lunes, 11 de octubre de 2010

HASTA LA ETERNIDAD

Estas noches interminables,
donde el dolor y las lágrimas
han cesado,
envuelven mi cuerpo entero
de dicha completa
y mi olfato se hace cada vez más liviano
a las fragancias de este verano.

La noche está quieta, no respira,
no dice nada.
Las palmeras del paseo
parecen fotografiadas.
Ni una sola palma me avisa
de que aún existe la brisa,
de que aún las olas vienen y van.

Algún que otro noctámbulo
rompe el silencio con sus firmes pasos
y me hace volver a lo vivo.
Su cuerpo trae fragancias de jazmines
y damas de noche
y me hace evocar aquellas noches
en el cine de verano,
donde, mirase por donde mirase
sólo podían hallarse las flores fragantes
que el estío nos ofrecía
y que embalsamaban los rostros
de todos los que estábamos allí.

¡Qué noche tan cálida la de esta noche!
Una pareja de jóvenes nada apaciblemente
en las orillas negras del mar.
Sus cuerpos parecen de charol
al reflejo de la media luna
que parece observarles.
Ella convierte sus manos en un tierno cuenco
y se riega la cara sonriendo de placer.
Él, tranquilamente, yace mojado
en la fresca arena
descansando y sintiéndose dueño
del entero tentagrama estelar.

Las noches son eternas, inagotables.
Siempre existirán el olor a pan
cociéndose en medio de la madrugada
y el cantar de lechuza
rubia como la alborada
mientras vuela lentamente.
Siempre tendremos con nosotros estas noches.
Nunca, a través de los siglos y milenios
llegarán a agotarse.
¡Hasta la eternidad!

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