lunes, 11 de octubre de 2010

EN ESTA MADRUGADA

Hoy la Luna está en su cénit.
Su marfíleo resplandor
hace que el mar sea tan blanco
como el cristal de tu sonrisa.
Allí estaba yo solo mirándola,
pero contigo
sentado en aquel banco de hierro
y sintiendo esta brisa de septiembre.
La gente pasaba y me miraba
pero yo estaba contigo
y te sentía lo mismo
que si estuvieras allí.
Te quise hablar,
decirte de la oquedad de mi alma,
de mi corazón hollado,
de esta carne apaleada,
pero sólo estaba la Luna
que me contemplaba
lo mismo que yo a ella.
Y mi cara fue penumbra,
y mis ojos dos latidos
a punto de pararse.
Ahora, en esta madrugada,
mientras un saxo
me saca estas palabras
te imagino dormida
ahí en tu lecho,
en esa alcoba que se me antoja 
impregnada de ti,
de tus deseos, de tus proyectos
y todo se convierte
en un suspiro que me llena,
que me deja saciado,
y mis labios bosquejan
una sonrisa para ti,
ensayo minúsculo
de las que te ofreceré
cuando te tenga.
Oh, reloj que no se mueve,
calendario que no se deshoja,
sol que no se pone,
aurora que no despunta en el Este...
Mi sangre fluye como una yegua
galopando en la mañana,
como las olas que revientan
en los espigones del puerto,
como ese columpio sin niño
que se balancea por el viento,
como una calle al mediodía.
Y te siento ahí tan tierna... 
dando a tu almohada
la caricia de tu aliento
y a tus sábanas el calor
de tu cuerpo.
Y yo me lleno de nostalgia
y suspiro,
y dejo de escribir
y vuelvo a suspirar.
Porque eres paladar en mi piel,
porque eres arcoiris en mis tardes,
porque eres lluvia nueva
que me hace crecer.

Fuengirola, 23 de septiembre de 2002.

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