sábado, 24 de septiembre de 2011

LA JUVENTUD

    Perdemos la juventud no en el momento de descubrir nuestra primera cana o nuestra primera arruga, sino en el preciso momento de hablar sobre los jóvenes en tercera persona. Podemos ser jóvenes con 90 años si aún siguen intactas nuestras ilusiones de siempre. Un joven  puede ser un anciano si no sueña, si no comete locuras maravillosas, si no está completamente convencido de que todo es lograble. La juventud no consiste en disfrutar de un cuerpo envidiable y de una salud a prueba de bombas, si luego el alma se tiene engarzada a una cadena de  eslabones llenos de miserias, tales como la intolerancia, el hastío y la apatía a todo.
    Yo seré siempre jovencísimo, aunque tenga la cara como una falda plisada y la espalda como una alcayata, aunque tenga la cabeza como una bombilla y tenga que usar báculo para sostenerme. Porque la juventud se tiene en los genes del espíritu, genes que pueden ser hereditarios, incluso transferibles, porque en esta vida todo se pega, tanto lo adverso como lo más óptimo. Por eso, también es interesante considerar ser contagiados de los genes jóvenes que tengan nuestros amigos, o contagiarlos de los nuestros, si son ellos los que adolecen de la ausencia de la juventud del alma.
    Ser joven te hace sentirte siempre enamorado o anhelando ese amor que aún no tenemos, te hace seguir imaginando el rostro de esa persona que te va a amar. La esperanza es la mejor crema anti-envejecimiento que existe. Una vez aplicada se te llena todo de luz, de ganas de que amanezca, de que el día siguiente sea una oportunidad más de seguir descubriendo cosas y de sentirte sorprendido con ellas.
    La juventud es el deseo innato que sentimos todos los que amamos la vida, de vivir en la piel cada instante y considerarlo como único e irrepetible.

    Fuengirola, 24 de septiembre de 2011

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