lunes, 11 de octubre de 2010

UNA TARDE DE JUNIO

La tarde es de plata.
El rosa y el malva
cabalgan unidos
hacia el añíl infinito.
El mar está en calma.

Las gaviotas pliegan sus alas
y yacen unidas
en la arena mojada.

La brisa es de yodo.
Su frío te abraza
y te envuelve entero
-metódico y triste-
de frescas fragancias.

Ya enseña la Luna
su silueta delgada
sobre acantilados
y azules montañas.

Ya las farolas se encienden.
Ya los chiquillos se callan.
Ya pestañean alegres
las precursoras del alba.

Ya mis ojos se humedecen
en la oscura madrugada
que mi idea se ha inventado
en esta tarde morada.

Yo quiero al ocaso,
que es rico en alabanzas.
No quiero que venga la noche
ni tampoco la mañana.

Sólo deseo el recuerdo
que me traen sus palabras
en el crepúsculo hiriente
de su voz cansada.

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