martes, 12 de octubre de 2010

HASTA LA ETERNIDAD

     Estas noches interminables, donde el dolor y las lágrimas han cesado, envuelven mi cuerpo entero de dicha completa y mi olfato se hace cada vez más liviano a las fragancias de este verano.
     La noche está quieta, no respira, no dice nada. Las palmeras del paseo parecen que están fotogra-fiadas.  Ni una sola palma me avisa de que aún existe la brisa, de que aún las olas vienen y van.
     Algún que otro noctámbulo rompe el silencio con sus firmes pasos y me hace volver a lo vivo. Su cuerpo trae fragancias de jazmines y damas de noche y me hace evocar aquellas noches en el cine de verano, donde, mirase por donde mirase sólo podían hallarse las flores fragantes que el estío nos ofrecía y que embalsamaban los frescos rostros de todos los que estábamos allí.
      ¡Qué noche tan cálida la de esta noche! Una pareja de jóvenes nada apaciblemente en las orillas negras del mar. Sus cuerpos parecen de charol al reflejo de la media luna que parece observarles. Ella convierte sus manos en un tierno cuenco y se riega la cara sonriendo con placer. Él, tranquilamente, yace mojado en la fresca arena descansando y sintiéndose dueño del entero tentagrama estelar.
     Las noches son eternas, inagotables. Siempre existirán el olor a pan cociéndose en medio de la madru- gada y el cantar de la lechuza rubia como la alborada mientras vuela lentamente.
    Siempre tendremos con nosotros estas noches. Nunca, a través de los siglos y milenios llegarán agotarse.
¡Hasta la eternidad!

Fuengirola, 5 de julio de 1987.

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