconocido daba.
Oh, amigos que dejaron su bondad
en mi recuerdo,
en mi pensar eterno.
Oh, aquella calle de casas de cal
y tejas de barro,
con esos patios,
con esas puertas llenas de gente
sentada y conversando.
Oh, aquellos veranos
donde descubríamos
el primer amor,
aquel beso inocente de chiquillos
que con tanto pudor nos dábamos,
aquel olor del salitre
que llegaba hasta mi casa,
el ronquido del mar
en las noches de invierno
y que tanto me asustaba,
las sirenas de los barcos,
los pasos firmes en mi acera
de cualquier noctámbulo,
el silbido de la lechuza
sobrevolando la calle, 
aquella ventana abierta
dando entrada
a la blanquecina luz del farol,
el olor en la noche
del humo del horno de leña
de la panadería de enfrente,
la fuente de hierro del rincón
a donde mi madre me mandaba
a llenar de agua aquel cubo de zinc,
el pequeño cuerpo de la Carmelilla
viniendo del bar de Pedro
con su vaso de café con leche
para tomárselo tranquilamente
en su casa cada sobremesa,
María Rosa contándome chistes
con aquella gracia que tenía,
María la Nueva
llamando a gritos a su hija Esperanza
-mi mejor amiga de la infancia-,
Pepa la Chata
con su pequeño negocio de lejía
que tenía en su casa,
El carpintero
que le hizo el báculo a mi padre...
Oh, recuerdos de mi vida
siempre vivos,
de mi gente...
Hoy los evoco sin una sonrisa,
sin un sentimiento de dicha.
Sólo lamo aquella sombra que dejaron,
aquella huella aún fresca
que laterá en mí para siempre.

Fuengirola, 5 de junio de 2002.

(Aquel lugar es Calle Mendoza en el barrio de Huelin de Málaga)

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