jueves, 28 de octubre de 2010

LA MARIANA

    Me pregunto, dónde fue aquella vieja que se pasaba la tarde llamando a voces a sus sobrinos.. La Mariana, la llamaban, una mujer enjuta, de piel arrugada y vestida de negro de los pies a la cabeza con aquel pañuelo que se ponía siempre.
    -Es una buena mujer- comentaba siempre mi madre… y a mí me caía simpática, me hacía sufrir viendo su sufrimiento, tratando de dar con sus sobrinos, siempre a voces por toda la playa y por las calles del barrio. Sus sobrinos nunca aparecieron, no existían, pero ella continuaba llamándolos. Un día le dije a uno de sus vocinazos:
    -Aquí estoy, tita Mariana, no me llames más, ni a mis hermanos, ellos se fueron a navegar en una barca para echar las redes y sacar el copo a la caída de la tarde, pero yo no quise ir, quise quedarme aquí contigo para que me cuentes tu historia. Ven, sentémonos aquí, al lado de esta barca vieja, para que podamos saludar a los extranjeros que siempre nos dicen adiós a través de la ventana del tren. ¿Por qué llamarán a este tren “La Cochinita”? ¿tú lo sabes, tita Mariana?
    -No, no lo sé. Ahora caigo que no sé tampoco por qué os buscaba… -dijo ella con la mirada perdida en el mar-
    -No te preocupes, ya lo recordarás, ahora háblame de tu vida. ¿Tuviste algún amor de juventud? De joven tuviste que ser muy guapa, porque eres ya vieja, sí, pero aún se puede ver en tu mirada y en tu sonrisa lo guapa de debiste ser.
    -Bueno, sí, no era fea –me contestó con una sonrisa entre picarona y avergonzada.
    -Siempre te he visto de negro y nadie sabe por qué, ni siquiera los que te conocen muy bien lo saben. Dicen que un día te levantaste y saliste a la calle con ese pañuelo negro y que te enlutaste completamente sin motivo alguno, pero yo sé que tuviste que tenerlo, porque tú eras una muchacha alegre con un pelo largísimo que te cepillabas en el portal de tu casa, dejando la puerta abierta para que te lo admirara todo el mundo que pasaba. Me han dicho que te llegaba por las corvas y que era precioso y abundante…
    - Verás, precioso… si no me sacas el tema ya hasta lo hubiera olvidado. Yo tuve un novio, sólo uno en toda mi vida, y le quise mucho y él a mí. Un día me hizo una fechoría –cosas de jóvenes- y me sentó tan mal que en venganza me vestí de negro cuando me vino a recoger para pasear por la orilla de la playa, como hacíamos cada tarde -aún creo oler su aroma de hombre, sí, la brisa siempre me trae su aroma de hombre y su voz-. Yo quería que se sintiera avergonzado por lo que hizo y mi luto se lo recordaría siempre, ese fue el motivo.
    Pasaron los meses y yo seguía vistiéndome de negro, hasta que me puso un ultimátum, o me vestía lindamente o él me abandonaba, que sentía mucha vergüenza de salir conmigo y que por mi culpa ya se había peleado con más de uno en la taberna.
    Mi reja dejó de ser tocada por sus manos y mis oídos de sentir su silbido, siempre me llamaba con un silbido.
    Yo iba a buscarle por las noches para verle, sabía en qué taberna estaba, pero sin ser vista. Hasta que un día ya no le ví más, me enteré que se marchó a Alemania a trabajar.
    Pasaron los años, y mi pelo seguía creciendo, lo recogía en un moño, pero el moño se desbordaba, se salía hasta del pañuelo, como habrás visto. Nunca más me lo corté. Yo salía con normalidad a la calle, a hacer la compra para hacer la comida a mis hermanos que eran los que llevaban el sustento a casa, a por mi café con leche de las tardes que me hacía Pedro el del bar, a jugar a la lotería los domingos a la casa de una vecina que hace muchos años se fue de la calle… yo sabía que todo el mundo hablaba a mis espaldas, era normal, pero también sé que me querían y no ví necesario cambiar mi aspecto.
    A veces, me miro al espejo y me digo: -Mariana, él ya no vendrá, no sigas así vestida para seguir fastidiándole- y me contesto a mí misma y me digo: -No, así estaré siempre, por si le da por venir algún día, quiero que siga recordando lo que hizo y que por eso arruiné mi vida, porque yo ya no quería ser de nadie si no era de él.
    Mariana bajó la cabeza y ví cómo se quitaba una lágrima que empezaba a salirse de uno de sus ojos. Luego miró el mar de nuevo.
-¿Cuándo vendrán tus hermanos? Han tenido que ir a echar las redes muy lejos, no se les ve…
    Me miró, me sonrió y me dijo: -tú no eres mi sobrino, ¿verdad? No te conozco siquiera, ¿ o sí te conozco? No me acuerdo…
    Me miró como espantada y salió andando muy rápido, como siempre hacía, y a volver a llamar a voces a sus sobrinos… sobrinos imaginarios, pues sus hermanos eran todos solteros, nunca se casaron… fueron muriendo uno tras otro, reventados del trabajo, de toda una vida sin ocio, sin alegrías, hastiados hasta del aire que respiraban.
    Y ahí seguía ella llamando a sus sobrinos, aunque un instante antes, en un momento de lucidez, estuviese contándome la razón de su negra figura. Quizás fue un desliz lo que el novio tuvo, con alguna mocita del barrio, o alguna borrachera y no apareciese a verla como cada tarde… eso no lo sabré nunca, creo que la Mariana, no tendría más momentos de lucidez, no… recordar aquello tan vívidamente como me lo narró, la desquició aún más, la llenó aún más de dolor y de rencor…
    -Es una buena mujer… -continúa mi madre diciéndome, y a mí me da mucha pena verla tan angustiada llamando desesperadamente a sus sobrinos por todo el barrio.
    Un día, por la mañana muy temprano, hallaron la puerta de su casa abierta y no había nadie, la cama deshecha y no había nadie, hasta que hallaron un pañuelo negro arrastrado por las olas. Esa noche fui a la playa, la mar estaba quieta,no había luna, ni luces a lo lejos, todo estaba oscuro, pero una brisa muy leve me trajo su voz llamando a sus sobrinos. Su eco estaba impregnado en toda la playa, en cada barca, en cada ola que asedaba la arena mojada. Por fin halló a sus sobrinos, porque su voz se quedó muda desde aquella misma noche. He ido con frecuencia a la playa desde entonces, a través de los años esa pena que me producía se fue extinguiendo, pero cada vez que piso la arena de esa playa, la congoja viene a mí, como si fuese yo en realidad ese sobrino que ella buscaba y que me escondía adrede para hacerla rabiar.
    -Fue una buena mujer- dice ahora mi madre, en un suspiro.

    Fuengirola, 29 de mayo de 2008

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