jueves, 28 de octubre de 2010

GRITOS EN EL ALMA

    Un canto a la valentía, a la rápida denuncia, a decirle al mundo lo que pasa... Un canto, en definitiva, al derecho que tiene todo sea humano a vivir, y por supuesto, un canto a que el hombre se eso: hombre y no un cobarde-pega-mujeres.



     Adela, mi siempre recordada Adela:
     Te escribo esta carta para pedirte perdón, perdón por el maltrato que has padecido de mis manos, de mis pies, de mis miradas de loco, de aquella lengua desesperada que tanto te rebajó como mujer y como persona. Perdón.
     No podía controlarme, la violencia que sentía en mis adentros me podía, y en vez de darme cabezazos contra la pared para no dártelos a ti...
     Bueno, ahora que parece que estoy más sereno es cuando me he dado cuenta de aquella brutalidad mía. Y me pregunto una y otra vez: cómo me pudiste aguantar durante tantos años, por qué razón seguiste conmigo... Sé que al principio quizás fuera porque aún me amabas, pero luego, cuando te diste cuenta que aquello se convirtió en el pan de cada día sé que tuviste que aborrecerme, y que continuabas conmigo porque...a dónde ibas a ir con cuatro hijos y con una mano atrás y otra delante, sin una formación académica, sin un empleo, sin nadie que te diera calor por temor a mí... Qué suplicio ha sido tu vida y la de mis hijos, Dios mío. Me harto de llorar en esta celda donde expío mis errores, mi gran pecado, y lo acepto encantado, te lo aseguro, y si aún me sobreviniera más sufrimiento también lo aceptaba con gusto, pues me lo tengo merecido.
     No quiero que pienses que te escribo esto para enternecerte y de esa manera retires los cargos y así cuando llegue el día del juicio tenga más a mi favor. No. Ese no es el motivo, tú me conoces, que seré todo lo que tú quieras, pero nunca me evado de algo que sé que he cometido, de hecho, si tu -que no lo creo- decidieras a última hora apoyarme, yo gritaría en el juicio que no, que asumiré toda mi culpa y que cumpliré toda la condena que se me imponga, porque es lo correcto.
     Merezco todo tu desprecio y todo el desprecio de mis hijos, pero, fíjate, eso es lo único que no quisiera seguir soportando, necesito que no me odiéis, no podría seguir aguantándolo. No quiero que sigáis sufriendo, pues el que odia sufre y por fin me he dado cuenta que no os merecéis sufrir, merecéis que rehagáis vuestras vidas -tú la primera- para que conozcas de una vez y por todas la ternura, el amor y la seguridad que pudiera darte otro hombre -un buen hombre- y mis hijos también se merecen tener un buen padre, quiero que ellos disfruten de lo poco que aún les queda de la infancia, de la ternura que no supe darles nunca.
     En estos meses que llevo aquí encerrado he podido meditar en mi vida y me siento tan sucio, tan lleno de culpa, tan mal... y como sé que me lo merezco, pues por eso estoy más conforme, pero te aseguro que esto es como si una alimaña estuviera mordiéndome por dentro y me estuviera destrozando minuto a minuto, sin llegar a comerme del todo, para seguir torturándome luego más y más.
     Ahora me viene a la mente aquellas ocasiones en que por cualquier tontería te daba una bofetada, y tú... callada. O aquellas veces que cogía mi cinturón y sobre la cama te cruzaba la espalda y la cara y todo tu cuerpo, mientras los niños golpeaban la puerta de nuestro cuarto -que yo siempre cerraba con llave- llorando y suplicándome que te dejara ya, y tú... callada. ¿Cómo pudiste aguantar tanto, Adela? ¿cómo?. Es increíble la capacidad de aguante que puede tener una madre...
     El único que hablaba en casa era yo -tú ni te atrevías a contradecirme, porque en el mejor de los casos recibías mi desdén o ver minimizada cualquier opinión tuya delante del más grande-. Te anulé por completo, lo comprendo, lo sé, estoy consciente de ello, pero obraba sin pararme nunca a pensar si aquello te hería o no. Yo siempre daba por sentado de que tenía derecho a hacerte y decirte cuanto quisiera y que tu deber era permanecer callada.
     Yo sé que toda la culpa de esto la tengo yo -no me quiero excusar de nada de lo que hice- pero tú me tendrías que haber parado los pies desde el mismo momento en que te rompí el labio por primera vez. Nunca me tendrías que haber permitido ni una sola vejación, ni una sola. Pero bueno, los errores sirven para abrirnos los ojos y espero que tú los tengas bien abiertos, aunque siento mucho que eso haya sido posible a través de mis maltratos.
     A veces me miro las manos y hablo con ellas. Las veo ahí tan quietas, tan limpias, pero hablo con ellas y les digo lo malas que han sido, la de lágrimas que han hecho derramar, y de pronto las veo sucias, y las escondos en los bolsillos, no las quiero ver. Si pudiera verme el corazón también hablaría con él, pues él era el que impulsaba a mis manos a pegarte. Le estaría recordando que sus latidos una vez fueron dadores de miseria, de odio, de miedo, en vez de dadores de vida y de felicidad.
     Adela, espero que algún día puedas andar, después de la última paliza que te dejó en coma durante tantas semanas -por poco acabo contigo- espero que de nuevo camines, no quisiera ver aún más ensombrecida mi vida porque nunca llegaras a recuperarte. Quiero que sepas que aplaudo el valor que has echado al final -espero que no sea demasiado tarde- que por fin denunciaras, incluso hasta en la televisión, lo que yo te estaba haciendo. Seguramente si lo hubieras hecho antes hoy no estarías postrada en una cama harta de palos, pero nunca se sabe lo qué es lo mejor en estos casos, han habido tantas mujeres que no han sido escuchadas ni en televisión... Hay tanto cobarde suelto, tanto ignorante de lo que debe ser el trato a una esposa...
     Sé que te has envalentonado porque estoy encerrado -hubo testigos de la paliza que te dí y por eso me veo aquí- si no, sé que hubieras permanecido callada, con gritos en el alma. Sé que hubieras alegado que te caíste de la escalera mientras estabas limpiando, o algo por el estilo, pero nunca me hubieras delatado, pues me tenías verdadero pánico. Pero también puedo salir y seguir haciendo de las mías, pero no, en este caso ten la confianza de que no. Yo también he aprendido la lección. Así que haz lo que creas y veas más oportuno para tu seguridad y la de los niños. En mí no pienses nunca, me merezco esto y mucho más. Y cuando logre salir no creas que voy a ir a buscarte, como hacen otros tipos de mi calaña, para vengarme definitivamente de ti. No . Tú tranquila, que eso no ocurrirá, te lo aseguro.
     Sé que los hombres que pegan a sus mujeres, si leyeran esta carta pensarían que se trata de la carta de un loco, pero estoy en mis cabales, más cuerdo que nunca y si estoy escribiendo de esta manera es precisamente por eso, porque nunca he estado más cuerdo que ahora. No te puedes hacer una idea de lo que yo daría porque llegaran a pensar como yo. Esto es muy difícil, lo sé, es muy difícil cambiar cuando uno está acostumbrado a pegar, a maldecir, a atemorizar a tu mujer, por eso, si uno no llega a amortiguar los ánimos, es mejor permanecer sin cónyuge el resto de la vida de uno, y eso es lo que yo he decidido. Jamás volveré con otra mujer, pues aquí me encuentro muy sosegado, pero no sé si en libertad me sentiría igual, así que, para no arriesgarme, continuaré sin una mujer. Nunca más.
     Hasta el último suspiro que dé me sentiré en deuda contigo y mis hijos. Sólo os diré una cosa más: Perdonádme.

    Fuengirola-Málaga, 26-28 de noviembre de 2001.

No hay comentarios: