jueves, 28 de octubre de 2010

UNA MARIPOSA EN MAHANTTAN

     He decidido poner en esta blog un relato que escribí hace algunos años. La historia es una hitoria verdadera, tal y como me la contó su protagonista. Los nombres también son auténticos y los escenarios, cuando Manhattan no tenía esa sombra siniestra que tiene hoy, cuando Manhattan se miraba al Hudson con alegría...
    Tengo la inmensa satisfacción de compartir con vosotros lo que una noche compartieron conmigo. Me pareció una historia tan entrañable, que no tuve más remedio que escribirla, pues era preciso no olvidarla nunca.


     Las insistentes luces de neón se metían por la ventana de su habitación. Aquella noche el insomnio se apoderó de ella. No podía relajarse ni dormirse, por más que lo intentaba. Se imaginaba en la calle tomando el aire fresco de la madrugada, pero aquello se esfumaba cuando advertía que estaba acostada y respirando el aire viciado que sí misma producía. Se miró la muñeca izquierda y comenzó a acariciar su mariposa tatuada. De pronto se levantó de un salto y se puso su chandal azul, unas zapatillas de deporte y su chubasquero enguatado. Cogió las llaves de la casa que estaban sobre la cómoda y sin hacer el más mínimo ruído abrió la puerta. No quería despertar a Barbara, la amiga que la invitó a pasar unos días en aquel apartamento.
     Cuando salió a la calle sintió la agradable sorpresa de verse rodeada de nieve. Los copos caían suavemente pero con abundancia. Se abrochó el chubasquero y se metió las manos en los bolsillos. Comenzó a caminar y a los pocos minutos ya se sentía otra, como más renovada y viva. Miró su reloj y vio que acababan de dar las seis de la mañana, aunque todavía estaba todo con la tranquilidad de la ma-
drugada.
     Los árboles deshojados aún en aquel mes de marzo estaban ataviados con las blancas galas que la nieve les puso.
     El alba aún no comenzó a despuntar y a Coby se le antojó que aquel día no iban a disfrutar los neoyorquinos de mucha luz diurna.
     Allí se la veía sola, caminando lentamente sobre la nieve que crujía bajo sus pasos. No sentía el más mínimo temor. La noche no era una amenaza para ella, sino un alivio necesario. No quería permitirse el tener miedo, sentía la necesidad de conservar el derecho a caminar por donde le apeteciese y a la hora que fuese.
De pronto vio que algo se movía debajo de una hojas de periódico amontonadas debajo de un portal. Se acercó y vio que se trataba de un un mendigo. Cuando consiguió verle la cara, una gran tristeza se apoderó de ella, pues se trataba de un joven de unos veinticinco años.
     -¿Te encuentras bien? -preguntó Coby.
     -Sí, no te preocupes, aunque tengo mucho frío -contestó el joven.
     -¿Quieres una cerveza? puedo ir a comprarla en aquella tienda que hay abierta -dijo Coby solícita. El muchacho asintió con la cabeza, aunque hubiera preferido un café bien caliente.
     Rápidamente Coby se fue y regresó con dos cervezas envueltas en una pequeña bolsa de papel y comenzaron a bebérselas.
     -Oye, ¿tú eres holandés? -preguntó Coby casi afirmándolo.
     -¿Cómo lo has adivinado? -preguntó a su vez el joven iluminándosele la cara.
     -Porque yo también soy holandesa y cada uno conoce lo suyo -contestó Coby sonriendo.
     -¿Cómo te llamas? -preguntó el chico.
     -Todos me llaman Coby, aunque mi verdadero nombre es Jacoba -contestó poniendo cara de asco al pronunciar su verdadero nombre.
     -Yo me llamo Paul.
     -¿Cómo has llegado hasta aquí? -preguntó Coby intrigada, pues al joven no se le veía tosco ni analfabeto, sino todo lo contrario, pese a que la indigencia de su ropa y sus destrozados zapatos dijesen otra cosa.
     -Hace unos meses mis padres murieron en un accidente y en mi desesperación, al verme completamente solo y en la calle -pues vivíamos de alquiler- en lo único que pensé fue en huír de todo aquello. Así que saqué del banco el poco dinero que mis padres me fueron ingresando para que yo fuese a la Universidad y adquirí un billete de avión hacia América, pues pensé que quizás aquí me irían mejor las cosas, y fíjate en el resultado -dijo sonriendo tristemente.
     -Lo siento -fue lo único que Coby acertó a decir.
     -¿Cuánto tiempo llevas en América? -preguntó Paul.
     -Solo unos días. Estoy pasando mis vacaciones en casa de una amiga, pero pronto regresaré a España, que es donde vivo desde hace quince años.
     Estuvieron hablando un rato sentados en el escalón del portal. Paul no cesaba de tiritar. Las páginas de periódico no calentaban lo suficiente.
     La mañana comenzó a iluminar el cielo y pronto la gente comenzó a transitar la calle.
     Algunas personas, al ver a aquella pareja, pensaron que los dos eran vagabundos y comenzaron a depositarles dólares en el suelo. Al ver lo que realmente estaba ocurriendo, Coby comenzó a reir a carcajadas, pues le pareció muy divertido el que la confundiesen con una vagabunda. Cogió todo aquel dinero y se lo dio a Paul y se despidió de él.
     Cuando llegó a casa, vio que Barbara ya estaba levantada. Inmediatamente se dio cuenta de que su amiga la iba a poner verde por haberse ido de noche sin avisarla, y así fue como ocurrió.
     Pasaron unos cuantos días y Coby decidió salir a almorzar sola -pues Barbara se fue a ensayar, ya que pertenecía al mundillo del teatro.
     Las calles continuaban nevadas, a aún hacía mucho frío.
     De repente oyó que alguien pronunciaba su nombre. Miró hacia donde provenían las voces y vio que se trataba de Paul, y se acercó a él.
     -¡Hola, Paul! ¡qué sorpresa! -dijo tendiéndole la mano.
     -¡Qué agradable es haberte visto de nuevo! Te tengo que dar las gracias, pues aquella mañana, con el frío que hacía y con aquella soledad, hubiera sido mucho menos soportable.
     Tu conversación, tu generosidad al invitarme a aquella cerveza, me hizo comprender que aún existen personas con bonddad, que se merecen el calificativo de llamarse seres humanos.
     -No tiene importancia, Paul, hice lo que supuse que tú hubieras hecho si yo hubiese estado en tu lugar.
-¿Quieres esperarme un momento? vuelvo enseguida. Por favor, no te marches -suplicó Paul corriendo y perdiéndose en una bocacalle.
     Coby estaba intrigada, pero pronto sació su curiosidad, pues Paul apareció a los pocos minutos con un ramo de flores.
     -Toma, son para tí -dijo Paul nerviosamente.
     Coby nunca miró con tanta ternura a nadie -excepto a su
hijo Daniel cuando nació -y pensó que aquello era uno de los episodios más hermosos que había vivido en toda su vida. Cogió las flores y le dio un beso a Paul en la cara.
     -Gracias, Paul, me has emocionado. Nunca voy a olvidar este momento. Me alegro mucho de haberte conocido y espero -estoy segura de que va a ser así- de que las cosas te vayan mejor y que alcances la meta que te pusiste. Sé feliz, lucha. Yo también necesito ser feliz, también necesito luchar. Cuando me encuentre triste pensaré en tí y sé que tu recuerdo me va a animar.
     -No voy a permitir seguir en el lodo, te lo prometo. Tu recuerdo también me fortalecerá en los momentos en que me sienta débil. Sé que no nos vamos a ver nunca más, pero en mí seguirás siempre abordándome e invitándome a cerveza. Hasta siempre.
     Paul le extendió la mano y Coby se la apretó fuertemen-
te. Luego Paul volvió la espalda y se marchó.
     Coby siguió allí viendo cómo el cuerpo de Paul se achicaba a medida que él iba avanzando por la calle, hasta que por fin se perdió entre la multitud.


 

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