martes, 12 de octubre de 2010

CONFUSIÓN

Cuando uno siente que la vida se camufla
como asustada de nosotros,
toda la negrura de una pena
sale a la superficie.
Las lágrimas aparecen,
pero no nos limpian,
sino que nos hace sentir
aún más míseros.
Cuando uno siente que nuestras ventanas
ya no nos ofrecen montañas ni caminos,
sino muros inquebrantables y sombríos
todo el mal de nuestra memoria
se revuelve en contra nuestra
y los muertos vuelven a aparecer
para decirnos que una vez
fueron parte de nosotros
y que no les tengamos en el olvido.
Y empiezan las palabras, las risas,
aquella música que escuchábamos juntos,
que bailábamos en mitad de la calle
en aquellos veranos de nuestra niñez.
Y la brisa se queda contenida en sí misma,
lúgubre, sin aroma…
Y mi rostro se queda seco, traspillado,
como el ripio que deja en las aceras
cualquier mendigo hambriento.
Vida, ¿dónde te metiste?
Las tinieblas de la noche
apalean mi cordura,
me anulan por completo
y me hace ser un hombre
sin voz, sin ojos ni oído.
Volveré a hallarte, lo sé.
Y entonces tendrás que darme
doble ración de versos y besos,
de caminos por andar,
de puertas aún no abiertas
hacia la sorpresa y la sonrisa.
Y todo yo se mofará
de este efímero momento
que me tiene muerto.
Y lloraré de gozo
al ver la almohada,
al sentir el aroma de mi piel en ella.
Y miraré las rendijas de la persiana,
miraré el techo y oiré
la respiración de mi amor.
Y comprenderé
que estoy despierto
dentro de una nueva mañana.

Fuengirola, 10 de octubre de 2010

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