jueves, 28 de octubre de 2010

UNA SEGUNDA OPORTUNIDAD


     Mamá, te escribo esta carta aún sin saber si te llegará algún día, pues ignoro tu paradero, pero trataré de pasar por el mismo lugar donde te ví esta tarde pidiendo limosna, y te daré esta carta en un sobre con algo de dinero para que pases estos días tan fríos allá donde vivas y no salgas a pedir.     Yo iba con un compañero del banco donde trabajo y cuando te ví, no sé cómo pude seguir vivo. Me odié a mí mismo, me aborrecí por no socorrerte en ese mismo instante, pero sentí tanta vergüenza, tanta humillación y tanta amargura, que no supe reaccionar adecuadamente. Me limité a dejarte unas monedas que tú agradeciste sin apartar tu mirada del suelo, sin advertir que era yo quien te daba aquella limosna. Quise morirme, quise morirme, mamá. Si vieras cómo me tragaba las lágrimas mientras mi compañero seguía con su charla...     Cuando llegué a casa y se lo dije a Marta -mi mujer- no podía ni hablar, ella se alarmó al verme en aquel estado, pero lo único que podía hacer era llorar. Cuando ya pude aplacarme y decírselo, ella no daba crédito a mis palabras.     Mamá, yo creía que habías muerto, pues ya tienes muchos años y tu salud nunca anduvo bien, por eso mi sorpresa fue tan tremenda. Todos en casa te creíamos muerta. Cuando te fuiste sin más, dejándonos a papá, a Isabelita y a mí por aquel hombre que conociste, papá nos enseño a odiarte. No había un sólo día que no nos dijera a la hora de la cena, que si te veíamos, que no te hiciéramos caso y que se lo dijéramos a él. Nos dijo una y otra vez que tú no nos querías y que por eso se fue con aquel hombre, que eras una mujer muy mala... bueno, eso nos lo repitió hasta la saciedad, y, en efecto, aprendimos a odiarte, sobre todo mi hermana, que siendo tan pequeña nunca comprendió tu abandono. Yo, aunque me dolía tu ausencia y papá siempre trataba de inculcarme odio hacia ti, la verdad es que no pudo conseguirlo, incluso cuando papá no nos oía, yo le decía a mi hermana que tuviste que irte muy lejos para trabajar, pero que algún día aparecerías y nos llevarías contigo. Ella a veces se conformaba con aquellas explicaciones mías, pero cuando fue pasando el tiempo y tú nunca regresaste, ella dejó de creerme, incluso yo que llegué a creerme también aquellas historias que inventaba, me dí por vencido. Sólo me quedaba tu recuerdo, aquella ternura tuya siempre tan latente, aquella sonrisa tan dulce, aquellas miradas perdidas en la pared cavilando no sé en qué cosas... quizás en tu amor. Puede ser que él te pidiera que tomaras una decisión y no tuviste más remedio que hacerlo, sólo que decidiste lo que tu corazón de mujer te dictó, y no lo que tu corazón de madre quizás te dijera.     Mamá, es evidente que no te fueron bien las cosas, si aquello no resultó como pensaste, ¿por qué no regresaste por lo menos a por nosotros que te necesitábamos tanto?     Fueron pasando los años, y, aunque papá no tuvo éxito en su pretensión de que yo te odiase, lo cierto es que comencé a reprocharte aquellos años en que nos privaste a mi hermana y a mí, de ti. Mamá, te necesitábamos tanto...     Isabelita -hoy convertida en toda una mujer- pasó una niñez muy mala, incluso fue una joven triste, llena de temores, llena de excepticismo a todo, desconfiada incluso en la relación con sus amigas. Pero comenzó a madurar y por fin llegó a ser una persona normal, aunque -lo sé muy bien- con esa oscuridad en el alma por saberse abandonada por la persona más importante para ella: tú. Sí, mamá, Isabel me llegó a confesar que siente un vacío muy intenso dentro de sí, y sé que ese vacío lo pudieras haber llenado tú.     Sé que siempre fuiste muy orgullosa -me lo dijo papá- y por lo que yo observé -pues a mí no me pilló tan pequeño como a isabelita- y me daba cuenta de muchas cosas: de cómo hablabas a papá con aquel tono de desdén, de cómo dejabas de hablarle durante días enteros por alguna tontería... El pobre ya murió hace dos años, pero no creas que se quedó solo, no. Siempre estuvo atendido por una mujer maravillosa que conoció tres años después de tu abandono. Una mujer que fue más madre que tú para nosotros, que nos besaba con ternura, que nos leía cuentos, que nos abrazaba cuando teníamos alguna pena... con ella no notamos tanto tu ausencia, pero tú eras nuestra madre y siempre te echamos de menos, siempre te lloramos y anhelábamos verte aparecer por la puerta. Aún recuerdo el día en que se casaron papá y ella. Fue un día precioso, pues Isabelita y yo ya la queríamos, ya la habíamos aceptado, aunque nos costó. A papá se le veía tan feliz, incluso llegó a no hablarnos más de ti. Allí la única que contaba ya era Prudencia, la mujer que nos trató siempre como una madre, como una madre buena.     Cuando por fin pude despedirme de mi compañero esta tarde, ya estábamos a siete u ocho manzanas de la calle donde te ví, así que regresé por el mismo camino y ya no estabas. Espero que mañana estés, porque, aunque ya no siento ningún rencor por ti, quisiera que leyeras esta carta para que te enteres de cómo nos fue sin ti. Para que sepas que tu ausencia la pudimos digerir, que pudimos soportarla, que surgió un ser maravilloso que nos hizo borrar de nuestras mentes, de nuestros corazones, la amargura y el sentido de abandono que sembraste en todos. Ella fue -y sigue siendo- nuestra madre, y siempre lo será, se ganó ese derecho a costa de querernos, de comprendernos, hasta el punto de renunciar a tener otros hijos, porque ella se consideró desde muy pronto nuestra madre y no quiso correr el riesgo de tener unos hijos y quererlos más que a nosotros.     Hace un rato hablé con ella y le dije lo ocurrido. Me instó a que te buscara, a que te llevara a casa, a que te escuchara, porque según ella tú tendrás mucho que decirnos, que Isabelita y yo te perdonemos, que ella no ha criado a unos monstruos, sino a dos seres maravillosos, y que no está dispuesta a que su obra se vaya al garete en esta prueba de fuego, que teníamos que superarla con éxito.     Así que, mamá, si mañana te veo, quizás no te dé esta carta. Ya hablé con Isabelita -sé que esta noche no dormirá- y me dijo que irá conmigo a buscarte, y que te vas a su casa, y que te cuidará, que ella no puede permitir que tú sigas viviendo así.     Yo aún no estoy seguro de lo que voy a hacer, pero si Isabelita sigue mañana pensando en llevarte a su casa, me temo que tendré que aceptar tu regreso y que sigas siendo parte de la familia. Ella se casó y tiene una niña preciosa que se llama Carmen, como tú, yo también soy padre, pero mi única hija -por ahora- se llama Prudi, como la mujer que, sin ser mi madre, fue más madre que tú.          Te escribo y yo mismo me espanto con estas expresiones que estoy utilizando, pero no puedes reprochármelo. Esta noche estoy descubriendo que he tenido guardado durante muchos años un sentimiento de odio hacia ti, hoy lo he descubierto, pero espero que se me pase. Siento que habrá una segunda oportunidad en la vida para todos nosotros.     Mamá, a pesar de todo sé que te quiero, pero necesitaré tiempo -creo que lo necesitaremos todos- para enderezar de una vez por todas, nuestras vidas. Ahora se te está dando la oportunidad de -ya que no ejerciste como madre de la manera más óptima- de ejercer como abuela. Espero que todos los cariños, besos y arrumacos que carecimos de ti, vayan a parar a las pequeñas Carmen y Prudi.     Mamá, mamá -cuánto anhelo llamarte así, mirándote cara a cara- cuando te ví sentada en aquel escalón yo mismo quise no creer lo que estaba viendo. Te recordaba con el pelo largo y oscuro, siempre sonriendo, con esa voz potente que siempre tuviste, con ese genio tuyo de querer ponerte el mundo por montera. Así que cuando te ví allí, tan delgada, con el pelo igual de largo, pero tan blanco y tan callada, no te reconocí al instante, pero cuando te tuve cerca al darte aquellas monedas, me quedé sin respiración. ¡Eras tú, eras tú, mi madre, mi propia madre...! Ahora celebro que no alzaras la mirada, porque seguramente no me hubieras reconocido y aquello sí que no lo hubiera soportado. Mamá, sí, definitivamente quiero que regreses, que lo pasado, pasado está, y que tenemos que mirar hacia el futuro, un futuro que seguramente va a ser muy feliz.     Tu hijo, Román.     Fuengirola, 21 de noviembre de 2001.

No hay comentarios: