martes, 12 de octubre de 2010

DICEN QUE SOMOS DOS HOMBRES

El día que me ofreciste
lo tibio de tus labios
mi corazón sin latido
galopó como un caballo.
Porque así estaba yo,
así de triste y hastiado.
Tus besos fueron mi vida,
la juventud de mis años,
adormecieron mis penas,
la raíz del desencanto
y tan sólo en un momento
reviviste lo enterrado.
Ahora la gente murmura
desde el zaguán al tejado,
en caminos y en plazuelas,
en ventanas y vallados.
Dicen que somos dos hombres,
que vivimos en pecado,
que ofendemos sus aceras
al tomarnos de la mano.
Nos condenan fríamente,
nos escupen los muchachos,
somos carne de sus piedras,
del veneno de sus labios.
No se imaginan si quiera
el dolor que están causando.
Pero por mucho que digan
y maldigan sin descanso
no podrán evitar nunca
mi caricia en tu costado,
ni tu tequiero en mi oído,
ni la flor de nuestro abrazo.
Yo soy tuyo y tú eres mío.
Nuestro amor es más sagrado
que sus misas y plegarias,
que su desdén y su asco.
Esperaremos a la noche,
a la soledad de algún banco,
para llenar de aire fresco
nuestro amor martirizado.
Llenaremos de caricias
cada esquina, cada árbol,
cada farola apagada,
cada portal y rellano.
Y jamás conseguirán
-por mucho encono empleado-
que escapemos por cobardes,
sucios y avergonzados.
El amor nos limpia a todos,
nos convierte en agua y espacio,
acrisola los errores
y nos deja inmaculados.
Sígue dándome tu boca,
la ternura de tus manos,
lo eterno de tu presencia
y lo firme de tus pasos.

Fuengirola, 14 de junio de 2006

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