martes, 12 de octubre de 2010

SILENCIO, SÓLO SILENCIO

                                                                     Nos presentaron en julio
en una noche de feria,
entre el humo de los churros
y el rumor de las casetas.
Su vestido era una luna
engarzada a una camelia
y el coral de sus zarcillos
dos lágrimas de sangre quieta
suspendidas en el aire
lo mismo que los planetas.
Yo la miré fijamente,
como se mira a una estrella,
y ella, de rubor encendida
lo mismo que una candela
grabó en su frente hermosa
mi nombre, letra por letra.
Yo me sentí enardecido
lo mismo que estaba ella.
Mi corazón daba brincos
lo mismo que una gacela,
y sentí en mis adentros
una sensación tan nueva
que se detuvo el sonido
en medio de aquella fiesta.
Aquella noche de julio
destrocé aquella careta
que ocultaba mi amargura,
que encubría mi secreta
esperanza de encontrarla,
de saber a ciencia cierta
que algún día surgiría
como el alba, discreta,
calándome hasta el hueso
con su sonrisa serena.
Cómo sentí sus palabras
de involuntaria cadencia,
el contacto de su mano
que traicionó la firmeza
de aquel muro inquebrantable
que ocultaba mis miserias.
Cómo vibraba mi alma,
mis latidos, mi sangre entera.
Cómo sentí en mis adentros
toda la savia de la primavera.
En aquel momento mismo,
igual que una sombra negra
que apareciese de pronto
al final de una callejuela,
apareció un hombre erguido,
de figura tan resuelta,
que enseguida comprendí
el pavor de mi torpeza.
La tomó de la cintura
como una pieza
que gustara exhibir al mundo
a cambio de unas monedas.
Ella bajó la mirada,
y sentí tanta vergüenza,
tanta rabia amortiguada
en mi garganta de fiera,
que quise morirme allí mismo
de soledad, de amor y de pena.
Oh, silencio en el silencio,
cuchillo que me envenena.
Oh, silencio de mi sangre
que se me pudre en las venas.
Oh, silencio en mis palabras.
Oh, silencio en mis ojeras.
Silencio, sólo silencio.
 En silencio muero por ella.

Málaga, 4 de octubre de 2001.

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