martes, 12 de octubre de 2010

...Y SE ME QUEDARON LOS PULSOS HELADOS DE MUERTE

...Y se me quedaron los pulsos
helados de muerte
cuando me encontré contigo
aquella noche de diciembre.
Nuestras manos
fueron una solamente.
¡Ay, cómo te amé, alma mía,
cómo reviviste mi latido inerte
teniendo los pulsos helados,
helados de muerte!
La sangre se me paró
lo mismo que un fuego incandescente
que ni quema ni alumbra, siendo fuego.
Sólo mi frente
se llenó de anhelos,
de tenerte en mí.
¡De tenerte!
De vaciarme por entero
lo mismo que se vierte
el rocío del cielo
y llega el alba nuevamente.

...Y se me quedaron los pulsos
helados de muerte.
Porque me morí de amor,
¡de repente!
cuando las candelas de tus ojos
me quemaron vivo
quedando mis pulsos
helados de muerte.
De muerte, sí, de muerte.
¡Oh, tus besos que me dislocan,
que se clavan como alfileres
en el clavel de mi boca
y en los potros de mis sienes.
Que se funden con mis suspiros,
que me dan la vida y me hieren...!
¡Oh, nuestra gloria clandestina...
nuestros silencios que quieren
gritar en las azoteas
lo que nuestra sangre siente!
Pero no.
Nuestro amor estará siempre
en nuestros labios cerrados
a los ojos de la gente.

...Y se me quedaron los pulsos
helados de muerte,
de delirio y calentura,
de tenerte y no tenerte.

Málaga, 3 de marzo de 2005.

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