lunes, 11 de octubre de 2010

IGUAL QUE TÚ

Igual que tú
yo me mordía los labios
para no gritar.
El veneno de mi pena
abofeteaba mi alma,
me dejaba exhausto,
sin ganas de nada.
Deambulaba en la tarde
sin rumbo, sin saber dónde ir,
añorando la noche
para hallar la paz.
Sin embargo,
cuando el insomnio
devoraba mi calma
cómo ansiaba el nuevo día,
sentir de nuevo el calor del Sol.

Oh, sí, igual que tú...

Igual que tú
su recuerdo se clavaba en mí
y mis ojos se mojaban,
y mi cara.
Nunca estaban secos mis pañuelos.
Oh, cómo me dolían los suspiros,
los ayes de mi duelo,
la imagen que veía
reflejada en el espejo.
Y quise huir de todo,
de esa acera que una vez pisó,
de la esquina de nuestras citas,
de esa playa, de ese bar,
de ese lugar donde nuestro amor
comenzó a despertarse...
Pero de pronto la muerte
le usurpó la vida de un zarpazo,
dejándome sin vida a mí también.
Los años fueron pasando
sorteando lágrimas
y algún que otro gozo.
Hasta que la juventud
se quedó tan seca como una piedra
en el estío.
Sin darme cuenta,
la noche me trajo de nuevo
ese latido olvidado,
ese sentimiento extraño,
esa vehemencia
que la ilusión ofrece.
Y de nuevo surgió la vida
de entre toda aquella niebla
donde mi alma estaba tan oscura,
tan perdida,
tan insoportablemente herida.
Una voz nueva
me sacudió las cenizas
que se adhirió a mí
y hoy de nuevo soy joven.
Atrás se quedó la acritud
de mis desvelos,
de mis días sin sol,
de la soledad del alma.

Igual que a mí te ocurrirá.

De nuevo el brillo de tus ojos
será limpio, nada los empañará.
Y de pronto una mañana
descubrirás que es preciso
escalar esa montaña
para de nuevo volver
a tocar las estrellas.

Igual que a mí te ocurrirá.
Igual que a mí.

Para Mónica.
Hemos sido unos privilegiados de la Vida, por haber sido tan bien amados. Eso es un gozo que siempre irá con nosotros y siempre nos ayudará a seguir adelante hacia toda meta que nos pongamos.

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