Si tu boca tiembla de amargura,
dímelo.
Si tus manos están vacías,
dímelo.
Si tus ojos no paran de llorar,
dímelo.
Si hablas y nadie te escucha,
dímelo.
Si la soledad carcome
cada segundo de tus noches,
dímelo.
Pero no porque yo pueda ayudarte,
sino porque mi boca
también tiembla de amargura;
porque mis manos
están como las tuyas
-pordioseando el calor de un amigo-;
porque hablo
hasta quedarme sin voz
y no tengo a nadie;
porque la soledad
también devora mi sueño.
Dímelo
y que nuestras sombras se fusionen
como el Sol al Oeste
a la hora del ocaso;
para que nuestras bocas
se estiren en una gran sonrisa;
para que nuestras lágrimas
sólo rían de contento;
para que nuestras palabras
siempre tengan un oído atento;
para que nuestras noches
sean plácidas y reparadoras
y para que nuestras manos
no vuelvan a estar vacías.
Fuengirola, 11/10/01
No hay comentarios:
Publicar un comentario