jueves, 2 de diciembre de 2010

LA TÍA EVELINA

   
                  LA TÍA EVELINA                                                               


    Mi tía Evelina siempre nos asustaba cuando nos quedábamos con ella, para que dejáramos de armar jaleo. Nos cogía de la mano a mis tres hermanos y a mí y nos reunía en corro sentados sobre la alfombra de la sala y ella sentada en una silla.
    -El día que yo me muera, vais a llorar mucho, vais a sentir remordimientos por lo malos que sois conmigo y ya no tendrá remedio, siempre lo llevaréis en vuestras conciencias. Tú, Guillermina, vas a recordarme siempre llorando, aturdida con tus gritos. Por eso, cuando oigas alguna sirena pasar por tu casa, piensa en mí y recuerda que es como si fuese yo que te llamo para recordarte lo mala que fuiste conmigo.
    -Tú, Calixto, vas listo.
    -Cuando decía eso nos poníamos a reir, nos divertía el pareado-
    -¿Por qué tía? –respondía muy serio el menor de mis hermanos-
    -Porque un día te descubrí hurgando en mi monedero. No te dije nada, dejé que cogieras lo que quisieras. No fue mucho, pero ese dinero lo tenía reservado para comprarme unas medicinas que me hacían falta para mi corazón y a esas horas el banco estaba cerrado. Esa noche me dio un fuerte dolor en el pecho. Si hubiera tenido la medicina el dolor hubiera remitido, pero no, cada vez se hacía más fuerte hasta que me desmayé y lo único que recuerdo es que abrí los ojos en el hospital. El corazón sufrió un daño irreversible, que se podría haber evitado. Seguramente moriré algunos años antes de lo previsto por culpa de tu poca honradez. Cuando veas que algo se te ha perdido –que te despidan del trabajo, cuando seas adulto, que tu novia te haya dejado por otro, o que se te escapa el tren o un avión, incluso enfermas, quiero que recuerdes mis palabras. No te estoy echando ninguna maldición, sólo quiero que te acuerdes de que la Vida siempre nos roba si robamos, nos quita cosas importantes y valiosas y tú lo tienes que pagar.
    Tú, Nélida, la más bonita de todas,  no creas que te vas a librar, no. Tú eres la más traviesa de todas y la que maquina todo lo que tus hermanos luego hacen para fastidiarme, como esconderme las cerillas para que no pueda encender la lumbre, o el peine para que no me pueda peinar por las mañanas, o me escondéis los zapatos… Un día te pasaste: derramaste aceite a la entrada de la cocina y cuando entré pegué un patinazo que me dí contra el aparador y toda la vajilla cayó sobre mí causándome cortes en la cara y en otras partes de mi cuerpo, la vajilla de mi suegra toda destrozada. Tú nunca podrás imaginar el valor sentimental que tenían aquellas piezas. Cada día cuando me miro al espejo me acuerdo de ti, mira esta cicatriz al lado de esta ceja, y mira esta otra en la frente que me tapo con un poco de cabello, y esta otra en plena mejilla. Me dejaste señalada toda la vida. Recuerda que aquí nadie termina sus días sin haber recibido su merecido si hemos hecho algo malo. Tú te acordarás de cada una de las cicatrices de mi cara y de mí. De mí nunca te vas a olvidar. Estoy segura que se te concederá una vida muy larga, se te dará la horrible oportunidad de ver tu rostro cómo poco a poco va perdiendo su lozanía, cómo se te descolgará la cara, el cuello se te pondrá pellejoso, los párpados caídos que ocultarán esas pestañas largas y rizadas que tienes ahora, tú misma quedarás horrorizada cada día al verte tan desfigurada, como una momia egipcia. Pronunciarás mi nombre: “tía Evelina, tía Evelina”. Y yo no te oiré, porque llevaré muchos años muerta, de mí sólo quedará un cadáver martirizado por sus horribles sobrinos, que por fin descansa en paz, esa paz que ansío y que me quitáis.
Y ahora te toca a ti, el que parece más bobo y el más feo de tus hermanos, sí, me refiero a ti, Bernardino, bola sebosa llena de granos, a ti, el de los ojos de sapo y nariz torcida –se refería mí- Una mañana, creyéndome tú en el mercado, te metiste en mi dormitorio y colocaste en la cama una enorme araña muerta y encima echaste la colcha. Se te veía totalmente excitado ante el susto que me iba a llevar, pero cuando saliste del cuarto fui a por la araña y la eché en el vaso donde te iba a preparar el cacao para la merienda. Cuando acabaste de bebértelo y apareció aquel horrible bicho, ya me dirás quién asustó a quién. Pues quiero decirte una cosa: no creas que tu fealdad irá menguando con los años, no, serás el hombre más feo de la ciudad, nadie querrá casarse contigo, huirán de ti lo mismo que huyen de las arañas. Sólo se te acercarán las feas como tú, pero tú amas la belleza y las repudiarás lo mismo que hacen contigo las chicas bonitas. Siempre estarás triste, amargado, lleno de resentimiento hacia los hombres guapos que te encuentras por la calle. Acuérdate de todo esto que te estoy diciendo. La vida hará que te lleves muchos malos ratos, como el que me querías dar aquel día con la araña, todo se te torcerá, por mucho que te esfuerces, porque eres de mala esencia, tu fealdad hace que sólo destiles ponzoña, tu naturaleza te impide amar. Pagarás muy caro aquella broma de la araña.”

    Así era mi tía Evelina, una mujer que no brillaba precisamente por su bondad, sino por su perversidad. Nosotros éramos niños,  no unos monstruos como pretendía ella hacernos creer. Éramos niños, simplemente éramos niños.
Mis padres se veían obligados a llevarnos algunas temporadas con ella, porque se iban a a trabajar a la vendimia, a Francia y ella no podía negarse, tenía una casa grande, no tenía hijos, era viuda, hermana de mi padre y antes prefería que le cayese un rayo a que la gente del pueblo la criticase por no hacerse cargo de sus sobrinos y perder la buena reputación que tenía entre sus amigas de la parroquia.

    Una tarde que yo regresaba del trabajo abrí mi buzón y había una carta. Era un sobre grande con mi nombre escrito a máquina, lo abrí y contenía otro amarillento y sólo ponía mi nombre escrito con tinta de estilográfica. Me sorprendí un poco, hacía tiempo que no veía una caligrafía así con cada letra unida a la siguiente y formando caprichosos trazos y levemente inclinada a la derecha. No llevaba remite. La empecé a leer en el ascensor.
    
    “11 de mayo de 1966.
    Sobrino, soy tu tía Evelina. Cuando leas esta carta llevaré muerta más de 10 años.Ya debes tener más de 20. He dejado escrita esta carta antes de mi muerte, sé que moriré en unos meses según me dijeron los médicos. Mi abogado tiene instrucciones de no dártela hasta  el día que coincidiera con el décimo aniversario de mi muerte. No, no pienses que esto es una notificación para citarte en el despacho de mi abogado porque te dejo algo en herencia, no. Sólo he querido que recibieras esta carta para fastidiarte, para decirte que nunca os he querido ni a ti ni a tus hermanos y que teneros en mi casa era el peor de los martirios para mí. Estaré muerta sí, y seguramente lo celebras, pero ahora me estás leyendo y de nuevo vuelvo a estar viva, porque lees mis palabras, es como si yo te estuviese hablando cara a cara. En mi tumba estoy tranquila, pero tú seguirás sufriendo por tu fealdad, porque mira que eres feo. No sabes lo que me estoy riendo en estos momentos, ojalá me muriese de risa. ¡Feo, más que feo! Tu tía Evelina, que está encantada por haberte dado este mal rato.”

    Me quedé atónito. Lo primero que hice fue mirar bien los sobres a ver si veía algún membrete del despacho de abogados que me mandó la carta, pero no había absolutamente nada. Cuando llegué a casa hallé a todos muy serios, mis padres, mis hermanas Guillermina, Nélida y mi hermano Calixto. Todos estaban con las caras demudadas. Todos bajaron la mirada hacia el sobre que aún llevaba en una mano.

    -¿Tú también has recibido una? –me preguntó mi padre- la muy… que encima que dejó toda su fortuna a la parroquia, nos esté jodiendo la vida aún después de muerta.

    Sí, todos mis hermanos habían recibido su carta el mismo día. Me preguntaron qué me decía en ella, pero me negué. Me dolía mucho mi fealdad y me daba mucha vergüenza de que leyesen mi carta, pero finalmente accedí, porque comprendí que si no lo hacía me iba a quedar con las ganas de saber el contenido de las cartas que habían recibido los chicos.
    La de Guillermina fue más que cruel:
   
    “11 de mayo de 1966.
    Soy tu tía Evelina. Estoy muerta, ya sabes que morí hace 10 años. Ya debes estar casada o a punto de hacerlo. Pronto cumplirás los 22. ¿Recuerdas lo que me molestaban tus gritos a todo momento? ¿Y recuerdas lo que te dije sobre las sirenas?
    Estoy segura que siempre te acuerdas de mí. Eso me satisface, ya que una debe perpetuarse aunque sea inspirando malos recuerdos. Ahora que ya estás en edad de ser madre quiero sobre todo una cosa: que a la hora de parir a cada uno de tus hijos y oigas su llanto por primera vez, que te acuerdes de mí. Quiero que siempre te acuerdes de mí, ese será tu castigo, acordarte de la persona que más aborreciste. Espero que esta carta te haya amargado el día.”

    Esta es la de Calixto:
   
    “11 de mayo de 1966.
    Soy tu tía Evelina. Como recordarás, hace 10 años que fallecí por tu culpa, ya que sabes muy bien que tú produjiste en mi corazón un daño irreversible. Supongo que seguirás siendo igual de ladrón, porque la cabra siempre tira al monte. Vaya regalo para tus padres –se lo merecen, tu madre no tenía que haber parido tanto para verse obligada ella y tu padre a emigrar y encasquetarme a sus hijos, con lo tranquila que yo estaba en mi casa- He querido escribirte para que no me olvides, tendrás ahora 18 años. Pronto conocerás la cárcel y serás un bicharraco con olor a celda, la cara se te pondrá pálida. Todos los que no tienen libertad se les quita el color del rostro, parecen cadáveres. Serás un hombre patético y aún en libertad la soledad carcomerá  tus horas y así será siempre. Supongo que hoy habré fastidiado tu sonrisa, era la idea.”

    Y  por último esta es la carta que recibió Nélida:
  
    “11 de mayo de 1966.
    Soy tu tía Evelina. Supongo que a tus 26 años estarás guapísima. Siempre fuiste la más guapa de tus hermanos y tú lo sabías, te pasabas el día contemplándote en los espejos de mi casa, incluso te besabas tus propios labios en el espejo de mi ropero. Aprovecha estos días de juventud y belleza porque de aquí a unos años se te deteriorará mucho. No olvides lo que te dije. Serás fea, vieja. Aún contemplando tu belleza en fotos, aún disfrutando de ella por los piropos de los demás, siempre estará mi sombra  en medio de todo eso y mis palabras recordándote lo fea que serás y lo vieja. No disfrutas a plenitud de tu belleza porque me tienes a mí martilleando tu memoria, y por la tanto tu belleza tiene un velo triste, un velo que no te puedes despegar del rostro, y tus ojos nunca brillan como quisieras porque te acuerdas de mí. ¿A que te he arruinado el día?”

    No comprendo a la tía Evelina. Sólo una loca haría algo así, molestarnos después de muerta con esa serie de maldades.
    Pasaron muchos años después de aquello. Jamás olvidé aquella carta y estoy seguro que mis hermanos tampoco. Después de todo la tía se estaba saliendo con la suya: tenernos adheridos a ella y a su maldad y que su recuerdo nos hiciese infelices en esos momentos en que venía irremediablemente a nuestra memoria.

    Una tarde sonó el teléfono. Era Nélida muy alterada. Había recibido una carta similar a la que habíamos recibido veinte años atrás. Me dijo que Calixto la llamó y que a él le llamó Guillermina para decirle lo mismo: que habían recibido una nueva carta. Aquello se estaba convirtiendo en una pesadilla.
   -Pues yo es que no he bajado aún y no sé si tendré algo en el buzón. Me visto y voy enseguida a ver.
    En efecto un sobre grande con otro sobre aún más amarillento que el anterior con la misma letra. Era inconfundible, era de ella, de mi tía Evelina. Mi padre había muerto hacía 5 años y mi madre seguía en la casa familiar ya sola, porque todos nos habíamos casado o emancipado hacía ya algún tiempo. Decidimos quedar en casa. A las 8 de la tarde estábamos todos reunidos. La primera en llegar fue Nélida. Estaba nerviosa, con un cigarrillo que le temblaba en los labios cada vez que daba una calada.
    -Esto ya es demasiado, Ber, ¿no tuvo otra cosa que hacer que ponerse a maquinar un plan para martirizarnos de por vida? Cuánto la odio, iría ahora mismo al cementerio para gritarle cuánto la odio.
    Nélida siempre fue la más visceral, la que poseía el carácter más fuerte que ninguno de todos los de la familia. Comencé a leer su carta:

    “11 de mayo de 1966.
    Soy tu tía Evelina de nuevo.  Dije a mi abogado que tuviera guardada esta carta y las de tus hermanos hasta 1996 y si por esas fechas ya no ejerce, que pasase todo a otro abogado de su confianza para ser mi nuevo albacea, de esa manera aseguré que os llegasen las cartas en su momento apropiado. ¿Y por qué creo que es apropiado el que recibáis estas cartas tras veinte años de las últimas? Porque ahora os pillo en plena madurez, a ti con 46 años, a Calixto con 38, a Guillermina con 42 y al feo de Bernardino con 40. Me encanta la idea de que lo mejor de tu juventud se lo haya comido la vida. Ya hará tiempo que no te pasarás contemplando tu belleza en los espejos, sobre todo porque se estará desdibujando el contorno de tu cara y las patas de gallo las tendrás ya bastante desarrolladas, incluso estarás acudiendo a los tintes para que aquel hermoso pelo negro que tenías, continúe siendo negro, y no hay nada más patético que una morena ya vieja, se pinte el pelo aún más negro que el suyo natural, eso acentúa mucho más la edad, sobre todo si se tienen ya arrugas. Ya no serás tan bonita como hace veinte años, ¿verdad? Ahora serán tus hijas las más guapas de la casa, no tú, tú irás pasando a un segundo, o tercer plano. ¡Qué fea es la vejez! Porque si siempre se ha sido del montón, pues de vieja eso no se nota demasiado, incluso hay gente que gana con los años, pero cuando se ha sido tan inmensamente bella como tú has sido, debe ser una tragedia muy grande. Ya estarás descubriendo que te dicen menos cumplidos hasta que llegue el día –que te llegará- en que nadie te lo diga ya y si alguno lo hace, tú sabrás que se trata de una mentira piadosa. Una mentira, en eso te convertirás.
    Espero haberte puesto nerviosa y que tu ira esté a flor de piel en estos momentos. Conozco tu mal genio”

    -Todo esto es inverosímil, Nélida, no puede estar ocurriendo. ¿Es que nunca nos va a dejar tranquilos esa demonia?
    Sonó el timbre de la puerta y eran Guillermina y Calixto que vinieron juntos. Calixto la pasó a recoger.
    -Bueno, os voy a leer mi carta. Veréis que no tiene desperdicio –dije-
   
    “11 de mayo de 1966:
    Sobrino, debes estar más feo que nunca, con tu nariz doblada, porque con los años ese apéndice sigue creciendo, así que encima más grande. Habrás podido darme la razón cuando te dije que todas las chicas huirían de ti. Estoy segura que no me equivoqué. Porque si con un guapo no se come, con un feo se les quitan a una las ganas de comer. No sé qué me pasa que siempre que me dirijo a ti me entra la risa. Estoy enferma y la risa que me produces me da fuerzas. Ninguna chica quiere pasear con un fenoméno de feria, y eso es lo que tú siempre has sido. Ahora te imagino obeso, con un vientre descolgado y fofo, con tu cara llena de pequeñas cicatrices de aquellos horribles granos que siempre tuviste. Una joya, vamos. Si nunca quise tener hijos fue por no correr el riesgo de tener uno como tú. Tú tienes los genes de mi padre que era igual de feo que tú o más y cabía la posibilidad de que mi vientre engendrase algo así. Tu tío siempre quiso ser padre y murió con ese deseo no satisfecho y todo por culpa tuya y de mi padre ¿Por qué nacísteis tan feísimos? De niña me hacían llorar cuando me decían que yo era la hija del feo del pueblo. Siempre me dijeron que cuando me casara me iba a convertir en la madre de los niños más feos de todos los pueblos vecinos  y aquello se me quedó grabado dentro de mi cabeza como si me lo hubieran tatuado con fuego. Cómo os odiaba a ti y a tus hermanos, a ti quizás menos porque tu fealdad no me ocasionaba ninguna envidia, pero a tus hermanos… oh, cómo odio a tus hermanos, son los tres preciosos, sobre todo tu hermana Nélida, ella es a la que más aborrezco. Sólo me consuela que los años les dejará irreconocibles, que no será para siempre su belleza.
    Supongo que no esperábais  ni tú ni tus hermanos otra nueva carta, pero así son las cosas. Algún día seré más joven que todos vosotros, anota esto”

    -La verdad es que esto es como un mal sueño. ¿Es que nunca nos va a dejar tranquilos? –exclamó Guillermina llorando-
    -A ver, muéstranos la tuya –dijo Nélida limpiándole las lágrimas con un pañuelo que sacó del bolso.
    Guillermina ya venía con la carta en la mano y empezó a leérnosla:

    -"11 de mayo1966 (siempre la misma fecha, ¿os habéis dado cuenta? Todas las cartas las escribió el mismo día, se debió tirar el día entero escribiendo. Bueno, sigo:)
    ¿Qué? ¿Te acordaste de tu tía Evelina cuando escuchaste el primer llanto de los niños que pariste? Estoy segura que sí. Estoy convencida que incluso en los embarazos te horrorizabas pensar en que eso pudiera ocurrirte. Y te ocurrió, ¿a qué sí? Pues no sabes cuánto me alegro, hay que acordarse de la familia de vez en cuando. Seguro que no te sabrían a gloria los llantos de ellos cuando te despertaban de noche con sus gritos. Para que veas lo que molestan y tú eras la niña más chillona y odiosa del mundo.
Creí volverme loca en más de una ocasión por tu voz, no te soportaba. Nunca te quedabas afónica, qué buenas cuerdas vocales las tuyas, mujer. Dirás que no tengo argumento para que te odie tanto. Bueno, no, no lo tengo, pero te tengo que odiar, así de simple. Eras bonita, la niña que siempre quise tener, y como la única queja que tengo de ti es tu manera de gritar, pues en ello me escudo para odiarte a gusto como odio a tus hermanos. ¿Le has hablado a tus hijos de mí, de la tía Evelina? Como soy un mal recuerdo, a lo mejor no lo has hecho, pero me da igual. Lo importante es que me recuerdes tú y sé con certeza que nunca me has olvidado, y menos que me olvidarás a partir de ahora…”

    -¿A qué se referirá con esto último? Suena a amenaza. ¿Pero, qué estoy diciendo? Cómo puede amenazarnos una muerta? Lo que quería era asustarnos, era mala, dañina como una alacrana venenosa –dijo Nélida-

    -Pues fijáos en la mía –dijo Calixto- :

    “11 de mayo de 1966:
    Calixto, Calixto, siempre te has pasado de listo.  (¿No os reís, chicos? antes os hacía mucha gracia) Estoy segura que te habrá ido muy mal en tu vida. Todo lo que tocabas era ajeno y todo lo que tocabas lo hacías tuyo. No, no te quise denunciar a la Guardia Civil, ni avergonzarte ante tus hermanos, pero no por miramiento hacia ti, sino por mi fama de buena católica, y eso para mí era muy importante. No podía permitir que los niños que yo catequizaba te tuvieran a ti de mal ejemplo y por eso callé y me tuve que morder la lengua y guardar mis manos para no abofetearte, que era lo que yo deseaba con todo mi corazón, darte de palos. Por tu culpa llevo 30 años tragando tierra –espero que cumplan con mi voluntad de no meterme en un nicho- Ya estará podrido mi féretro y la ropa con la que me amortajaron. ¿Me visualizas? Me alegro, te mereces imaginarme con los ojos secos, que mi esqueleto te quite el sueño. Hoy aún podría haber estado viva, porque muero a los 41 años. A ti te culpo y quiero que lleves esta culpa cada noche a tu cama y te duermas acongojado.”

    -Cuánta crueldad hay en estas cartas. Nunca pude imaginar que pudiese existir gente con una mente tan diabólica, tan destructiva –dijo Guillermina con la cara llena de lágrimas, dándole un beso en un brazo a Calixto-

    -Es cierto que mi hija es guapísima, pero eso me enorgullece como madre. ¿Cómo pudo esta mujer pensar, que yo iba a ser desgraciada contemplando la belleza de según ellas, mis hijas, porque sólo tuve una? –dijo Nélida-

    -¿Y yo? Yo nunca he pisado  una cárcel, bastante caro estoy pagando aquel dinero que le quité del monedero. Luego nunca más lo volví a hacer. Aunque ella no me lo hubiese estado recordando durante treinta años, yo deduje que eso era malo y que no se debe robar. Sus deseos de verme hundido y en una cárcel es lo que más me estremece. Sí, en una cosa ha triunfado. Ella quería verme amargado y lleno de remordimientos por haber sido el causante de su empeoramiento y eso siempre lo voy a lamentar, cada día de mi vida lo voy a lamentar. Pero os voy a decir otra cosa: desde hoy mismo voy a aprender a no lamentarlo tanto, y a pensar que una persona tan mezquina no merece que yo sufra por algo que cometí de pequeño, cuando no se razona las cosas tanto . Desde hoy sólo voy a sentir una cosa respecto a esta mujer: que soy feliz porque una persona que nos odiaba tanto ya no tiene poder para hacernos daño. Aún soy muy joven y puedo limpiar mi conciencia a partir de ya.

    -Muy bien, Calixto, me enorgullezco de ti por no abrigar odio en tu corazón. Nosotros llevamos su misma sangre, sí, pero la sangre no tiene nada que ver con el espíritu y nosotros tenemos una fuerza de vida muy diferente y es imposible que podamos ser tan malvados como ella –dije con emoción-
     
Hicimos lo que nunca habíamos hecho: abrazarnos en un corro. Así estuvimos unos instantes, sin decir nada. Sólo nos limitamos a sentir.

    Acaba de entrar el año 2011. Estoy a punto de cumplir 55 años. Siempre que he abierto el buzón lo he hecho con recelo, con temor de que de nuevo recibiera otra carta de la tía Evelina. Eso me ocurrió durante muchos años, pero últimamente ya ni me acordaba. Hace dos días lo abrí como cada mañana y se me heló la sangre. De nuevo un sobre grande con mi nombre y dirección escrito a máquina. Lo abrí temblando, todo yo estaba estremecido. Sentí más miedo que las veces anteriores.
    Aparte del sobre –mucho más amarillo que los anteriores- había un aviso para recoger un paquete. Me quedé muy sorprendido con todo aquello y comencé a leer la carta de tía Evelina:
   
    “11 de mayo de 1966 –siempre esa horrible fecha, siempre-
    Hola sobrino. ¡Cuánto tiempo, ¿no?! Pues nada, que después de 15 años de la última carta, aquí me tienes de nuevo, en mi lecho de muerte, temblando ante la idea de morirme, me da mucho miedo la muerte, aunque durante años haya enseñado que la gente va al cielo cuando muere, seguramente ni yo misma me he creído eso nunca. Soy consciente de que no estoy adherida a la bondad cristiana y por eso me da tanto miedo de la muerte, de su oscuridad… pero he disfrutado lo mío odiándoos, eso no me lo quita nadie. 
    Con esta carta te adjunto un aviso para que recojas un paquete. Hasta siempre y que sepas que me he divertido mucho hoy con la idea de haberos fastidiado la vida. Tu tía querida, Evelina.”

    Llamé a todos a ver si habían recibido lo mismo y me dijeron que no. Me vestí como pude y salí corriendo hacia la oficina de correos. Presenté el aviso en el mostrador y me entregaron un paquete grande, y otra carta. Allí mismo la abrí y la leí:
   
    “11 de mayo de 1966:
    Bernardino, no abras el paquete hasta que estéis reunidos tus hermanos y tú.”

    Desde allí mismo fui llamando a cada uno para decirles que fueran a casa inmediatamente. Cuando llegaron todos, lo abrí. Contenía cuatro paquetes más pequeños, envueltos en un feo papel de estraza y atado con una cuerda de yute, cada uno con nuestros nombres y los fuimos abriendo. El de Nélida contenía un espejo, el de Calixto un monedero de mujer, el de Guillermina un juego de tapones para los oídos y el mío contenía dos cosas: una careta con el rostro de Paul Newman y una araña disecada.

    “Nélida, ahí llevas un espejo, para poder ver tus horrorosos 57 años”
    “Calixto, ahí tienes mi monedero tan vacío como lo dejaste”
    “Guillermina, te obsequio con un par de tapones para que se los dés al que te tenga enfrente y no escuche tu horrible y estrepitosa voz”
    “A ti, Bernardino –que hasta el nombre lo tienes bonito, hijo- te doy una careta para que veas que todo tiene arreglo en esta vida, y una araña para que la pongas encima del televisor, lucirá mona”
    Os espero pronto. Vuestra querida tia Evelina”

    -La muy cerda… -dije- se me está ocurriendo algo, chicos…
   
    Fue pensarlo, exponerlo a mis hermanos y en media hora vernos todos en el cementerio. Encargamos que exhumaran los restos de tía Evelina y los metiesen en un nicho, el único lugar del mundo que ella odiaba estar.

    Han ocurrido más de 25 años de eso, ya somos todos muy viejos. Corre el año 2037. Seguimos vivitos y coleando creo que tan sólo por llevar la contraria a tía Evelina, que nos quería ver pronto con ella. 
    Aún recibimos una última carta de ella el año pasado sólo para mofarse de nuestra vejez:

    "¿Creíais que ya no íbais a recibir más noticias mías? qué poco me conocéis. Han pasado ya 70 años de mi muerte. Si aún seguís vivos debéis estar monísimos. No os podéis imaginar cómo he disfrutado haciéndoos la puñeta y más aún sabiendo que siempre seré más joven que vosotros. Siempre, siempre seré mucho más joven. Pronto la vida se os acabará -muy pronto-"

    Al leer aquellas perversas palabras no pude evitar acordarme de un texto bíblico que aprendí hace muchos años y que me hicieron sonreir. Lo escribió Salomón en su libro de Eclesiastés:


"(...) porque un perro vivo está en mejor situación que un león muerto.  Porque los vivos tienen conciencia de que morirán; pero en cuanto a los muertos, ellos no tienen conciencia de nada en absoluto, ni tienen ya más salario, porque el recuerdo de ellos se ha olvidado.  También, su amor y su odio y sus celos ya han perecido, (...)"


    Y cuán ciertas son estas palabras, porque aunque ella hubiera querido odiarnos perpetuamente, la muerte lo anula todo. Por mucho que se empeñase, ella ya no puede odiarnos, simplemente ya no es. Ni su cerebro ni su corazón pueden amasar más ese sentimiento. Y... sí, siempre será más joven, pero más poder tiene un viejo vivo que un joven muerto. Por eso sonreí al acordarme del pasaje bíblico, porque aún continuamos vivos. Viejos, sí, pero vivos.



    Plastificamos sus cartas y las expusimos para escarnio público de doña Evelina Yustos Brizuela junto al sempiterno ramo de cardos que le pusimos encastrado a la lápida. El tiempo hará que hasta el plástico que protege su odio condensado en esas cartas, se pudra. Esas cartas desaparecerán cualquier día, incluso ésta última carta, que también luce allí. 
    Aún se puede leer en el epitafio de su nicho estas palabras:

    “FUI MALA, NO, PEOR QUE MALA: FUI MALÍSIMA”


    Fuengirola, 1-2 de diciembre de 2010  

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