Esta mañana el estío ardía
en la oscuridad de mis ojos.
El olvido me dejaba exhausto,
muerto, sin ganas de la vida.
La fiesta estaba en las calles,
pero mi tristeza en todo el aire.
Y entonces apareciste tú,
embriagado de deseo y juventud
y mi alma entera se enardeció,
se llenó de vida, de sol
y mi beso te llenó de la dulzura
que creaste en un segundo
de aquella boca amarga
que envenenaba mi garganta.
Comenzamos a amarnos,
a darnos la miel de nuestros ojos.
Y una sonrisa tuya,
una palabra tuya,
una caricia tuya
embadurnó mi alcoba de amor.
Mis labios estaban sellados,
no se atrevían a decirte
que te amaba.
Y con los ojos cerrados,
en un hilo de voz,
mi tequiero rozó tu cara
y mi oído, como un eco,
se llenó de tu tequiero.
Oh, cómo endulzaste
mi canción amarga,
cómo me llenaste
de caricias y de besos…
Y mis manos fueron
arcas de caricias en tu cuerpo
y el amor nos dejó perplejos,
como dos recién nacidos
mecidos por vez primera
por los brazos de sus madres.
Oh, tus besos y mis besos,
Oh, tus ojos y los míos,
Oh, futuro de amarantos
que prendimos
en nuestros latidos certeros.
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