lunes, 11 de octubre de 2010

ROMANCE DEL NO CASADO

Aquella mañana de junio
desperté cantándole al Sol
y me puse en medio del patio
ofreciendo mi casto fulgor
al frescor de las damas de noche
que aún transmitían su olor.
Me fui derecho hacia el pozo
a mirar en su espejo el amor
que seguro tatuaba mi rostro,
pues sentía su intenso calor.
Aquella mañana de junio
era el principio de todo,
un comienzo de eterna ilusión,
de una ilusión de muchachos,
de dos seres que sellaron su amor.
Quería despedirme de todo:
del canario amarillo en la jaula,
de la parra de nuevo verdor,
del clavel y las galas de Francia
y del asténico chilindro de ebúrnea flor.
Cuando volvía a mi alcoba
con nupcial melodía en mi voz,
sentí un estremecimiento
que me paró el corazón.
Era mi madre, sin duda.
De mi madre era la voz.
Entró a mi alcoba llorando
y allí murió mi canción.
El traje gris perla de alpaca,
los anillos y aquella ilusión
se quedaron sin día de fiesta
olvidados en un rincón.
Aquella mañana de junio
la muerte me visitó.
Tenía lágrimas en sus manos
y en mis ojos las vertió.
-Que la vistan de novia- dije
con toda la noche en mi voz.
-que quiero prender en sus labios
mis caricias y mi dolor,
decirle que no me deje, que se despierte,
que sienta este olor
de amargura en mi aliento
y en el núcleo de mi corazón.
Que quiero cambiar su cara
de pálida cera, a su color. 
Que quiero levantarle el velo
y darle mi beso de amor.
Que quiero morirme con ella.
Que mi vida ya se apagó 
como se apaga en la noche
la fría luz de un farol.
Dejádme solo con ella,
a solas con mi estupor,
a solas con mi tristeza
y su callado corazón.
Dejádme a solas con ella,
os lo pido por favor,
que quiero cantarle al oído
una íntima canción
que habla de besos y flores
que nos gustaba a los dos.
Que quiero morirme con ella.
Ya no soporto el dolor,
esta angustia que me araña,
que me nubla la razón,
que me deja en carne viva
la raíz de la ilusión,
de una ilusión hecha trizas
que se muere como yo,
como la luz de mi espíritu,
como la luz de su voz
que se apagó de repente
sin tiempo de decir adiós.
Si cuando volváis, el silencio
impregna las cuatro paredes
de esta triste habitación,
y mis lágrimas se hayan ido
como se fue ella y yo,
no lloréis, cantad cánticos de bodas
y abrid las ventanas, que entre el Sol.
Cortad magnolias y dalias
que iluminen nuestro adiós.
Pero, si cuando volváis sigo vivo,
llorad conmigo mi perdición,
que no cesen los lamentos,
ni el llanto, ni la oración.
No casado soy.
Sin ella se me secó el amor.
Y si la vida a mí me ofrece
largura de años y largo dolor,
su recuerdo será mi consuelo,
sus ojos, su pelo, su voz...
Y, en efecto, pasaron los años,
 años tan lentos como mi adiós.
Y en esta soledad sin tregua
que carcome mi corazón,
me siento viejo y cansado,
cansado y viejo.
Pero aún perdura su amor
como un collar de suspiros,
como aquella vieja canción.

Fuengirola-Málaga, 27/9/01

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