sábado, 13 de noviembre de 2010

...Y FUI HIMALAYA

El amor me despertó una mañana.
Era triste y lluviosa, fría y melancólica.
Pero el amor me despertó
y tu voz se adhirió a mi oído
como la luna al mar.
Éramos tan jóvenes, tan llenos de ilusión,
era tanta nuestra avidez de explorar la vida,
el mañana, el instante siguiente...
Mi piel latía por ti, y mis ojos, y mis labios.
La vida me inyectó su esplendor,
su cénit y fui Himalaya por ti.
Desde aquella cúspide sentía paz,
amor por todo
cuando me imaginaba al mundo en paz,
y lleno de amor, como me ocurría a mí.
Pero la calina aquella tan hermosa
que yacía sobre las laderas
se convirtió en una niebla tenebrosa.
El amor me enseñó su otra cara:
el dolor, las lágrimas y tu muerte.
Desde entonces
he tratado de ser feliz,
de incrustarme a la vida,
pero al estar sin ti se me empaña todo.
El amor no me ganó la batalla.
Quiso salir de mí, pero no lo consiguió.
En mi corazón sigue exhausto,
sin una gota de aliento para hacerme más daño.
Mi mente y corazón se conjugan en tu recuerdo
y se enardece mi mirada.
Aún existe la luna y el Himalaya
y tu voz.
Ay, y cómo te sigo amando.

 

TÚ SABES COMO YO...

Tú sabes como yo que este amor nuestro
nos lleva cada día a la tristeza.
Tenemos que medir hasta los besos.
Tenemos que sufrir las consecuencias.
Tú sabes como yo, querido mío,
que ya lo decidimos un buen día,
que esto será siempre clandestino,
que no verán la luz nuestras caricias.
Ya sé que no podemos arriesgarnos.
Tú piensas en tu gente y yo en la mía.
Ya sé que no podemos ni mirarnos
con ese amor que existe en nuestras vidas.
Pero este mismo amor es tan inmenso
que cuando ve un obstáculo, lo esquiva
y el fuego que arde dentro de nosotros
se hace más intenso todavía.
Sigamos caminando por la noche
por esa calle oscura y tan vacía.
Dejemos para siempre los reproches
y sígueme queriendo, vida mía.
Tenemos que esconder lo que sentimos
delante de esa gente incomprensiva.
Sigámosles el juego -ese es el trato-
aunque estemos manando hipocresía.
Pero ambos lo sabemos con certeza:
que nuestro amor es como el agua limpia,
tan limpia como el sol de tu mirada
y como el cristal limpio de mi risa.
Que siempre nuestro amor bese lo eterno.
Que andemos siempre juntos por la vida,
aunque tu silencio y mi silencio
nos despelleje el alma tira a tira.
Tú sabes como yo, cariño mío...
Tú sabes como yo, de la desdicha.
Tú sabes cómo escuecen los latidos
que salen de una víscera podrida.
Tú sabes como yo, saberse hundido.
Tú sabes como yo, de la desidia.
Tú sabes como yo, que este amor nuestro
nos curará por siempre las heridas
y tatuado lo tendremos en el pecho
lo mismo que una rosa sin espinas.

lunes, 8 de noviembre de 2010

EL DEDO ÍNDICE


    Ayer estuve viendo una película que siempre me pareció maravillosa -aunque cuando la ví en el cine Echegaray nos tuviéramos que salir mi amigo Paco y yo cuando venía una escena de sexo, porque nos daba vergüenza. Así que nos pasamos toda la tarde saliendo y entrando de la sala- y no recordaba que el marido de la protagonista le cortara el índice con un hacha, pero luego llegó su amante y le hizo uno de metal, precioso, precioso, para que ella pudiese continuar tocando el piano y las melodías de Michael Nyman. Vaya, os he destrozado el final -por si no habíais visto la película- pero ha sido sin querer, ¿eh?
    La verdad es que el dedo índice parece que no, pero es muy necesario. Ya me diréis cómo nos echaríamos el contorno de ojos sin él, o cómo podríamos hacer fotos con nuestra digital -con lo que a mí me gusta hacer fotos- o cómo podríamos probar la mahonesa que estamos haciendo. El dedo índice es muy activo, la mayoría de las cosas las hacemos con él, por ejemplo, no podríamos firmar ni una sola letra del banco, ya que es imprescindible -con la ayuda del pulgar y el dedo corazón- para poder sujetar el bolígrafo, para contar el dinero que sacamos del cajero, para pasar las páginas del libro que estamos leyendo, para llamar al timbre de las casas, para poner en marcha la lavadora y el lavavajillas, para restregarnos los ojos cuando despertamos...
    Sin embargo, aunque es un dedo muy laborioso, lo cierto es que hasta en las mejores familias no hay nada perfecto, porque no me digáis lo acusica que es. Siempre que queremos denunciar a alguien lo primero que hace nuestro dedo índice es ponerse erguido y señalar a esa persona. Y luego es muy suyo, muy separatista, porque cuando algunos de sus compañeros -estando como está en la misma mano- quieren realizar otras actividades, a él no le duelen prendas negarse en redondo a colaborar, como cuando queremos llamar al camarero con un chasquido de dedos, deja solos al pulgar y al corazón con todo el peso alegando que él no es tan ordinario como ellos como para hacer semejante bajeza -pero luego sí que saca los mocos de la nariz de la entera humanidad, el muy falso- ¿no es eso una vulgaridad aparte de una cochinada? Y luego es el más presuntuoso de las articulaciones: se pasa media vida alisando patas de gallo, desenredando pestañas, peinando cejas, colocando lentillas... Si no fuese tan suyo a lo mejor me caía bien, pero es un dedito que se las trae. Es el más cortante de todos. Cuando llega la noche se pasa callando a todo el mundo, y encima nos obliga a utilizar ese chiiiiiist que tan mal sienta a más de uno. Con esa acción no se siente ordinario. Nos tiene dominaditos. Y cuando dice que no, es que no, parece un parabrisas en pleno funcionamiento cuando dice que no a alguien. Y a cotilla no le gana nadie. Cuando vamos de visita, ala, lo primero que hace en el primer descuido de nuestro anfitrión es pasarse sin compasion por cualquier superficie para enterarse si hay polvo, ese es el bien hecho y el de modales exquisitos. Sus vecinos Pulgar, Corazón, Anular y Meñique se encierran entre sí de la vergüenza que pasan cada vez que a Índice le da por hacer eso.
    También es muy insinuante, cada vez que queremos que alguien venga a nosotros se pone a señalarnos arqueado y no para hasta que lo consigue. 
    Menos mal que de vez en cuando nos ayuda en pequeñas cosas como a subirnos las gafas cuando estamos leyendo, meterse en la anilla-tirador de los cajones para abrirlos, encender el ordenador, comprobar si el agua de nuestro baño no está demasiado caliente, girar las manecillas del reloj de pared cuando el cambio  horario, manejar nuestro Ipod, teclear una docena de letras de nuestro teclado...
    ¿Qué hubiera sido de Colón sin el índice? No me lo imagino con  otro gesto en las estatuas que vemos por ahí, señalando el Nuevo Mundo.
    Creo que es el dedo más expresivo que tenemos, se pasa el día entero hablando sin palabras y lo más gracioso es que le entendemos perfectamente, como si fuésemos expertos en dactilología.
    Sin él no existirían los clics del ratón de nuestro ordenador. Por cierto, Índice, ahora cuando ponga el punto y final haz el favor de dar un clic en "guardar".

Málaga, 8 de noviembre de 2010