martes, 12 de octubre de 2010

ME GUSTA VIVIR

    Me gusta levantarme muy temprano y asomarme a la ventana de mi cuarto y sentir en el rostro la helada humedad que nos ofrece las madrugadas del invierno.
    Me fijo en las ventanas de los vecinos para ver si hay alguna con luz, y así tener la agradable sensación de que hay un cómplice en la distancia que hace lo mismo que yo: estar despierto y quizás disfrutando del ruído de la noche y recreándose en la lectura de un buen libro.
     Me gusta mirar desde el autobús -cuando salgo de trabajar por las mañanas- cómo el horizonte va tor- nándose, segundo a segundo, de tenues colores hasta convertirse en el más rabioso de los óleos.
     Me deleita el reflejo del sol naciente en las quietas aguas de los charcos producidos por la lluvia caída durante la noche.
     Me place sentir el calor de las gaviotas cuando están juntas en la fría arena de la playa, sintiendo cómo el bravío mar salpica sus diminutos cuerpecillos de nieve.
     Me cautiva escribir cartas a mis amigos y cosechar luego las suyas, y tener el placer indescriptible de
leerlas y recrearme en sus experiencias y así conocerlos mejor.
     Me encanta la vida, pues todo en ella es belleza. A veces, cuando quizás no somos muy felices, creemos que la vida es injusta, pero son solo razonamientos precipitados, quizás para no reconocer que somos noso- tros los que nos la complicamos y nos buscamos los problemas, pero si nos damos cuenta de que el vivir es lo que vale la pena, uno trata día a día de aprovechar cada momento para hacer cosas que beneficien a los demás y a uno mismo. Si tenemos ese punto de vista práctico sobre la vida, seguramente la vamos a tener en muy alta estima, la vamos a saborear en toda su extensión, por eso nos la dio nuestro Creador: para que gustemos de la felicidad diariamente. Su dádiva abarca muchísimas sensaciones que me hacen sentir más vivo aún.
     La primavera me da la alegría del reencuentro con las flores silvestres; de pasear por los verdes prados bordados de colores fragantes y de sentir sobre mi cuerpo el cálido Sol que me abraza y llena de energía mis pasos.
     Me encanta recoger moras en las tardes soleadas de mayo y sentir el dulce aroma del hinojo que crecen en las orillas de los caminos.
     Me gusta coger caracoles por las mañanas, cuando el sol reluce desafiante después de haber estado lloviendo durante algunos días.
     Me encanta ver al avefría junto a las charcas que reposan alrededor de las mojadas cañas de azúcar y ver nadar, con grácil entusiasmo, a los ánades silvestres en los lugares pantanosos cuajados de juncos y lirios amarillos.
     También me fascinan las cálidas noches de verano y tomar helados en alguna terraza del barrio; pasar el día entero en la playa con mis sobrinos; ver la recién nacida luna reflejándose en las aguas del mar en las noches de plenilunio; escuchar a los grillos mientras concilio el sueño y el olor de las damas de noche y de los aterciopelados jazmines que embalsaman la brisa del estío nocturno.
     Amo la hora de la siesta, en la cual los niños van renovando fuerzas, para luego jugar por la tarde al pilla-pilla o al fútbol.
     El otoño también me encanta. Especialmente me gusta pasear por el parque cuando está alfombrado de las hojas muertas que han dejado a los árboles sin esplendor, pero igualmente hermosos.
     Me gusta caminar por la Alameda en las crudas tardes de noviembre y oler el aroma de las castañas cuando se están asando en los puestos ambulantes; caminar muy despacio por el paseo marítimo, donde mis pasos y el bramido de las olas estrellándose contra los espigones es lo único que puede oírse.
     Me alborozan las mañanas de invierno cuando llego a casa y recibo el alegre buenos días de Petunia -mi perra- y jugar con ella. Me satisface sentir su cálido cuerpo sobre mis pies notándola dormida y caliente bajo mi vieja bata de lana.
     Y es que la vida es maravillosa, no tiene desperdicio.
     Para mirar al mañana con optimismo es necesario aprovechar cada segundo de nuestro presente y
escoger lo positivo de nuestro pasado -no es que tengamos que olvidar los trozos amargos que hayamos tenido en la vida, pero sí almacenarlos lejos, muy lejos de nuestras lágrimas para que no puedan penetrar en nuestros corazones y hacerlos desdichados.
     La vida merece vivirse. Hay que aprender a hacerlo con lo que tenemos, así no ambicionaremos lo que sabemos que es imposible tener. En realidad lo tenemos todo, pues todos vivimos en la misma Pompa Azul que flota en el universo y todos respiramos el mismo aire y bebemos el mismo agua que cae del mismo cielo que nos envuelve y nos protege.
     Todo lo que vemos, todo lo que sentimos y escuchamos procedente de la Naturaleza, es el Amor -con mayúscula- de nuestro Hacedor. Por eso me gusta la vida y por eso no puedo dejar de vivirla. Todos mis poros destilan el amor y la alegría que siento por estar vivo y sentir la suave caricia de la Verdad. Porque la vida es eso: una verdad. Todo lo que ella contiene es el reflejo constante de la verdad que Dios ha puesto en nuestros sentimientos más nobles.
     Amo la vida, porque haciendo eso estoy glorificando y honrando la Majestuosidad y Omnipotencia de Dios.
Málaga, 1987

No hay comentarios: