viernes, 29 de octubre de 2010

LO MISMO QUE UNA PALOMA

Cuando recuerdo nuestro espacio,
esos momentos tan nuestros
que compartíamos en el mar,
con el ocaso, con aquellas gaviotas
que formaban un cúmulo de curiosidad
hacia nosotros...
todo mi ser se enardece
y mis pupilas se contraen
con el recuerdo de las tuyas
que tanto me miraban.
Cómo olvidar aquellos momentos,
aquellas horas en que permanecíamos
en silencio,
pero con el corazón dando gritos,
latiendo al unísono
por un mismo amor...
Tú eras yo y yo era tú.
Juntos éramos el mismo ser
y cuando estábamos lejos
nos desangrábamos,
nos moríamos
y todas las sombras de la Tierra
se plasmaban en nuestros rostros.
Cómo nos amábamos
y cómo sentíamos
en nuestras gargantas
la congoja más tenebrosa.
Quedábamos mudos, ciegos, sordos.
Cada uno era el centro del otro
y lo demás no importaba, 
podíamos compartirnos.
El equilibrio 
iba asido de nuestro brazo,
pero cuando nos pensábamos,
tú tan lejos y yo aquí...
entonces sólo teníamos voz
para pronunciar nuestros nombres,
sólo teníamos ojos
para leer nuestras cartas
y oído para escuchar
aquellas palabras leídas en voz alta.
Pero de la noche a la mañana
nuestros días claros
se convirtieron
en la oscuridad de la muerte,
de tu muerte
que aún embadurnan mis ojos
con el jugo de la pena,
de esas agujas
que se clavan en mi cara
y en este corazón
que aún sigue latiendo,
que aún te guarda en su adentro
lo mismo que una paloma,
lo mismo que aquella ola
que una vez acarició tus pies.

Fuengirola, 25 de marzo de 2002.

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